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viernes, 7 de septiembre de 2018

La Cabaña (Parte I)

* En los rincones oscuros donde la presencia humana es casi nula, las leyendas ancestrales cobran vida en el silencio ininterrumpido que descansa al acecho de quienes se aventuran en pro de la civilización. *Los instintos básicos sucumben cada vez que se enfrenta a lo desconocido y todavía más, cuando se topa de frente con aquello que mora en las más horridas pesadillas. 



 Por: Álex Cazarín

En los rincones oscuros donde la presencia humana es casi nula, las leyendas ancestrales cobran vida en el silencio ininterrumpido que descansa al acecho de quienes se aventuran en pro de la civilización. En los resquicios de la quietud moran seres que la cultura del nuevo milenio cataloga como “ciencia ficción” e incluso colocan en un nuevo orden de la zoología no reconocida por la ciencia conocida como la “criptozoología”, que en la gran mayoría de las veces es tomada como “una ciencia de mentira”.
Con la llegada del nuevo siglo la mentalidad de las nuevas generaciones “despierta” y trae consigo multitud de conocimiento sobre hechos cotidianos, que para muchos resulta en lo que se conoce como “cultura popular”, datos y cifras que enriquecen la confianza en cada remesa de nuevas generaciones que han llegado a acrecentar su incredulidad cada vez más cerca a las peligrosas fronteras del límite permitido por la ciencia y la religión misma.
Sin embargo, se nos olvida que la “conciencia despierta” de las generaciones del nuevo milenio sucumbe ante los instintos más básicos cada vez que se enfrenta a lo desconocido y todavía más, cuando se topa de frente con aquello que mora en sus más horridas pesadillas a las que no puede negar a menos que desconfíe de sus propios ojos, encuentros que rompen con el dicho del santo: “Hasta no ver, no creer”.
Una de estas experiencias sucedió allá por el año 2005, cuando un servidor se encontraba de viaje por la zona sur de Veracruz, conocida como el Uxpanapa, lugar que colinda con la sierra chiapaneca y Oaxaca, parajes poco explorados por el hombre, donde las comunidades abundan cerca de la mancha urbana y otras que permanecen alejadas en busca de nuevas tierras de cultivo donde incluso vestigios de la antigua cultura Olmeca dejó sus huellas en cuevas, monolitos y figuras enterradas en el barro.
Me encontraba en aquél lugar en una misión de enseñanza para el Consejo Nacional de Fomento Educativo, joven, incrédulo y con las manos puestas en los libros que poseían el conocimiento dedicado a las mentes frescas de aquellos a los que urge una educación de calidad en los rincones más alejados del estado.



