viernes, 7 de septiembre de 2018

La Cabaña (Parte I)

* En los rincones oscuros donde la presencia humana es casi nula, las leyendas ancestrales cobran vida en el silencio ininterrumpido que descansa al acecho de quienes se aventuran en pro de la civilización. *Los instintos básicos sucumben cada vez que se enfrenta a lo desconocido y todavía más, cuando se topa de frente con aquello que mora en las más horridas pesadillas. 



 Por: Álex Cazarín

En los rincones oscuros donde la presencia humana es casi nula, las leyendas ancestrales cobran vida en el silencio ininterrumpido que descansa al acecho de quienes se aventuran en pro de la civilización. En los resquicios de la quietud moran seres que la cultura del nuevo milenio cataloga como “ciencia ficción” e incluso colocan en un nuevo orden de la zoología no reconocida por la ciencia conocida como la “criptozoología”, que en la gran mayoría de las veces es tomada como “una ciencia de mentira”.
Con la llegada del nuevo siglo la mentalidad de las nuevas generaciones “despierta” y trae consigo multitud de conocimiento sobre hechos cotidianos, que para muchos resulta en lo que se conoce como “cultura popular”, datos y cifras que enriquecen la confianza en cada remesa de nuevas generaciones que han llegado a acrecentar su incredulidad cada vez más cerca a las peligrosas fronteras del límite permitido por la ciencia y la religión misma.
Sin embargo, se nos olvida que la “conciencia despierta” de las generaciones del nuevo milenio sucumbe ante los instintos más básicos cada vez que se enfrenta a lo desconocido y todavía más, cuando se topa de frente con aquello que mora en sus más horridas pesadillas a las que no puede negar a menos que desconfíe de sus propios ojos, encuentros que rompen con el dicho del santo: “Hasta no ver, no creer”.
Una de estas experiencias sucedió allá por el año 2005, cuando un servidor se encontraba de viaje por la zona sur de Veracruz, conocida como el Uxpanapa, lugar que colinda con la sierra chiapaneca y Oaxaca, parajes poco explorados por el hombre, donde las comunidades abundan cerca de la mancha urbana y otras que permanecen alejadas en busca de nuevas tierras de cultivo donde incluso vestigios de la antigua cultura Olmeca dejó sus huellas en cuevas, monolitos y figuras enterradas en el barro.
Me encontraba en aquél lugar en una misión de enseñanza para el Consejo Nacional de Fomento Educativo, joven, incrédulo y con las manos puestas en los libros que poseían el conocimiento dedicado a las mentes frescas de aquellos a los que urge una educación de calidad en los rincones más alejados del estado.



