*Muchas
veces ignoramos que los relatos más escalofriantes, sádicos y sangrientos son
aquellos que ocurren en nuestra realidad, historias que muchas veces a suceden
a la vuelta de la esquina, en la casa de junto e incluso, al lado de nuestra
habitación. *¿Qué pasaría si estos seres mitológicos fuesen reales? *¿Si
aquellos a quienes imaginamos con capas y colmillos fuesen más ordinarios de lo
que creemos?
Por: Álex Cazarín
Existen leyendas y mitos urbanos que han trascendido generaciones y han estremecido a quienes las han escuchado debido a sus crudos detalles a la hora de pasar de boca en boca a través de diversas fronteras, historias que se han plasmado en tinta para deleite de aquellos que aprecian la buena lectura de terror como las del célebre autor Bram Stocker, quien con sus magistral prosa nos regaló ejemplares como “Dracula”, que rebosaba de supersticiones y mitos sobre los vampiros que más tarde marcó un punto y aparte en la literatura terror y misterio e incluso se tornó en la Biblia de los amantes de estos seres sobrenaturales de la época.
Existen leyendas y mitos urbanos que han trascendido generaciones y han estremecido a quienes las han escuchado debido a sus crudos detalles a la hora de pasar de boca en boca a través de diversas fronteras, historias que se han plasmado en tinta para deleite de aquellos que aprecian la buena lectura de terror como las del célebre autor Bram Stocker, quien con sus magistral prosa nos regaló ejemplares como “Dracula”, que rebosaba de supersticiones y mitos sobre los vampiros que más tarde marcó un punto y aparte en la literatura terror y misterio e incluso se tornó en la Biblia de los amantes de estos seres sobrenaturales de la época.
H.P. Lovecraft. |
Autores como Edgar Allan Poe nos
deleitaron con relatos cortos e historias que muchos solo hemos imaginado en el
más oscuro de nuestros pensamiento así como aquellos que plasmaron los delirios
de sus pesadillas en el papel como Howard Phillip Lovecraft y en la literatura
más clásica, El Marqués de Sade, quien dejó salir la más grotesca visión de lo
prohibido en aquella época.
Sin embargo, muchas veces
ignoramos que los relatos más escalofriantes, sádicos y sangrientos son
aquellos que ocurren en nuestra realidad, historias que muchas veces llegan a
suceder a la vuelta de la esquina, en la casa de junto e incluso, al lado de
nuestra habitación. El hombre siempre ha tenido la capacidad de asombrar a la
hora de escribir para llegar a un público específico, pero pocas veces se logra
plasmar la realidad de las cosas en un papel.
Relatos cien por ciento verídicos
que solo han llegado a pasar por la mente más retorcida que divarea en las olas
de la locura misma y que, al enterarnos de ellos en los periódicos y crónicas
de nota roja provocan nauseas por la bajeza y crueldad con la que llega a
comportarse la humanidad. Como reza el dicho: “La realidad siempre supera a la
ficción”.
Los vampiros siempre se han
retratado como seres místicos que poseen extraños poderes de seducción para
someter a los humanos a su propia voluntad y esclavizarlos para su propio
beneficio; seres inmortales que poseen dones más allá de la comprensión humana,
a menudo protagonistas en novelas y cuentos que los describen como criaturas
imposibles que desafían toda lógica. Pero, ¿qué pasaría si estos seres
mitológicos fuesen reales? ¿Si aquellos a quienes imaginamos con capas y
colmillos fuesen más ordinarios de lo que creemos?
La Vampira del Raval
Enriqueta Martí Ripollés, nacida
el 2 de febrero de 1868 en Sains Feliú
de Llobregart, capital de la comarca catalana del Bajo Llobregat, fue una mujer
como cualquiera en la calle, una dama de clase media que podría mezclarse en
una multitud como la más normal de las mujeres de su época.