Río Uxpanapa, a la altura de "La Concepción". (Foto.-Redes)
Poco antes del inicio del ciclo escolar me tocó ir a una comunidad conocida como “Palancares”, una comunidad a la que logré arribar luego de cinco horas de transbordar en una camioneta de transporte rural y cruzar el majestuoso río Uxpanapa, que por aquél entonces se encontraba bastante turbio debido a las recientes lluvias y “crecidas” en la zona.  El lugar estaba bastante alejado que incluso el servicio de energía eléctrica era un sueño lejano para quienes habitan tan hermoso paraje, casitas de madera distanciadas desde varios cientos de metros hasta kilómetros unas de otras. Todas acogidas por los brazos de la vegetación que ha hecho suyo cada rincón hasta donde alcanza la vista, cuevas y pequeñas cascadas que están veladas de los curiosos, incluso de los mismos pobladores.
Zona serrana del Uxpanapa. (Foto.-Redes)
Al llegar, un sábado por la tarde alrededor de las 18:00 horas, fui recibido por un hombre quien dijo ser el coordinador de padres de familia de la comunidad, que había llegado a enseñarme una cabaña de madera de poco más de tres por tres metros, de la que me entregó un juego de llaves y afirmó que más tarde alguien traería algo de cenar, entre algunas recomendaciones me dijo algo que me dejó un poco pensativo: “Le ruego que por favor no salga de noche porque se puede perder… o tenga cuidado cuando por alguna razón tenga que salir porque aquí es muy peligroso, por estos lugares ‘el tigre’ hace de las suyas y podría ser su presa”, luego de la advertencia salió del lugar con una sonrisa propia de los habitantes de aquella región veracruzana, cálido y risueño.
El sol daba de frente a la puerta y pude notar que ya era bastante tarde además de que el silencio era total en aquel paraje, en un principio dudé en sus palabras, -¿Un tigre? Que va…- Dije en tono sarcástico, pues para mí, el concepto de un felino cuyo origen y hábitat son las frías regiones de Asia, resultaba en una simple broma para asustar al forastero en turno e incluso barajee la posibilidad de que se tratara de un ejemplar que tal vez se escapó de algún circo o de alguna hacienda de gente adinerada, por lo que decidí hacer caso de la advertencia así fuese una broma.
En eso se entretenía mi mente mientras sacaba las cosas de la maleta y preparaba una vetusta mesa como escritorio, libros de texto que usaría en aquella semana con los niños de educación primaria de los que me haría cargo, lapiceros y libretas por igual; también esperaba la llegada de dos compañeros más, Carlos Mario y Manuel, un par de docentes más que trabajarían conmigo en esa pequeña escuela rural.
Recuerdo que de una pequeña maleta negra saqué varios tomos de lectura y redacción así como de matemáticas con los que prepararía un pequeño test para los niños a fin de probar sus capacidades antes de aventurarme en enseñarles algo, sin embargo, me encontraba tan ensimismado en mis pensamientos que no pude notar a un trio de niños que se encontraban de pie en la puerta y miraban fijamente lo que hacía.
-Hola… -Dije un poco nervioso pues me sorprendieron lo sigilosos que fueron para que no pudiese notarlos. No respondieron-.
Montes y arboledas en el Uxpanapa. (Foto.-Redes)
Se trataba de una niña morenita de cabello negro en trenzas en un vestido color rosa pastel, de entre seis y ocho años de edad, así como dos varoncitos de al menos 11 años, ambos con botas de trabajo para el campo, pantalones azules y camisa blanca percudida así como sombreros de paja. Los tres con ojos curiosos que llegué a pensar, eran más negros que los de costumbre. No dijeron una sola palabra, pero les dije que podían pasar para que me dijeran en qué podía ayudarlos.
Entraron a la habitación, uno de ellos se sentó en mi catre y se acomodó para ver lo que hacía; el otro niño caminó hasta la mesa donde me encontraba y se sentó en una silla que jaló y se sentó luego de llevar su mentón a sus palmas para observar cómo acomodaba mis libros.  La niña, por su parte, luego de mirar por dentro el lugar, salió en silencio y comenzó a correr mientras en tono juguetón golpeaba las paredes de madera con una rama de árbol que se encontraba por ahí en el suelo mientras cantaba algo con esa vocecita chillona mientras tarareaba una melodía.
Mi nerviosismo aumentaba conforme pasaban los minutos pues los niños no se movían de sus lugares, incluso pude sentir cómo se erizaba mi piel al notar las miradas de aquellos chicos sobre mí a la par del canto de aquella chiquilla que no paraba de correr alrededor de la cabaña mientras cantaba y agitaba esa rama a la vez que le pegaba a los muros.
-¿Y bien? ¿En qué puedo ayudarlos? –Dije nervioso sin dejar de acomodar mis cosas, pues traté de parecer lo más calmado posible ante mis pequeños invitados, no quería generar desconfianza ante quienes podrían ser mis alumnos-.
                Por un momento pude escuchar un murmullo de los niños, quienes se miraron el uno al otro, sin embargo, sus voces eran agudas, incluso chillonas, como si imitaran la voz de algún personaje de caricatura. La niña seguía bailando alrededor.
                Volteé y me dirigí al que estaba a mi derecha sentado a la mesa: “Mi nombre es Álex, ¿cómo te llamas?
                -“Álex… Álex…” –Dijo con aquella vocecilla.
                Justo en ese momento pude escuchar a lo lejos el chiflido de un hombre y claramente pude notar los cascos del caballo que se aproximaban, mientras que el hombre dijo: “’Maistro’, ¿ya está usted aquí?”.
                Miré a los niños y les dije, “no toquen nada, ya vuelvo”, mientras me asomaba por la puerta y noté que a unos cien metros se acercaba un hombre de al menos 60 años de edad, quien chiflaba una alegre canción y me recibió con un saludo desde su caballo.
                -¿Cómo está usted, ‘maistro’? –Dijo alegre el hombre de campo.
                -Aquí nomas… -Respondí- Con los niños…
                -¿Cuáles niños? –Dijo al bajar de su montura y notar que dentro no había nadie. Silencio, oscuridad y un viento helado que emanaba desde el interior, como si se burlara de mí con una risilla al aire. 
                (Esta es la primera parte del relato, en breve publicaré la segunda parte de aquella horrible primera noche en la serranía y de la vez en la que pude ver a un ser ancestral a la cara.)