Río Uxpanapa, a la altura de "La Concepción". (Foto.-Redes)
Poco antes del inicio del ciclo escolar me tocó ir a una comunidad conocida como “Palancares”, una comunidad a la que logré arribar luego de cinco horas de transbordar en una camioneta de transporte rural y cruzar el majestuoso río Uxpanapa, que por aquél entonces se encontraba bastante turbio debido a las recientes lluvias y “crecidas” en la zona.  El lugar estaba bastante alejado que incluso el servicio de energía eléctrica era un sueño lejano para quienes habitan tan hermoso paraje, casitas de madera distanciadas desde varios cientos de metros hasta kilómetros unas de otras. Todas acogidas por los brazos de la vegetación que ha hecho suyo cada rincón hasta donde alcanza la vista, cuevas y pequeñas cascadas que están veladas de los curiosos, incluso de los mismos pobladores.
Zona serrana del Uxpanapa. (Foto.-Redes)
Al llegar, un sábado por la tarde alrededor de las 18:00 horas, fui recibido por un hombre quien dijo ser el coordinador de padres de familia de la comunidad, que había llegado a enseñarme una cabaña de madera de poco más de tres por tres metros, de la que me entregó un juego de llaves y afirmó que más tarde alguien traería algo de cenar, entre algunas recomendaciones me dijo algo que me dejó un poco pensativo: “Le ruego que por favor no salga de noche porque se puede perder… o tenga cuidado cuando por alguna razón tenga que salir porque aquí es muy peligroso, por estos lugares ‘el tigre’ hace de las suyas y podría ser su presa”, luego de la advertencia salió del lugar con una sonrisa propia de los habitantes de aquella región veracruzana, cálido y risueño.
El sol daba de frente a la puerta y pude notar que ya era bastante tarde además de que el silencio era total en aquel paraje, en un principio dudé en sus palabras, -¿Un tigre? Que va…- Dije en tono sarcástico, pues para mí, el concepto de un felino cuyo origen y hábitat son las frías regiones de Asia, resultaba en una simple broma para asustar al forastero en turno e incluso barajee la posibilidad de que se tratara de un ejemplar que tal vez se escapó de algún circo o de alguna hacienda de gente adinerada, por lo que decidí hacer caso de la advertencia así fuese una broma.
En eso se entretenía mi mente mientras sacaba las cosas de la maleta y preparaba una vetusta mesa como escritorio, libros de texto que usaría en aquella semana con los niños de educación primaria de los que me haría cargo, lapiceros y libretas por igual; también esperaba la llegada de dos compañeros más, Carlos Mario y Manuel, un par de docentes más que trabajarían conmigo en esa pequeña escuela rural.
Recuerdo que de una pequeña maleta negra saqué varios tomos de lectura y redacción así como de matemáticas con los que prepararía un pequeño test para los niños a fin de probar sus capacidades antes de aventurarme en enseñarles algo, sin embargo, me encontraba tan ensimismado en mis pensamientos que no pude notar a un trio de niños que se encontraban de pie en la puerta y miraban fijamente lo que hacía.
-Hola… -Dije un poco nervioso pues me sorprendieron lo sigilosos que fueron para que no pudiese notarlos. No respondieron-.
Montes y arboledas en el Uxpanapa. (Foto.-Redes)
Se trataba de una niña morenita de cabello negro en trenzas en un vestido color rosa pastel, de entre seis y ocho años de edad, así como dos varoncitos de al menos 11 años, ambos con botas de trabajo para el campo, pantalones azules y camisa blanca percudida así como sombreros de paja. Los tres con ojos curiosos que llegué a pensar, eran más negros que los de costumbre. No dijeron una sola palabra, pero les dije que podían pasar para que me dijeran en qué podía ayudarlos.
Entraron a la habitación, uno de ellos se sentó en mi catre y se acomodó para ver lo que hacía; el otro niño caminó hasta la mesa donde me encontraba y se sentó en una silla que jaló y se sentó luego de llevar su mentón a sus palmas para observar cómo acomodaba mis libros.  La niña, por su parte, luego de mirar por dentro el lugar, salió en silencio y comenzó a correr mientras en tono juguetón golpeaba las paredes de madera con una rama de árbol que se encontraba por ahí en el suelo mientras cantaba algo con esa vocecita chillona mientras tarareaba una melodía.
Mi nerviosismo aumentaba conforme pasaban los minutos pues los niños no se movían de sus lugares, incluso pude sentir cómo se erizaba mi piel al notar las miradas de aquellos chicos sobre mí a la par del canto de aquella chiquilla que no paraba de correr alrededor de la cabaña mientras cantaba y agitaba esa rama a la vez que le pegaba a los muros.
-¿Y bien? ¿En qué puedo ayudarlos? –Dije nervioso sin dejar de acomodar mis cosas, pues traté de parecer lo más calmado posible ante mis pequeños invitados, no quería generar desconfianza ante quienes podrían ser mis alumnos-.
                Por un momento pude escuchar un murmullo de los niños, quienes se miraron el uno al otro, sin embargo, sus voces eran agudas, incluso chillonas, como si imitaran la voz de algún personaje de caricatura. La niña seguía bailando alrededor.
                Volteé y me dirigí al que estaba a mi derecha sentado a la mesa: “Mi nombre es Álex, ¿cómo te llamas?
                -“Álex… Álex…” –Dijo con aquella vocecilla.
                Justo en ese momento pude escuchar a lo lejos el chiflido de un hombre y claramente pude notar los cascos del caballo que se aproximaban, mientras que el hombre dijo: “’Maistro’, ¿ya está usted aquí?”.
                Miré a los niños y les dije, “no toquen nada, ya vuelvo”, mientras me asomaba por la puerta y noté que a unos cien metros se acercaba un hombre de al menos 60 años de edad, quien chiflaba una alegre canción y me recibió con un saludo desde su caballo.
                -¿Cómo está usted, ‘maistro’? –Dijo alegre el hombre de campo.
                -Aquí nomas… -Respondí- Con los niños…
                -¿Cuáles niños? –Dijo al bajar de su montura y notar que dentro no había nadie. Silencio, oscuridad y un viento helado que emanaba desde el interior, como si se burlara de mí con una risilla al aire. 
                (Esta es la primera parte del relato, en breve publicaré la segunda parte de aquella horrible primera noche en la serranía y de la vez en la que pude ver a un ser ancestral a la cara.)


(Nota.-El presente texto es obra y propiedad de su autor, se prohíbe la reproducción de dicho texto para fines no establecidos con el portal sin previa autorización.)


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