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sábado, 3 de julio de 2021

Descuartizó y cocinó a su marido: María Trinidad Ruiz Mares, "La Tamalera"



"Tomé un bate de béisbol que tenía cerca, le di el primer golpe por la espalda y comenzó a 'chillar'. Le pegué otra vez y oí como se ahogaba de dolor, así que continué golpeándolo", confesó a los policías.



La defensa propia es un tema de discusión hoy día, depende del país y de las leyes que los gobiernen, sin embargo, cuando una madre toma la decisión de apalear hasta el cansancio y desmembrar a una persona cuando aún respira, hace falta leer el contexto del brutal episodio.

 

Los hechos

La mañana del 19 de julio de 1971, Esperanza Hernández, una mujer vecina de la delegación de Iztapalapa, en el Estado de México, encontró un costal de ixtle (costal de fibra vegetal) en un lote baldío luego de que el intenso olor a putrefacción, la obligara a buscar su origen, ya que dicho lugar se encontraba contiguo a su vivienda y éste era envuelto por el dulce olor a la carne en descomposición.

Al mover el bulto, pudo notar como la sangre escurría por entre la fibra, por lo que con ayuda de un fragmento de madera que se encontraba cercano, pudo remover el costal, hasta notar que dentro habían restos humanos.

Al llamar a las autoridades, los oficiales de la Policía descocieron el costal y de inmediato un pie cayó del montón de sangre y vísceras que resguardaba, aún con el calcetín puesto totalmente ensangrentado.

Sin embargo, luego de las pesquisas de los médicos forenses se determinó que algo hacía falta del cuerpo... la cabeza. Sumado a que se notó que varios fragmentos de carne habían sido arrancados con lo que parecía un arma filosa.

El médico legista, Enrique Márquez Barajas, llegó a la conclusión de que el hombre fue desmembrado cuando todavía estaba vivo. Inconsciente pero vivo.

Las huellas dactilares de la víctima, pero sobre todo sus antecedentes criminales, fueron las que ayudaron a peritos e investigadores a descubrir su identidad. Se trataba de Pablo Díaz Ramírez.

 

La investigación

Al saberse la identidad de la víctima, las autoridades se trasladaron a la vivienda conocida del sujeto, a quien pudieron señalar con al menos seis nombres más y ser de oficio peluquero.

El domicilio se encontraba en la calle Pirineos número 15, en la colonia Portales, donde la esposa del occiso, María Trinidad Ruiz Mares, se encontraba en compañía de sus tres hijos pequeños mientras escuchaban por la radio el programa "Los Huérfanos".

Luego del interrogatorio sobre su esposo, las preguntas incómodas a sus hijos menores y la presión de los detectives, la mujer terminó por reconocer que ella misma había asesinado a su pareja... por defender a sus hijitos.


La en ese momento detenida, dijo dedicarse a la venta de tamales y atole, ya que su marido en lugar de trabajar, se embriagaba a diario y le quitaba el dinero que ella generaba, así que optó por vender y alimentar al mismo tiempo a sus hijos para sostener el hogar.

De acuerdo a medios de la época, la mujer dijo sentirse arrepentida, pero su motivación no fue otra más que defender a sus vástagos de las manos del finado, pues en una de sus cotidianas golpizas contra ella, también arremetió contra los pequeños.

 

"La Tamalera"

El cuerpo policial registró la vivienda de la mujer y los niños fueron trasladados con familiares ante los hallazgos que se hicieron en el hogar.

Los oficiales salieron asqueados del domicilio y de manera urgente solicitaron la presencia de los médicos forenses, ya que debajo de la cama de María habían encontrado la cabeza de su marido.

Cuando le preguntaron a la mujer el por qué conservaba la cabeza de su difunta pareja, la mujer confesó que había empleado esta y algunos fragmentos de músculo y carne "en la venta del día".

Ante la mirada pasmosa de los hombres de la ley, la mujer dijo haber recibido una brutal golpiza por parte de su marido, además de presentar los hematomas en el momento que corroboraban la historia.

"Tomé un bate de béisbol que tenía cerca, le di el primer golpe por la espalda y comenzó a 'chillar'. Le pegué otra vez y oí como se ahogaba de dolor, así que continué golpeándolo", confesó a los policías.

Las herramientas que utilizó

Señaló que una vez tuvo a su marido inconsciente, fue corriendo a casa de una vecina de nombre María Teresa Ruedo, a pedirle un hacha prestada, mientras sacó a sus hijos con unos amiguitos y les dijo que llevaría a su padrastro al médico.

Ya a solas tomó valor y comenzó la carnicería; primero cortó las dos piernas de Pablo e intentó meterlo a un costal que había preparado, pero se encontró con que no cabían los restos.

Una vez más cortó y comenzó a descuartizar con el hacha. Separó la cabeza del cuerpo y los pedazos los repartió uniformemente en el costal, mientras que la cabeza la colocó en un "bote alcoholero" que colocó en una pequeña bodega dentro de la casa y el costal lo dejó debajo de la cama para que los niños no lo vieran.

El reguero de sangre fue lavado a la prontitud por la angustiada madre de familia hasta poco antes de la llegada de sus hijos, a quienes dijo "una mentirita" sobre el paradero de su padre.

La cabeza del infortunado dentro de un balde

El tronco y las extremidades permanecieron debajo de la cama del matrimonio la noche del sábado y el día domingo, hasta la madrugada del 19 de julio, cuando lo llevó a un lote baldío.

De acuerdo con el libro "Nota Roja 70´s", la mujer reconoció haber salido a realizar sus ventas con normalidad el domingo sin inmutarse, sin embargo, medios sensacionalistas de la época señalan que ella utilizó algunos restos en la elaboración de tamales para recuperar el dinero que el occiso le quitó para embriagarse.

 

Mal esposo, cruel padrastro

Luego del escándalo se estableció que Pablo Díaz, era un sujeto abusador, pues golpeaba frecuentemente a su esposa y a sus hijos, hijastros de él, ya que con ella no procreó descendencia.