(Nota.-El presente texto es obra y propiedad de su autor, se prohíbe la reproducción de dicho texto para fines no establecidos con el portal sin previa autorización.)


jueves, 6 de septiembre de 2018

La Vampira del Raval

*Muchas veces ignoramos que los relatos más escalofriantes, sádicos y sangrientos son aquellos que ocurren en nuestra realidad, historias que muchas veces a suceden a la vuelta de la esquina, en la casa de junto e incluso, al lado de nuestra habitación. *¿Qué pasaría si estos seres mitológicos fuesen reales? *¿Si aquellos a quienes imaginamos con capas y colmillos fuesen más ordinarios de lo que creemos?


Por: Álex Cazarín
Existen leyendas y mitos urbanos que han trascendido generaciones y han estremecido a quienes las han escuchado debido a sus crudos detalles a la hora de pasar de boca en boca a través de diversas fronteras, historias que se han plasmado en tinta para deleite de aquellos que aprecian la buena lectura de terror como las del célebre autor Bram Stocker, quien con sus magistral prosa nos regaló ejemplares como “Dracula”, que rebosaba de supersticiones y mitos sobre los vampiros que más tarde marcó un punto y aparte en la literatura terror y misterio e incluso se tornó en la Biblia de los amantes de estos seres sobrenaturales de la época.
H.P. Lovecraft.
Autores como Edgar Allan Poe nos deleitaron con relatos cortos e historias que muchos solo hemos imaginado en el más oscuro de nuestros pensamiento así como aquellos que plasmaron los delirios de sus pesadillas en el papel como Howard Phillip Lovecraft y en la literatura más clásica, El Marqués de Sade, quien dejó salir la más grotesca visión de lo prohibido en aquella época.

Sin embargo, muchas veces ignoramos que los relatos más escalofriantes, sádicos y sangrientos son aquellos que ocurren en nuestra realidad, historias que muchas veces llegan a suceder a la vuelta de la esquina, en la casa de junto e incluso, al lado de nuestra habitación. El hombre siempre ha tenido la capacidad de asombrar a la hora de escribir para llegar a un público específico, pero pocas veces se logra plasmar la realidad de las cosas en un papel.
Relatos cien por ciento verídicos que solo han llegado a pasar por la mente más retorcida que divarea en las olas de la locura misma y que, al enterarnos de ellos en los periódicos y crónicas de nota roja provocan nauseas por la bajeza y crueldad con la que llega a comportarse la humanidad. Como reza el dicho: “La realidad siempre supera a la ficción”.
Los vampiros siempre se han retratado como seres místicos que poseen extraños poderes de seducción para someter a los humanos a su propia voluntad y esclavizarlos para su propio beneficio; seres inmortales que poseen dones más allá de la comprensión humana, a menudo protagonistas en novelas y cuentos que los describen como criaturas imposibles que desafían toda lógica. Pero, ¿qué pasaría si estos seres mitológicos fuesen reales? ¿Si aquellos a quienes imaginamos con capas y colmillos fuesen más ordinarios de lo que creemos?
La Vampira del Raval
Enriqueta Martí Ripollés, nacida el 2 de febrero de 1868 en  Sains Feliú de Llobregart, capital de la comarca catalana del Bajo Llobregat, fue una mujer como cualquiera en la calle, una dama de clase media que podría mezclarse en una multitud como la más normal de las mujeres de su época. 