De muy joven se trasladó de su ciudad natal a
Barcelona, España, donde pudo encontrarse de lleno con la falta de un empleo “a
su altura”, quizás como cualquiera que deja su pueblo para ir a triunfar a las
grandes ciudades y se topa de frente con la realidad de las cosas, que el
dinero se esfuma rápido y el trabajo es lo menos gratificante que se puede
esperar.
Tal vez esto la llevó a cargar
con una doble vida poco después de instalarse en su nuevo hogar, pues de día,
adoptó una personalidad humilde en busca de las dádivas de la sociedad y
mendigó en las principales calles por unas cuantas monedas para poder subsistir,
sin embargo, se sabe que también ejerció la prostitución en burdeles de
Barcelona y Santa Madrona desde muy joven, o eso es lo que muchos creían de
ella pues era bastante reservada para con sus vecinos.
Lo cierto es que Enriqueta vestía
harapos a la luz del sol y caminaba por aquellas casas de caridad donde
pudieran ayudarla, conventos e iglesias con tal de ganar algún recurso para
ayudarse o cuando no, visitar casas de mala reputación en busca de hombres que
pudieran pagar por sus servicios, pero lo que muy pocos sabían era que la mendiga
y prostituta no era lo que parecía, pues al llegar la noche mudaba su piel y
dejaba atrás los despojos sucios que se colgaba y vestía con las ropas más
finas que el dinero pudiera pagar, ostentosas pelucas y fina joyería adornaba
su cuello, era la otra cara de su moneda frente a los demás.
Se mezclaba con la alta alcurnia
y empezó a forjarse una reputación de cara a la gente más pudiente de la
sociedad barcelonesa, pero fue a los 27 años de edad que contrajo matrimonio
con un más o menos reconocido pintor de nombre Juan Pujaló, con quien llevó una
relación que no tardó en volverse un tormento para la pareja, pues de acuerdo
con registros en medios luego de conocerse de su vida, se separaron y
reconciliaron por lo menos seis veces.
Pujaló y Ripollés nunca tuvieron
hijos, a menudo los problemas se debían a la profesión de la mujer, que aún de
casada no abandonó la prostitución que para ella era más que un simple trabajo
pues poco después de que llegó a Barcelona se dedicó a la prostitución de
menores, cosa que su marido desconocía hasta el día en que cayó en las manos de
las autoridades.
Enriqueta llegó a regentear un
prostíbulo donde ofrecía a niños de entre tres y 14 años de edad, a quienes
entregó en manos de gente adinerada que conoció en su doble vida luego de visitar
lujosos lugares como el Teatro del Liceo y el Casino Arrabassada, donde
consiguió no solo clientes para los menores sino también poderosos contactos
que más tarde la librarían de la mano de la justicia.
Además de los dos trabajos que le
fueron conocidos, Enriqueta Martí también se llegó a dedicar a la hechicería y la
alquimia pues dedicaba parte de su tiempo libre en la creación de “ungüentos
especiales” para los más adinerados de España, pociones, pomadas y cataplasmas
para esos males que no pudieran ser curados por la ciencia médica, fabricó
mejunjes de todo tipo de una manera poco ortodoxa, mística y sobre todo,
brutal, pues llegó a utilizar a niños vivos para sus experimentos y creaciones
especiales, pero como dice el viejo adagio: “La enfermedad, Dios y el dinero,
siempre son la excusa perfecta”.
La mujer, luego de atravesar el
umbral de la crueldad y la codicia ruin, no dudó en utilizar a los menores que
comenzó a secuestrar, pues de acuerdo a reportes policiales de la época, se
sabe que tuvo que ver con raptos de niños en diversas áreas de la zona rural de
España, niños de campo y sobre todo, huérfanos que nadie extrañara, de quienes
utilizó toda la materia prima que pudo extraer, cabellos, piel, dientes, grasa,
uñas, lágrimas, sangre así como el tuétano los mismísimos huesos que ofrecía en
presentaciones aptas para el consumo humano, todo en pro de la salud de los más
pudientes quienes según las malas lenguas, llegaron a competir por sus
productos. Jamás desperdició nada del cuerpo de los pequeños, razón por la cual
jamás encontraron restos humanos completos de los desaparecidos.