María Trinidad contó que a diario vendía 200 tamales y que de estos, solamente obtenía de ganancia 120 pesos, de los que solamente 15 pesos eran para la comida de los niños, pues lo demás era para comprarle alcohol a su marido, quien le quitaba a golpes el dinero de la venta.

Reveló que el día que decidió asesinar a Pablo, golpeó sin piedad a sus hijos Mario y Guillermo, por jugar sobre la ropa limpia en la cama, cosa que desató la ira del energúmeno.

Dijo a las autoridades que ella se encontraba en la panadería y cuando regresó encontró a sus hijos golpeados y aún le tocó a ella recibir el castigo "por malcriarlos".

"Si no quieres que les pegue a tus hijos, vete con ellos", le dijo a María.


No pudo negar los hechos

El occiso era un "pájaro de cuentas" ante la ley, pues  había sido detenido en 1937 por "sospechoso", también en 1936 por lesiones y estupro, además de 1938 por los mismos delitos. Sumado a que cambiaba de nombres y apellidos, pues también se hacía llamar Pablo Díaz Rincón, Pablo Díaz Gallegos o Rafael Díaz Ramírez.

El fiscal del caso pidió una condena de entre 20 y 40 años para la mujer por las agravantes de alevosía y ensañamiento. Los tres hijos pequeños de María Trinidad fueron enviados a una casa de protección social, en Azcapotzalco.

 La leyenda

El imaginario público que convirtió la historia de María Trinidad en leyenda urbana y la canción «La Tamalera» de Las Víctimas del Doctor Cerebro puede ser el origen de las versiones donde la mujer vende tamales con carne humana:

 

«Esa tarde Doña Macabra sin imaginar,

salió como siempre a vender el tamal.

Los de dulce, los de nata, los de rajas también,

pero nadie sabía que no estaban tan bien.

Pero nadie sabía que no estaban tan bien:

eran de carne humana.

Ella vendía a su marido hecho pedazos

por portarse mal y no darle para el gasto.

Yo comía los de dulce sin preocupación

cuando pasó algo que me causó horror:

me comía yo la mano de un pobre señor…

¡Y nos fuimos asustados a la Delegación!»

 

 


Tres años duró la vida de infierno que soportó María Trinidad, originaria de Tequisquiac, Estado de México. Tres años en que esperó un milagro que nunca llegó: que Pablo cambiara de carácter y les diera la protección hogareña que había prometido cuando conquistó a la señora.

Cabe apuntar que cuando María Trinidad fue detenida por los agentes del octavo grupo del Servicio Secreto, dijo a los agentes: «Nunca pensé escapar».

Los tres pequeños hijos que vivían con ella fueron enviados a una casa de protección social en Azcapotzalco.

Y el 29 de julio de 1971 llegó María Trinidad a la cárcel de mujeres, consignada ante el juez penal Eduardo Neri, quien pronto le dictó auto de formal prisión por homicidio, violación a la Ley General sobre Inhumaciones y Profanación de Cadáver.

Luego de estudiar el expediente, la sentenció a 40 años de prisión, de los cuales pagó 20 en el Centro de Reclusión Femenil de Tepexpan, Xochimilco y luego en Santa Martha Acatitla.

Se ignora mucho de su vida en los penales, pero se dice que fue dramática; sus hijos la visitaban con frecuencia y ella derramaba lágrimas de alegría al verlos.

En su trabajo, dentro del penal, destacó por la seriedad con que emprendía sus tareas y era de las primeras en llegar, cuando los sacerdotes daban misa en prisión.

María Trinidad nunca distorsionó su versión de los hechos y al cumplir el tiempo legal para pedir su libertad, abandonó el cautiverio para ir directamente a la Basílica de Guadalupe y luego a Tequisquiac, Estado de México, donde sus parientes la apoyaron para pasar allí el resto de su existencia.

El cineasta Juan López Moctezuma filmó la cinta El alimento del miedo en 1994, un año antes de su muerte; esta película es muy difícil de conseguir y fue protagonizada por Isaura Espinoza, el mismo Juan López Moctezuma, Jorge Russek, Andaluz Russell, Salvador Sánchez, Sergio Sánchez y Jorge Victoria.

sábado, 25 de enero de 2020

“La Secta Yerbabuena” de Tamaulipas





*Nadie sospechaba que un culto de ‘depredadores’, ‘vampiros’ y ‘monstruos’ (como lo dio a conocer la prensa de la época), comenzó a anidar en un poblado al norte de la entidad, liderada por una verdadera sacerdotisa con sed de sangre y muerte que jamás se había visto hasta ese entonces.*




“Cuando la ignorancia, la maldad y la ambición se reúnen en una persona, los resultados se tornan en abominaciones dignas de la ciencia ficción”.
Corría la década de los 60´s en México, concretamente en los años 1962 y principios del 63, cuando en el estado de Tamaulipas se comenzó ‘a cocinar’ una de las atrocidades que dejó boquiabierto a más de uno en el país y fuera de él.
Magdalena Solís, foto real.
Nadie sospechaba que un culto de ‘depredadores’, ‘vampiros’ y ‘monstruos’ (como lo dio a conocer la prensa de la época), comenzó a anidar en un poblado al norte de la entidad, liderada por una verdadera sacerdotisa con sed de sangre y muerte que jamás se había visto hasta ese entonces.
Cuatro monstruos que nacieron separados, pero el destino los reuniría y juntos, habrían de orquestar la estafa y la masacre más brutal de la década en Tamaulipas, comparable solamente con la miseria que se vive hoy día en aquella ciudad fronteriza, donde el crimen reina impunemente. 
Uno de los cerebros y el principal, por el que el culto se sostenía llevaba por nombre Magdalena Solís, quien siguió la misma línea que las mentes criminales dedicadas al homicidio desde su tierna infancia. Uno de los pocos casos documentados de asesinas seriales femeninas sin otra motivación más que el depravado placer sexual de ver, sentir, oler y saborear a la muerte misma. 