 De muy joven se trasladó de su ciudad natal a Barcelona, España, donde pudo encontrarse de lleno con la falta de un empleo “a su altura”, quizás como cualquiera que deja su pueblo para ir a triunfar a las grandes ciudades y se topa de frente con la realidad de las cosas, que el dinero se esfuma rápido y el trabajo es lo menos gratificante que se puede esperar.
Tal vez esto la llevó a cargar con una doble vida poco después de instalarse en su nuevo hogar, pues de día, adoptó una personalidad humilde en busca de las dádivas de la sociedad y mendigó en las principales calles por unas cuantas monedas para poder subsistir, sin embargo, se sabe que también ejerció la prostitución en burdeles de Barcelona y Santa Madrona desde muy joven, o eso es lo que muchos creían de ella pues era bastante reservada para con sus vecinos.
Lo cierto es que Enriqueta vestía harapos a la luz del sol y caminaba por aquellas casas de caridad donde pudieran ayudarla, conventos e iglesias con tal de ganar algún recurso para ayudarse o cuando no, visitar casas de mala reputación en busca de hombres que pudieran pagar por sus servicios, pero lo que muy pocos sabían era que la mendiga y prostituta no era lo que parecía, pues al llegar la noche mudaba su piel y dejaba atrás los despojos sucios que se colgaba y vestía con las ropas más finas que el dinero pudiera pagar, ostentosas pelucas y fina joyería adornaba su cuello, era la otra cara de su moneda frente a los demás.
Se mezclaba con la alta alcurnia y empezó a forjarse una reputación de cara a la gente más pudiente de la sociedad barcelonesa, pero fue a los 27 años de edad que contrajo matrimonio con un más o menos reconocido pintor de nombre Juan Pujaló, con quien llevó una relación que no tardó en volverse un tormento para la pareja, pues de acuerdo con registros en medios luego de conocerse de su vida, se separaron y reconciliaron por lo menos seis veces.
Pujaló y Ripollés nunca tuvieron hijos, a menudo los problemas se debían a la profesión de la mujer, que aún de casada no abandonó la prostitución que para ella era más que un simple trabajo pues poco después de que llegó a Barcelona se dedicó a la prostitución de menores, cosa que su marido desconocía hasta el día en que cayó en las manos de las autoridades.
Enriqueta llegó a regentear un prostíbulo donde ofrecía a niños de entre tres y 14 años de edad, a quienes entregó en manos de gente adinerada que conoció en su doble vida luego de visitar lujosos lugares como el Teatro del Liceo y el Casino Arrabassada, donde consiguió no solo clientes para los menores sino también poderosos contactos que más tarde la librarían de la mano de la justicia.
Además de los dos trabajos que le fueron conocidos, Enriqueta Martí también se llegó a dedicar a la hechicería y la alquimia pues dedicaba parte de su tiempo libre en la creación de “ungüentos especiales” para los más adinerados de España, pociones, pomadas y cataplasmas para esos males que no pudieran ser curados por la ciencia médica, fabricó mejunjes de todo tipo de una manera poco ortodoxa, mística y sobre todo, brutal, pues llegó a utilizar a niños vivos para sus experimentos y creaciones especiales, pero como dice el viejo adagio: “La enfermedad, Dios y el dinero, siempre son la excusa perfecta”.
La mujer, luego de atravesar el umbral de la crueldad y la codicia ruin, no dudó en utilizar a los menores que comenzó a secuestrar, pues de acuerdo a reportes policiales de la época, se sabe que tuvo que ver con raptos de niños en diversas áreas de la zona rural de España, niños de campo y sobre todo, huérfanos que nadie extrañara, de quienes utilizó toda la materia prima que pudo extraer, cabellos, piel, dientes, grasa, uñas, lágrimas, sangre así como el tuétano los mismísimos huesos que ofrecía en presentaciones aptas para el consumo humano, todo en pro de la salud de los más pudientes quienes según las malas lenguas, llegaron a competir por sus productos. Jamás desperdició nada del cuerpo de los pequeños, razón por la cual jamás encontraron restos humanos completos de los desaparecidos.
 En 1909 fue detenida por la sospecha de que regenteaba un burdel de niños, sin embargo, más tardaron en detenerla que ella en salir de prisión, pues las influencias con las que contaba la libraron de la mano de la ley y todo quedó en poco menos que un vulgar rumor de algunas personas de poca importancia, por lo que la mujer siguió en lo suyo por algunos años más.
Las desapariciones en ciudades y pueblos cerca de Barcelona se especulan en decenas, ya que la mujer operó por más de una década previo y después de su detención, ya que las amistades con las que se codeaba la protegían de cualquier curioso que se interesara por el tema. Sin embargo, fue el 10 de febrero 1912 cuando la desaparición de una menor de nombre Teresa Guitart Congost desató la alarma en la población, quienes durante semanas emprendieron una búsqueda sin resultados que puso a las desapariciones de menores en el radar público.