En 1909 fue detenida por la
sospecha de que regenteaba un burdel de niños, sin embargo, más tardaron en
detenerla que ella en salir de prisión, pues las influencias con las que
contaba la libraron de la mano de la ley y todo quedó en poco menos que un
vulgar rumor de algunas personas de poca importancia, por lo que la mujer
siguió en lo suyo por algunos años más.
Las desapariciones en ciudades y
pueblos cerca de Barcelona se especulan en decenas, ya que la mujer operó por
más de una década previo y después de su detención, ya que las amistades con
las que se codeaba la protegían de cualquier curioso que se interesara por el tema.
Sin embargo, fue el 10 de febrero 1912 cuando la desaparición de una menor de
nombre Teresa Guitart Congost desató la alarma en la población, quienes durante
semanas emprendieron una búsqueda sin resultados que puso a las desapariciones
de menores en el radar público.
Enriqueta por su parte, siguió
con su actividades cotidianas hasta el 17 de febrero cuando una vecina del
número 29 de la calle Poniente, de nombre Claudia Elías, notó que en el piso
que alquilaba Martí Ripollés se encontraba una niña extraña, totalmente rapada
y con un aspecto demacrado, que resultó bastante sospechoso y de inmediato se
encendieron sus alarmas, pues en el tiempo que llevaba de conocer a su vecina
Enriqueta, jamás le había conocido hijo alguno.
La mujer decidió informar a las
autoridades al respecto puesto que hiló las desapariciones con la extraña niña
y además, notó que la menor miraba por la ventana del patio interior de su
escalera y jugaba con otro niño a quienes intentó hablar pero éstos le cerraron
con miedo la ventana en el acto. La señora Elías contó lo que había visto a su
amigo, un hombre de oficio colchonero, a quien comentó que su vecina no tenía hijos
y que le resultaba extraña la repentina aparición de dos menores de un día para
otro.
De estos hechos dieron parte al
agente municipal, José Asens, quien de inmediato se comunicó con su jefe, el
brigada Ribot, pues las desapariciones de niños era un tema que no había que
subestimar. Más tarde, el 27 de febrero, el brigada Ribot reunió a dos agentes
policiales y bajo la excusa de que la mujer “tenía gallinas en su patio”,
ubicaron a Enriqueta en la calle Ferlandina, donde al ser aprehendida se mostró
sorprendida por tal acusación en su contra.
Al llegar a su domicilio, Martí
Ripollés se mostró tranquila pese a que encontraron en su departamento a dos
niñas menores de edad, una de ellas efectivamente era Teresita Guitart y otra a
quien identificaron como “Ángela”, quien al ver a los agentes se afirmó que era
hija de Enriqueta, cosa que fue puesta en duda, pues Teresita de inmediato
informó que Enriqueta la atrajo con la promesa de darle dulces y logró que por
unos momentos se apartara de su madre, solo que al ver que estaban lejos de su
familiar la niña comenzó a desesperarse pero de inmediato la mujer le colocó
una capucha negra y la sustrajo hasta su domicilio.
La menor relató a los agentes que
de inmediato Enriqueta le cortó el cabello y le ordenó que de ahora en adelante
se identificara bajo el nombre de “Felicidad” o “Felicita” y que desde ese
momento no tendría padres más que ella, quien se autodefinió como su madrastra.
Teresita fue alimentada con simples papas y pan duro con agua, además de que a
diario era amenazada por Enriqueta, quien no la golpeaba pero siempre insultaba
además de propinarle pellizcos si desobedecía sus órdenes.