Criada en el seno de una familia disfuncional y como la gran mayoría de los mexicanos de la época en la zona rural, pobre, sin aspiraciones más que la de apegarse al ejemplo de los abuelos en formar una familia y morir en ella.
Sin embargo, Magdalena, a pesar de las dificultades, nació con una mente privilegiada, pues se sabe que era una criminal organizada, visionaria, sedentaria pero calculadora y sobre todo, líder, lo que la llevó a la cabeza de una de las sectas más vomitivas de la historia de México.
A falta de oportunidades y mejores propuestas de trabajo, aprovechó su cuerpo y tan solo al alcanzar la mayoría de edad se dedicó a vender su cuerpo en las calles (tal vez antes, dado que la prostitución para los años 60 y principios de los 2 mil, era y aún es ejercida por menores de edad en el país).
De acuerdo con crónicas de la época, su hermano Eleazar Solís, era quien la ‘padroteaba’ al mejor postor, ya que al ser ambos campesinos, las oportunidades que les brindaba la sociedad eran mínimas por no decir casi nulas.
Fue entre los años 1962 y principios de 1963, cuando los hermanos Solís fueron encontrados por otras dos mentes criminales quienes ya tejían un fraude contra campesinos de una comunidad bastante marginada llamada “La Yerbabuena” en el norte de Tamaulipas.


Vista de la zona serrana de Yerbabuena desde Villagrán.

Los hermanos Santos y Cayetano Hernández, ya tenían varios meses intentando engañar a los campesinos de aquella comunidad rural (unas 50 familias sumidas en la pobreza extrema), a quienes dijeron que llegaron para solucionar sus problemas monetarios. La realidad era otra.
Lo que no especificaron era que se trataba de “su” propia necesidad económica, pues ambos idearon ‘la estafa’ perfecta, al decirle a los campesinos que su llegada no era por casualidad, pues se trataba de ‘profetas’ de los exiliados dioses incas.

Les aseguraron que las viejas profecías apuntaban a que el retorno de estas entidades ancestrales estaba por ocurrir para tomar potestad de todo lo que les correspondía, pero estaban dispuestos a perdonar a quienes se sometieran de buena voluntad a sus designios y a cambio, prometieron oro y joyas escondidos en las entrañas de la tierra, como alguna vez se las otorgaron a las antiguas civilizaciones. 
Por supuesto que se trataba de una muy elaborada estafa, puesto que los incas jamás habitaron territorio mexicano; pero esto no fue impedimento para que los pobres jornaleros creyeran en las patrañas que salían de la boca de los hermanos Hernández, quienes vieron en ellos la oportunidad perfecta de resolver sus problemas de dinero.
Por algunos meses la farsa rindió sus frutos, pues los campesinos, embelesados, entregaron lo poco que tenían para mantener a estos sujetos, quienes vivieron a expensas del miedo y la ignorancia de la gente, quienes les vieron con temor hasta que las promesas de oro y riquezas no se vieron cumplidas.
Fue ahí cuando comenzaron a notarse que ni castigo ni abundancia llegaba para ellos, por lo que las murmuraciones no se hicieron esperar. Más temprano que tarde, los estafadores se vieron en la necesidad de idear una especie de ‘extensión’ a su plan, por lo que acordaron buscar a más personas que quisieran ser sus cómplices en esta cruel jugada de abuso a la ignorancia de la gente.
Tuvieron que ausentarse por algunas semanas en busca de ‘mercenarios’ que quisieran seguirles la corriente en esta treta, vagabundos, ebrios… prostitutas, hasta que encontraron a Magdalena y a su hermano, quienes vieron en este ‘negocio’ la oportunidad que tanto habían esperado para dejar de trabajar en las calles.





Luego de explicar a detalle y coordinarse para evitar quedar al descubierto, los cuatro acordaron que Magdalena sería presentada como la reencarnación de Coatlicue6, diosa madre del Partenón Azteca, por lo que tendría que representar su papel fielmente para que todo saliera a la perfección.
Se realizaron sacrificios humanos.
La presentación de la adolescente ante los adeptos fue adornada por trucos baratos y parafernalia rebuscada que aun así, logró su objetivo, pues al verter una cortina de humo ante la multitud, quienes esperaban impacientes las pruebas de que los hermanos Hernández eran quienes decían ser, emergió una bella jovencita, quien se presentó como la milenaria deidad y pidió de inmediato adoración y por supuesto, tributo, a cambio de bendiciones y favores sexuales.

Magdalena encontró en esa representación lo que necesitaba para sentirse plena, encontró inspiración y sumado a su marcada tendencia psicópata, llegó a creer que en verdad ese era su propósito en la vida, ser adorada.
Los que llegaron a verla en uno de tantos rituales, aseguraron que la mujer en verdad creía ver apariciones y milagros durante aquellas sesiones, donde además, se abusaba del consumo de mariguana y peyote.