Enriqueta por su parte, siguió con su actividades cotidianas hasta el 17 de febrero cuando una vecina del número 29 de la calle Poniente, de nombre Claudia Elías, notó que en el piso que alquilaba Martí Ripollés se encontraba una niña extraña, totalmente rapada y con un aspecto demacrado, que resultó bastante sospechoso y de inmediato se encendieron sus alarmas, pues en el tiempo que llevaba de conocer a su vecina Enriqueta, jamás le había conocido hijo alguno.
La mujer decidió informar a las autoridades al respecto puesto que hiló las desapariciones con la extraña niña y además, notó que la menor miraba por la ventana del patio interior de su escalera y jugaba con otro niño a quienes intentó hablar pero éstos le cerraron con miedo la ventana en el acto. La señora Elías contó lo que había visto a su amigo, un hombre de oficio colchonero, a quien comentó que su vecina no tenía hijos y que le resultaba extraña la repentina aparición de dos menores de un día para otro.
De estos hechos dieron parte al agente municipal, José Asens, quien de inmediato se comunicó con su jefe, el brigada Ribot, pues las desapariciones de niños era un tema que no había que subestimar. Más tarde, el 27 de febrero, el brigada Ribot reunió a dos agentes policiales y bajo la excusa de que la mujer “tenía gallinas en su patio”, ubicaron a Enriqueta en la calle Ferlandina, donde al ser aprehendida se mostró sorprendida por tal acusación en su contra.
Al llegar a su domicilio, Martí Ripollés se mostró tranquila pese a que encontraron en su departamento a dos niñas menores de edad, una de ellas efectivamente era Teresita Guitart y otra a quien identificaron como “Ángela”, quien al ver a los agentes se afirmó que era hija de Enriqueta, cosa que fue puesta en duda, pues Teresita de inmediato informó que Enriqueta la atrajo con la promesa de darle dulces y logró que por unos momentos se apartara de su madre, solo que al ver que estaban lejos de su familiar la niña comenzó a desesperarse pero de inmediato la mujer le colocó una capucha negra y la sustrajo hasta su domicilio.
La menor relató a los agentes que de inmediato Enriqueta le cortó el cabello y le ordenó que de ahora en adelante se identificara bajo el nombre de “Felicidad” o “Felicita” y que desde ese momento no tendría padres más que ella, quien se autodefinió como su madrastra. Teresita fue alimentada con simples papas y pan duro con agua, además de que a diario era amenazada por Enriqueta, quien no la golpeaba pero siempre insultaba además de propinarle pellizcos si desobedecía sus órdenes.
Los restos
Teresita contó a los agentes que a menudo Enriqueta la dejaba a solas con “Angelita”, sin embargo, en una oportunidad, cuando la “madrastra” las dejó solas, se dirigieron a una de las habitaciones a las que Enriqueta no las dejaba ir, donde encontraron un saco de ropa en un armario toda niñas manchadas con sangre así como un cuchillo para deshuesar.
Por su parte, Enriqueta negó todo y se escudó en que a Teresita la encontró en la calle, famélica y desnutrida en la ronda de San Pablo, a quien amablemente acogió en su hogar para hacerse cargo de ella, pero su vecina desmintió los hechos al negar haber visto a esas niñas días atrás.