Los restos
Teresita contó a los agentes que
a menudo Enriqueta la dejaba a solas con “Angelita”, sin embargo, en una
oportunidad, cuando la “madrastra” las dejó solas, se dirigieron a una de las
habitaciones a las que Enriqueta no las dejaba ir, donde encontraron un saco de
ropa en un armario toda niñas manchadas con sangre así como un cuchillo para
deshuesar.
Por su parte, Enriqueta negó todo
y se escudó en que a Teresita la encontró en la calle, famélica y desnutrida en
la ronda de San Pablo, a quien amablemente acogió en su hogar para hacerse
cargo de ella, pero su vecina desmintió los hechos al negar haber visto a esas
niñas días atrás.
Fue “Angelita” quien puso la soga
al cuello a la mujer pues su declaración resultó más oscura y perturbadora ya
que contó que mucho antes de la llegada de Teresita a la casa convivió por poco
tiempo con un niño de cinco años llamado “Pepito” a quien Enriqueta asesinó en
la mesa de su propia cocina y dijo haber visto todo cuando echó un vistazo a
los aterradores ruidos que provenían desde dentro de la casa, sin embargo, no
contaba con que ella convivía con el diablo en persona al verla mientras
asesinaba al niño a sangre fría mientras el pequeñito yacía ensangrentado ante
su verdugo, por lo que corrió a su cama y se hizo la dormida.
Enriqueta Martí y las niñas secuestradas. |
De estos hechos Martí negó todo y
contaba vaguedades de su retorcida mente una y otra vez, incluso llegó a
cambiar su apellido durante su declaración de Martí a Marina así como datos
sobre su vida personal, aunque más tarde todo tomaría su cauce una vez llegó
por voluntad propia el ex marido Juan Pujaló ante las autoridades. El hombre
afirmó que desconocía el por qué detuvieron a Enriqueta, pero logró afirmar
detalles que afianzaron la posición de las autoridades contra la acusada tal
como que “Angelita” no era hija de Martí Ripollés puesto que ya hacía tiempo
que se habían separado y nunca tuvieron hijos.
Un médico apoyó a las autoridades
e indicó que la mujer jamás había dado a luz por lo que era imposible que la
menor fuese su hija, aunque más tarde, dentro de sus lagunas mentales la misma
Enriqueta confesó haber asistido el parto de su cuñada, María Pujaló a quien
arrebató a su bebé e hizo pasar como muerto durante el alumbramiento para
quedarse con la criatura.
Durante una segunda inspección a
la casa de la acusada, las autoridades confirmaron la versión de “Angelita”
pues encontraron el saco con ropa de niños cubierta con sangre así como el
cuchillo con el que había asesinado sabrá Dios a cuántos menores más. También
encontraron un salón suntuosamente adornado, con vestidos finos para niños en
el armario que marcaban un serio contraste con las otras habitaciones que eran
obviamente antihigiénicas y austeras.
Dentro de una de las habitaciones
celosamente guardadas incluso encontraron palanganas con restos humanos,
conservas de sangre, grasa convertida en manteca, cabellos de niños, pequeños
esqueletos y manos mutiladas así como huesos en polvo que usaban para la
creación de los caros ungüentos, era el laboratorio y bodega de quien los
medios y la sociedad barcelonesa llamaron La Vampira del Rabal.
En cuanto a “Pepito” se
desconocía su paradero aunque se sabía de su existencia puesto que dos personas
lo habían visto, la vecina de nombre Claudia Elías y Teresita Guitart, ésta
última daba fe de que convivió con el menor además del testimonio del asesinato
que más tarde confirmaron las autoridades pues los restos humanos frescos
hallados en el laboratorio de Enriqueta pertenecían al infortunado chico que
lamentablemente no pudo ser rescatado de manos de la brutal asesina.