Dichos rituales contenían grotescos actos de abuso, sadismo, pedofilia y actos de fetichismo que los empujaron aún más allá de la frontera de la locura, llevándolos a cometer crímenes a sangre fría, en presencia de otras personas, quienes veían aterrorizados los actos de los “emisarios y la diosa”.
No pasó mucho tiempo para que alguno de los adeptos se hartara de aquellos actos aberrantes donde la “diosa” y sus súbditos se sometían a intensas orgías donde además, obligaban a los niños a participar mientras el humo de la “hierba sagrada” inundaba la cueva enclavada en la sierra donde cometían actos degradantes para la dignidad humana.
Cuando uno de los campesinos decidió levantar la voz y otro más le siguió en murmuraciones por la comunidad. Pero la sentencia estaba dada, no hubo juicio más que el de la “dadora de la vida”, quien ordenó a sus seguidores apresar a quien estaba dando quejas y representaba un ‘peligro’ para el culto.
Para ese entonces, Magdalena Solís ya tenía fuertes delirios religiosos, en realidad creía ser la encarnación de la diosa azteca, por lo que ordenó a sus seguidores que castigaran al quejoso, quienes fueron linchados por la multitud.
 A partir de ahí no había vuelta de hoja, sus crímenes escalaron en cuanto a la violencia, pues de un momento a otro, la supuesta Coatlicue, comenzó a exigir sacrificios humanos y trascendió que incluso el consumo de carne humana, es decir, canibalismo.
Lo llamaron “El Ritual de Sangre”, pero se trataba del castigo corporal más brutal para esos momentos dentro de la secta, pues consistía en golpear multitudinariamente a la víctima, quemarle los pies y otras parte del cuerpo, para luego desangrarlo mediante una sangría que tarde o temprano acabaría por matarlos.
Pero esto no quedaba así, pues los sacerdotes de la mujer sostenían el maltrecho cuerpo del infortunado y captaban la sangre del blanco, la cual era mezclada con sangre de aves, la cual era bebida por la mujer y sus adeptos, para luego de algunos minutos extraerle el corazón.

Era una noche del mes de mayo de 1963, cuando un joven de 14 años de edad, vecino de la localidad, Sebastián Guerrero, deambulaba por las cercanías de las cuevas en donde la secta de Solís realizaba sus ritos. Atraído por las luces y los ruidos que salían de una de las cuevas, entró a husmear; se encontró con un terrible espectáculo, en silencio observó la atroz masacre que sufrió una pobre y desconocida víctima.

Aterrado, corrió más de 25 Km., desde Yerba Buena hasta la localidad de Villa Gran, lugar donde se encontraba la estación de policía más cercana. Exhausto y todavía en estado de shock, no acertó en dar ninguna otra descripción del "grupo de asesinos, que presas del éxtasis, se aglutinaban para beber sangre humana", como vampiros.
Los oficiales se rieron de las declaraciones balbuceantes de Guerrero, las tomaron como los delirios de un muchacho perturbado o drogado. A la mañana siguiente, un oficial, (el investigador Luis Martínez) lo escoltó a su casa y de paso podría mostrarle "donde había visto a los vampiros". Ese fue el último día que Sebastián Guerrero y Luis Martínez fueron vistos con vida.

Aprehensión y condena
La policía consternada por las desapariciones de Guerrero y Martínez, tomaron el caso en serio, se comenzó a hablar de una secta satánica. El 31 de mayo de 1963, la policía en conjunto con el ejército desplegaron un operativo en Yerba Buena. Detuvieron a Magdalena y Eleazar Solís en una finca de la localidad, tenían en su poder una considerable cantidad de marihuana. Santos Hernández murió abatido por las balas de la policía al resistirse al arresto. Cayetano Hernández fue víctima de sus propias mentiras: fue asesinado por uno de los miembros locos de la secta, llamado Jesús Rubio, que ante la crisis quiso poseer una parte del cuerpo de un sumo sacerdote para protegerse.
En pesquisas posteriores se encontraron, primeramente, los cadáveres descuartizados de Sebastián Guerrero y Luis Martínez, cerca de la finca donde fueron detenidos los hermanos Solís, (a este último se le había extirpado el corazón, al estilo de los sacrificios aztecas), después fueron hallados los cuerpos, también descuartizados, de las otras 6 personas, en las inmediaciones de las cuevas.
Magdalena y Eleazar Solís fueron condenados a 50 años de prisión, por tan solo 2 homicidios, (los de Guerrero y Martínez), no se les pudo comprobar su participación en los otros 6 asesinatos porque todos los miembros del culto detenidos se negaron a declarar.
Muchos de los miembros de la secta murieron abatidos en el tiroteo con la policía ya que, armados, se atrincheraron en las cuevas. Los que fueron detenidos, fueron condenados a 30 años de prisión por 6 cargos de asesinato en la modalidad de "homicidio en grupo o pandilla, o linchamiento", su condición de analfabetismo y pauperismo sirvieron de atenuantes. No fue hasta años después que algunos ex-miembros de la secta hablaron de los horrores del culto.







lunes, 1 de octubre de 2018

Gregorio Cárdenas “El Estrangulador de Tacuba"

*Becado por PEMEX. *Asesino con un alto coeficiente intelectual. *Culto *Absuelto por el presidente Luis Echeverría. *Aplaudido en la cámara de Diputados por su “reforma”.



                  Por Álex Cazarín

Pese a que fue uno de los casos más sonados en los medios de comunicación en la década de los cuarenta luego de darse a conocer los cuatro asesinatos a sangre fría que cometió, el capitalino veracruzano (por su afinidad con este estado),  Gregorio Cárdenas Hernández, alias “El Estrangulador de Tacuba”,  “El Carnicero”  o simplemente “Goyo”, nació en el año de 1915 en la Ciudad de México, comenzó sus primeros años de vida como la gran mayoría de sus colegas del crimen, con una deficiente crianza y traumáticas experiencias que lo dejaron marcado para el resto de su vida.
                 
Cárdenas Hernández sufrió de un daño neurológico grave que provocó una encefalitis a temprana edad, un factor decisivo que lo llevó a mostrar un comportamiento errático desde su más tierna infancia, pues es sabido que disfrutaba de torturar a los animales, un rasgo que distinguió también a otros criminales. El doctor Alfonso Quiroz Cuarón, en su libro, “El Estrangulador de Mujeres”, indicó que éste sujeto mostró luego de su captura una personalidad neurótica compulsiva y evolutiva, tendencias homosexuales, un elevado narcisismo y erotismo sádico “con rumbo esquizo-paranoide”, además de que por sus propias declaraciones, sostuvo una relación enfermiza con su madre, Vicenta Hernández, quien lo reprimió en todos los aspectos hasta su adolescencia.
                  Se sabe que además de sus marcados rasgos antisociales, Cárdenas sufría de dificultades para controlar su esfínter, por lo que en muchas ocasiones se vio envuelto en situaciones vergonzosas delante de otras personas, lo que acentuó el rasgo antipático que lo caracterizaba. Sin embargo, las dificultades que tuvo que sortear durante su juventud, no le impidieron conseguir una beca por parte de Petróleos Mexicanos (PEMEX) debido a que este personaje siempre demostró un alto coeficiente intelectual en comparación con sus compañeros de estudios.
                  Tuvo un fugaz matrimonio con una mujer llamada Sabina Lara González, pero se divorció poco tiempo después, aunque se especuló que se trató de la manera sumisa en la que se comportaba, lo que provocó la ruptura con su primera esposa, a quien no le agradó la actitud de Cárdenas por lo que decidió dar por terminado el matrimonio.
                  A los 27 años de edad, “Goyo” cursaba sus estudios en Química y a la vez, pudo “acomodarse” en varios proyectos en la en ese entonces paraestatal, lo que le permitió separarse de su madre y comenzar una vida independiente en la capital, donde rentó una casa de muy buen ver que más tarde sería usada por Cárdenas para enterrar algunas de sus víctimas.
Los rostros de sus víctimas.
                  “Goyo” disfrutaba de estrangular a sus víctimas con una cuerda en la privacidad de su domicilio, donde emulaba a las arañas y atraía a las mujeres a las que “les había echado el ojo”, como cuentan los medios de la época. El apodo de “El Estrangulador de Tacuba” lo obtuvo del lugar donde comenzaron los asesinatos, en el famoso barrio de Tacuba en la Ciudad de México, en la calle Mar del Norte 20, pero no fue sino hasta el año de 1942, entre los meses de agosto y septiembre, cuando pasó del maltrato y asesinato de mascotas a poner las manos sobre seres humanos.
                  Concretamente el 15 de agosto de 1942, cuando llevó a su casa a una menor de edad dedicada a la prostitución, una jovencita de nombre Ángeles Gonzáles, popularmente conocida en los barrios bajos como “Bertha”, a quien luego de sostener relaciones sexuales con ella la estranguló con un cordón de sus zapatos y luego la enterró en su jardín.
                  Cabe mencionar que “Goyo”, al igual que los que se han iniciado en la senda del asesinato por placer, comenzó (en sus propias palabras) a sentir la necesidad de ver a su víctima exhalar su último aliento frente a su rostro.
                  Días más tarde contrató los servicios de dos prostitutas menores de edad, a quienes había elegido precisamente por la facilidad con las que podía deshacerse de ellas a causa de su situación vulnerable. Una de ellas, fue identificada como Raquel González, de 14 años de edad, aunque meses más tarde de la detención del asesino, se comprobó que no se trataba de ella pues por su propio pie se presentó ante las autoridades, aunque se desconoce la identidad del cuerpo que en edad y algunos rasgos, era idéntica a ella, lo que provocó un infarto a la hermana de Raque, quien murió al enterarse de la supuesta muerte de su hermana. Ambos cuerpos permanecen sin identificar.
                 
La tercera víctima fue una alumna de la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM, Graciela Arias Ávalos, de 21 años de edad, hija de un reconocido abogado de nombre Miguel Arias Córdoba, a quien “Goyo” se le confesó, pero ante la negativa cuando éste la fue a dejar a su casa en Tacubaya número 63, intentó besarla a la fuerza pero de nuevo fue rechazado aunque en esta ocasión la jovencita le propinó una terrible cachetada que sintió hasta lo más recóndito de su ego, lo que lo llevó a descargar  su ira contra el rostro de la jovencita, a quien molió literalmente a golpes hasta matarla con la manija de su auto.
                  No se sabe exactamente si la madre del homicida sabía o no de los actos de su hijo o si descubrió los rastros de sangre en su domicilio, pero la señora exigió a las autoridades que internaran a su hijo en el hospital psiquiátrico del doctor Oneto Barenque, ya que “había perdido completamente la razón”.
                  Como fue la última persona con la que se le vio a Graciela Arias, su padre solicitó la búsqueda inmediata que terminó en los pies de Cárdenas, a quien interrogaron en el hospital el ocho de septiembre, fue el subjefe del Servicio Secreto, Simón Estrada Iglesias, quien luego de varias horas recrudeció el interrogatorio, pues “Goyo” eludía las respuestas por comentarios sin sentido. En una de las preguntas, con los ojos desorbitados como un demente, le enseñó un pedazo de tiza o gis y le dijo: “Mira, son pastillas para volverse invisible”. Sin embargo, terminó por confesar su crimen, lo que llevó a las autoridades a registrar su domicilio, donde encontraron el panteón que tenía en su patio trasero.
Un pie sobresalía del patio de "Goyo".
                  De acuerdo a crónicas de la época, la policía en compañía de “Goyo” entraron a la casa y sin mucho esfuerzo lograron encontrar un pie en estado de putrefacción que logró conducirlos a los demás cuerpos. En su despacho hallaron un diario personal que decía del puño y letra del asesino: “El 2 de septiembre se consumó la muerte de ‘Gracielita’, Yo tengo la culpa de ello, yo la maté, he tenido que echarme la responsabilidad que me corresponde, así como la de las otras personas desconocidas para mí. Los oculté porque tenía consciencia de haber cometido un delito”.
                  El 13 de septiembre le fue dictado el auto de formal prisión, por lo que quedó recluído en el famoso Palacio Negro de Lecumberri, en el pabellón de enfermos mentales, puesto que se creyó que se trataba de un “loco” peligroso, sin embargo, por acción de sus abogados, fue trasladado al Manicomio General de “La Castañeda”, donde inexplicablemente se le dieron privilegios y comodidades como el asistir a clases de psiquiatría que ofrecían en el manicomio así como entrar a la biblioteca sin problemas o recibir visitas de sus familiares, sin embargo, se le permitía salir de vez en cuando al cine “con una amigas”.
                 