Periódico de la época el día de la detención. |
Las autoridades la presionaron
para que confesara sus crímenes, cosa que no tardó en llegar cuando Martí
Ripollés flaqueó en sus declaraciones iniciales donde se decía una estudiosa
del cuerpo humano y que los restos pertenecían a cadáveres que presuntamente
sacaba de los cementerios cercanos. Ya en un momento de debilidad confesó que
“cazaba” niños y los utilizaba para prostituirlos con algunos selectos clientes
de quienes jamás reveló nombres pese a los interrogatorios además de que
aquellos que ya no servían a su propósito eran objeto de experimentos y la nigromancia
que practicaba Ripollés para luego ser vendidos en frascos que contenían sus
restos en forma de pomadas y pociones para quienes pudieran darse el lujo de
tan exóticos productos.
La policía siguió la pista de los
lugares donde la Vampira del Rabal alquiló antes de ser atrapada, un piso en la
calle Talleres, uno en la calle Palqués y una casa en la calle Juegos Florales
en Sants. En todos ellos se hallaron pequeños restos humanos, como los de la
casa en Sants, donde desenterraron del jardín los restos de un niño de tres
años de edad así como una serie de huesos pertenecientes a menores de tres,
seis y ocho años de edad, algunos todavía con prendas de ropa puestas como un
calcetín que había sido zurcido, lo que llevó a pensar que la mayoría de los
raptos los hacía a niños pobres o en estado de mendicidad cuyas familias no
tuvieran los recursos para realizar una búsqueda o siquiera emprender una
denuncia ante las autoridades.
Otra casa también fue cateada por
las autoridades en su natal San Feliú, donde se hallaron libros de remedios,
jarrones con extrañas criaturas en conserva así como tratados de hechicería
pertenecientes a la familia Martí, el cual permanecía cerrado debido a la mala
administración del padre de Enriqueta, de acuerdo al testimonio del ex esposo,
Juan Pujaló.
En un piso de Poniente se
hallaron curiosos libros elegantes, cartas y notas escritos en lenguaje cifrado
así como un libro de registro con nombres de personalidades muy importantes de
Barcelona, ésta última resultó tema de controversia pues se creía que eran los
nombres de los clientes de La Vampira del Rabal a quienes proveía de menores
tanto para prostitución como en forma de ungüentos, sin embargo, las
autoridades evitaron que dicha lista viera la luz aunque trascendió que en ella
había nombre de banqueros, políticos y comerciantes bastante conocidos, por lo
que la policía presuntamente utilizó al medio ABC para que publicara un
artículo donde se daba a conocer que esos nombres no eran más que las personas
a las que Martí Ripollés mendigaba a menudo.
Sin embargo, las pruebas contra
la sanguinaria mujer no tardaron en acumularse ya que una mujer aragonesa de
Alcañiz la reconoció como quien se llevó a su hijo de seis meses seis años
antes, cuando se encontró con Enriqueta cuando se encontraba exhausta del viaje
que emprendió desde su tierra, por lo que la mujer la convenció con una excusa
bastante ingeniosa para que la dejara sola con el bebé a quien jamás volvió a
ver.
Enriqueta fue encarcelada en la
prisión de la Reina Amalia, demolida en 1936, donde esperaba un juicio por sus
crímenes, sin embargo se sabe que intentó suicidarse cuando cortó sus venas con
un cuchillo de madera, cosa que encendió los ánimos de la gente que quería que
la “Bruja del Rabal” pagara por todo lo que hizo así como que revelara los
nombres de las personas que fueron cómplices de los sanguinarios crímenes
contra los niños que robó.
De esta manera, las autoridades
la dejaron en cuidado de tres reclusas quienes eran encargadas de velar porque
Martí Ripollés jamás se tapara con las sábanas y se cortara las venas a
mordidas, sin embargo, oficialmente falleció al año y tres meses de su
detención, cuando el 12 de mayo de 1913 contrajo una enfermedad que acabó con
su vida, presuntamente cáncer de útero, aunque se especula que fue víctima de
la justicia carcelera a manos de las mismas reclusas que decidieron darle un
juicio adelantado.
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