El 25 de diciembre de 1947 se “fugó” aunque tal parece que salió por su propio pie con rumbo a Oaxaca, aunque 20 días después fue reaprendido y alegó que no escapó sino que solamente “se fue de vacaciones”. Las autoridades decidieron regresarlo a Lecumberri el 22 de diciembre, donde cursó la carrera de Derecho y se convirtió en abogado, también dibujaba la historieta de la prisión donde ilustraba crímenes famosos e incluso, tuvo tiempo de escribir varios libros, entre ellos Celda 16, Pabellón de Locos, Una Mente Turbulenta y Adios Lecumberri, que más tarde le reportaron jugosas ganancias a su cuenta bancaria.
                  Los medios de la época dieron a conocer que “Goyo” era un hombre culto, pues escuchaba opera, tocaba el piano que su madre le regaló, leía poseía, dirigió una revista en prisión, pintaba cuadros además de que levantó una tienda dentro de la cárcel. De igual manera se casó y tuvo dos hijos a quienes mantenía con las ganancias del establecimiento de abarrotes.
                  “A mí me examinaron como 48 o 50 médicos… unos señalaron esquizofrénia, otros psicopatía, otros diferentes tipos de epilepsia, otros debilidad mental a nivel profundo, otros… paranoia… sí como no”, dijo.
Los cuerpos descompuestos al ser desenterrados.
                  Se sabe que para que las autoridades tuviesen problemas si llegaban a capturarlo,  logró inyectar los cuerpos con una sustancia química para deformar los restos y que las autoridades no pudiesen hacer nada para reconocerlos. Solo una de sus víctimas fue reconocida legalmente.
                  En 1976 el presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, le otorgó el indulto luego de que la familia apelara a la cordura de “Goyo” quien era toda una celebridad e increíblemente se la otorgaron el 8 de septiembre de 1976 cuando abandonó la cárcel como un hombre libre.
                  Cabe mencionar que “Goyo” fue invitado por el entonces Secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, a la Cámara de Diputados, donde desde la tribuna recibió un homenaje luego de hablar de su vida y su “rehabilitación”, a lo que los diputados de mayoría priista le aplaudieron por sus logros que calificaron como “un gran ejemplo para los mexicanos”.            
Más tarde inauguró una exposición de pinturas que le reportó jugosas ganancia.
Cuando el escritor Víctor Hugo Rascón Banda montó la obra teatral El estrangulador de Tacuba, protagonizada por Sergio Bustamante, Goyo asistió a los ensayos y desde las butacas ayudó al director a corregir algunos detalles. Sin embargo, terminó distanciándose, molesto por el tratamiento dado al caso, y demandó al director de la SOGEM por plagio, alegando que los derechos sobre la historia de sus crímenes le pertenecían a él. Goyo registró ante Derechos de Autor la narración de su caso. Sin embargo, tras un peritaje de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, perdió la demanda.
Años después, su vida se llevó al celuloide en el documental independiente Goyo, un macabro tributo exhibido en la Muestra Internacional de Cine, realizado por Ricardo Ham y Marco Jalpa, basado en una idea original de Verónica de la Luz, quien también lo produjo; José Estrada hizo una adaptación de su caso en la cinta El profeta Mimí; y el cineasta Alejandro Jodorowski filmó Santa Sangre, su espléndida y enfermiza película, inspirado en la biografía de Cárdenas. Además, el caso de Goyo se estudia desde hace décadas en Criminología y en la carrera de Derecho, en la UNAM.
Gregorio Cárdenas murió el 2 de agosto de 1999 y se convirtió de esa manera en el asesino serial más surrealista de la Historia. El pueblo le hizo canciones, hubo estampitas con su imagen, y fue idolatrado por la gente, que aún recuerda su nombre y obras.
"Goyo" presume sus fotografías.


lunes, 10 de septiembre de 2018

El “Jack el Destripador” mexicano

*Superó en asesinatos violentos al célebre asesino en serie británico. *Operaba del mismo modo que Jack en la Ciudad de México. *Jamás fue castigado y nunca mostró signos de arrepentimiento.



Por: Álex Cazarín


Francisco Guerrero Pérez..
Francisco Guerrero Pérez, alias “Antonio Prida”, “El Jack el Destripador mexicano”, “El Destripador del Río Consulado”, “Barba Azul”, “El Degollador”, “El Estrangulador” o “El Chalequero”, nacido en alguna parte del Bajío en el año de 1840, decimoprimer hijo de una familia de clase humilde, autoproclamado devoto de la Santísima Virgen de Guadalupe, fue el primero de los asesinos seriales reconocidos en México a la fecha.
El término “Asesinos Seriales” se le atribuye a Robert Ressler, un agente de la Oficina de Investigación Federal (FBI, por sus siglas en inglés) que usó dicha frase en su libro del mismo nombre, “Asesinos Seriales” en 1998, quien afirmó que el término lo asoció a un recuerdo de en su niñez, cuando solía ver una serie de aventuras por televisión que dejaba al espectador en vilo cada semana a la espera de un capítulo más espectacular; sensación puede encajar a la perfección con este tipo de criminales, quienes luego de algún hecho sanguinario quedan a la espera de noticias de sus “obras maestras” en los medios y siempre les queda el sabor en boca de que sus “acciones” no fueron tan perfectas como en sus más feroces fantasías, por lo que en la próxima esperan batir su propio record en busca de el crimen perfecto.
“Tras cada crimen, el asesino serial piensa en cosas que podría haber hecho para que el asesinato hubiera sido más satisfactorio”, publicó Ressler.
                  Sus brutales crímenes coincidieron con los del célebre asesino serial británico, Jack “El Destripador”, ambos llamaron la atención de los medios de comunicación de la época debido a su modus operandi, pulcritud a la hora de asesinar e incluso por la manera en la que ambos se desenvolvían con sus principales víctimas. Incluso, cuando los asesinatos de Jack, “El Destripador”, llegaron a oídos de los periodistas mexicanos en 1888, aparecieron titulares por todo el país como: “Hay un ‘Chalequero’ inglés”.

Por su parte, Jack, apodado “El Destripador”, fue un asesino al que se atribuyen cinco asesinatos confirmados en el barrio londinense de Whitechappel en 1888, cuyo modus operndi se caracterizaba por cortar la garganta a sus víctimas, cortes en el área genital y abdominal, extirpación de órganos y desfiguración de rostro de mujeres exclusivamente dedicadas a la prostitución.
                  La infancia de Guerrero Pérez, como la de todos los asesinos seriales, estuvo marcada por golpes y maltratos por parte de su madre, a quien le debía los principales traumas de su niñez; se sabe que no tuvo una figura paterna, por lo que tuvo que ingresar precozmente a la vida adulta al trabajar desde muy pequeño para ayudar en su hogar. De este modo, migró a la Ciudad de México a la edad de 22 años, en 1862, donde realizó diversos trabajos para poder subsistir, sin embargo, el más conocido de sus oficios y al que se dedicó hasta el fin de sus días, fue el de zapatero.
De acuerdo a crónicas de la época, como las de “El Libro Rojo”, una colección de cuatro libros que ofrece una compilación de crímenes y criminales famosos mexicanos editado por el Fondo de Cultura Económica, “El Chalequero” tuvo en su haber al menos 20 asesinatos de mujeres en la capital, pero se especula que podría haber más en su tierra natal debido a que se desconoce la fecha exacta en la que el hombre inició con su cadena de delitos, aunque la fecha oficial (no confirmada) es que empezó desde el año 1880 hasta su captura final en 1888.
Sin embargo, cabe mencionar que los peritos de la época en México, afirmaban que los asesinos psicópatas tendían a ser una mera involución de la raza humana, es decir, gente que provenía de familias en una especie de “retroceso” generacional donde cada camada de hijos nacía con características propias de los animales con todo e instintos, en cuya cima se encontraban estas personas que arrebatan la vida de manera sanguinaria sin remordimientos.
A Guerrero Pérez lo describían como un hombre sucio e indígena de aspecto casi simiesco, con características animales y una vida desorganizada a la que atribuían su deseo de sangre y viseras, nada más alejado de la realidad. Lo único acertado era en la descendencia indígena de Guerrero, sin embargo, su aspecto era un abismo de diferencia.
De acuerdo a reportajes de la época luego de su captura, el estrangulador de México era una persona distinta a la que los investigadores  buscaban, se trataba de un hombre que acostumbraba vestir de manera elegante, cuyo porte carismático lo hacía agradable ante la sociedad, en especial con las mujeres, quienes afirmaban que se trataba de todo un caballero pese a su condición social y grado académico, ya que Guerrero era un hombre bien educado e inteligente al que jamás le faltaba la compañía femenina.
Su manera de asesinar incluso da a entender que su coeficiente intelectual se encontraba por encima de la media ya que, contrario a lo que se decía de él (que tenía retraso mental), “El Chalequero” operaba de una manera organizada y siempre con astucia. No fue sino hasta el año de 1908, cuando reporteros influenciados por la imagen de Jack “El Destripador”, publicaron la verdadera imagen del asesino de la capital, un hombre delgado, de tez morena, estatura media, escrupulosamente arreglado a la manera occidental, con educación y porte refinado así como galante, al igual que aquellos ojos penetrantes que tantas veces aterraron a sus víctimas, solía vestir de manera estrafalaria aunque siempre conservaba la elegancia, usaba pantalones entallados de cahemira, fajas multicolores y en algunas ocasiones chalecos tipo charro.
Grabado de la época, de José Guadalupe Posada, que ilustra uno de los asesinatos cometidos por Guerrero.
Francisco Guerrero Pérez, tenía éxito a la hora de conquistar mujeres que, fuentes fiables así como testimonios de quienes lo conocieron afirman que contaba con su propio harem de mujeres a las que no se descarta, usó para ejercer la prostitución. Incluso hay quienes refieren que en la colonia Peralvillo, donde vivía, todos conocían los crímenes de Guerrero, quien en alguna ocasión alardeó de sus “logros” enfrente de sus mujeres a quienes veía como una mera herramienta para su propia satisfacción, sin embargo, se le llegó a escuchar alardear que era un fiel devoto de la Santísima Virgen de Guadalupe e incluso que en su niñez fue sacristán. “Era guapo, elegante, galán y pendenciero”, afirma un testimonio anónimo en 1888.
Cabe mencionar que el rasgo misógino altamente marcado en Guerrero Pérez no era un secreto ya que, quienes tuvieron contacto con él lo describieron como un hombre al que gustaba de someter a las mujeres a sus deseos sin importar de quién se tratase, lo que quedó demostrado al poner atención en cada uno de sus asesinatos reconocidos, donde el 99% de sus crímenes fue en contra de prostitutas a las que deshumanizó luego de abusar de ellas.
Psicólogos en la actualidad concuerdan que el asesino de Peralvillo poseía una personalidad psicopática, carecía de empatía, era bastante egocéntrico, sufría de ataques repentinos de ira, era manipulador y promiscuo, además de que vivía un estilo de vida “parasitario” pues se sabe que algunas de sus mujeres lo mantenían, además de que se cree era proxeneta, sin embargo esto último entra en conflicto ya que se sabe ejerció el oficio de zapatero hasta sus últimos días, aunque se notaba que su trastorno de personalidad y misoginia fue producto del rechazo materno que se inició en la infancia y degeneró en un complejo de Edipo no superado. Sin embargo, se sabe que sus características son propias de los asesinos seriales, sea cual sea la época y condición social de la que provengan.
Pese a que se sabe tuvo muchas amantes y mujeres a su servicio, “El Chalequero” vivió una vida marital ordenada con una mujer identificada como “María”, con la que procreó cuatro hijos reconocidos, sin embargo, se sabe que tuvo otros hijos fuera del matrimonio de los que poco o nada se sabe.
De los asesinatos vinculados a Guerrero se sabe que intentaba despojar a las mujeres de su feminidad y las deshumanizaba, puesto que cada uno de sus crímenes estuvo marcado con tintes sexuales degenerados que superaban el odio al sexo opuesto. Violaba a sus víctimas para demostrar su superioridad y ponía a las occisas bajo su pie hasta que el último aliento escapara de ellas. Se cree que todas sus víctimas fueron prostitutas, excepto la última de ellas de quien no se comprobó que ejerciera dicho oficio; sin embargo, las autoridades establecieron que no las mató por el hecho de ejercer la prostitución, sino porque representaban un sector más vulnerable de la población de las que podía disponer sin mucha dificultad.
“El Degollador del Río Consulado es un criminal nato… No hay datos suficientes que autoricen suponer que (…) El Chalequero haya cometido sus crímenes bajo la influencia irresistible de la perversión sexual (…) no los ha cometido bajo la influencia de una obsesión morbosa (…) los ha consumado por impulsos violentos conscientes (…) es, por lo tanto, un degenerado inmoral y violento…” escribió Carlos Roumagnac, uno de los primeros criminólogos mexicanos para la prensa.
Guerrero, al igual que el tristemente célebre asesino británico Jack, “El Destripador”, con quien compartió la misma época y años de su carrera delictiva, abordaba a sus víctimas bajo el pretexto de hacer uso de sus servicios, sin embargo, luego de hacer uso de las mujeres las amagaba y, como ya se encontraban en un lugar solitario, las asesinaba estrangulándolas o simplemente las degollaba para finalmente desaparecer los cuerpos.
Se sabe que para rebanarle el cuello a las infortunadas utilizaba un cuchillo de curtidor, también usado en el oficio de los zapateros, el cual consta de una punta curva bastante resistente con la que se puede cortar cuero con facilidad.
No fue sino hasta la penúltima víctima, que se supo de la identidad del violento asesino luego de que ésta fuera dada por muerta y más tarde hallada para contarles los hechos a las autoridades. Fue una prostituta llamada Lorenza Urrutia quien estuvo grave durante varias semanas pero logró reponerse para luego testificar en contra de Guerrero luego de que afirmó que tuvo dos encuentros con él, el primero cuando la abordó en las vías del tren y ella lo rechazó bajo el pretexto de que “tenía que ir a cobrar un dinero”, sin embargo, dos meses después ya no se lo pidió por las buenas y la condujo a un área despoblada donde la metió en una cueva y por dos días abuso brutalmente de ella y pudo escapar luego de que su captor se ausentó, presuntamente a comprar alcohol a una pulquería cercana.
El 13 de febrero de 1888 fue detenido por el detective Francisco Chávez, quien luego de la denuncia de varios vecinos entre los que se encontraban José Montoya, Eulalia González y una de sus víctimas, Lorenza Urrutia. Cabe mencionar que las denuncias fueron “tapadas” por el régimen del porfiriato, aunque Guerrero sí fue condenado, primero a la pena de muerte, luego por alguna razón el presidente Porfirio Díaz revocó la sentencia y le dieron 20 años de prisión en San Juan de Ulúa en Veracruz, aunque en 1904 recibió una carta de indulto por error y fue liberado para continuar sus fechorías.
Durante los años de 1904 a 1908 hubo un espacio oscuro del que se cree hubieron más víctimas de “El Chalequero”, sin embargo, fue hasta el 13 de junio de 1908 cuando Guerrero fue detenido por segunda ocasión por el asesinato de una mujer de la tercera edad, a la que no pudieron identificar plenamente, solo se sabe que su nombre era “Antonia”, a quien ejecutó a orillas del río Consulado, cuyo cuerpo fue hallado poco después del crimen.
Sin embargo, Guerrero cometió muchos errores que llevaron a su captura, alardeó de sus asesinatos en presencia de varios vecinos y en su última fechoría un niño presenció todo el crimen, se trataba de un pequeño pastor que llevaba al ganado para abrevar en el río, cuando notó los gritos de la mujer y corrió para ver qué sucedía, ahí lo presenció todo, desde la violación hasta el artero asesinato. De igual manera, dos hermanas lo vieron cuando se lavaba los brazos y la cara de la sangre de su última víctima, por lo que ellos tres fueron piezas claves para que las autoridades le pusieran tras las rejas sin mayor dilación.
Vista aérea de Lecumberri.
El “Estrangulador del Río” fue llevado a la conocida prisión de Lecumberri, donde se sentenció a la pena de muerte a sus ya 70 años de edad en el año de 1910, justo cuando inició la Revolución Mexicana, sin embargo, se sabe que Guerrero jamás admitió pena o culpa por los múltiples asesinatos a los que se le vincula.
Viejo, enfermo y sin culpa, el “Jack El Destripador Mexicano” comenzó a enfermar, algunas crónicas de la época afirman que se trató de tuberculosis, otros que su salud decayó a causa de una contusión craneoencefálica y algunos que simplemente  a causa de la edad, un día no pudo ponerse de pie y fue llevado moribundo al Hospital Juárez donde murió en santa paz.
Las víctimas de Guerrero se especulan en decenas, tal vez cientos si su mente atroz logró llevar a cabo otros asesinatos más, sin embargo, se conocen solo los nombres de nueve de ellas:
*Candelaria Mendoza.
*Francisca Rivero, alias “La Chichara”.
*María de Jesús González.
*Margarita, alias “La Burra Panda”.
*María Guadalupe Villagrán.
*Josefina Rodríguez.
*María Muñóz.
*Murcia Gallardo.
*Antonia, la última de sus víctimas.

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