Fue “Angelita” quien puso la soga al cuello a la mujer pues su declaración resultó más oscura y perturbadora ya que contó que mucho antes de la llegada de Teresita a la casa convivió por poco tiempo con un niño de cinco años llamado “Pepito” a quien Enriqueta asesinó en la mesa de su propia cocina y dijo haber visto todo cuando echó un vistazo a los aterradores ruidos que provenían desde dentro de la casa, sin embargo, no contaba con que ella convivía con el diablo en persona al verla mientras asesinaba al niño a sangre fría mientras el pequeñito yacía ensangrentado ante su verdugo, por lo que corrió a su cama y se hizo la dormida.
Enriqueta Martí y las niñas secuestradas.
De estos hechos Martí negó todo y contaba vaguedades de su retorcida mente una y otra vez, incluso llegó a cambiar su apellido durante su declaración de Martí a Marina así como datos sobre su vida personal, aunque más tarde todo tomaría su cauce una vez llegó por voluntad propia el ex marido Juan Pujaló ante las autoridades. El hombre afirmó que desconocía el por qué detuvieron a Enriqueta, pero logró afirmar detalles que afianzaron la posición de las autoridades contra la acusada tal como que “Angelita” no era hija de Martí Ripollés puesto que ya hacía tiempo que se habían separado y nunca tuvieron hijos.
 Un médico apoyó a las autoridades e indicó que la mujer jamás había dado a luz por lo que era imposible que la menor fuese su hija, aunque más tarde, dentro de sus lagunas mentales la misma Enriqueta confesó haber asistido el parto de su cuñada, María Pujaló a quien arrebató a su bebé e hizo pasar como muerto durante el alumbramiento para quedarse con la criatura.
Durante una segunda inspección a la casa de la acusada, las autoridades confirmaron la versión de “Angelita” pues encontraron el saco con ropa de niños cubierta con sangre así como el cuchillo con el que había asesinado sabrá Dios a cuántos menores más. También encontraron un salón suntuosamente adornado, con vestidos finos para niños en el armario que marcaban un serio contraste con las otras habitaciones que eran obviamente antihigiénicas y austeras. 
Dentro de una de las habitaciones celosamente guardadas incluso encontraron palanganas con restos humanos, conservas de sangre, grasa convertida en manteca, cabellos de niños, pequeños esqueletos y manos mutiladas así como huesos en polvo que usaban para la creación de los caros ungüentos, era el laboratorio y bodega de quien los medios y la sociedad barcelonesa llamaron La Vampira del Rabal.
En cuanto a “Pepito” se desconocía su paradero aunque se sabía de su existencia puesto que dos personas lo habían visto, la vecina de nombre Claudia Elías y Teresita Guitart, ésta última daba fe de que convivió con el menor además del testimonio del asesinato que más tarde confirmaron las autoridades pues los restos humanos frescos hallados en el laboratorio de Enriqueta pertenecían al infortunado chico que lamentablemente no pudo ser rescatado de manos de la brutal asesina.
Periódico de la época el día de la detención.

Las autoridades la presionaron para que confesara sus crímenes, cosa que no tardó en llegar cuando Martí Ripollés flaqueó en sus declaraciones iniciales donde se decía una estudiosa del cuerpo humano y que los restos pertenecían a cadáveres que presuntamente sacaba de los cementerios cercanos. Ya en un momento de debilidad confesó que “cazaba” niños y los utilizaba para prostituirlos con algunos selectos clientes de quienes jamás reveló nombres pese a los interrogatorios además de que aquellos que ya no servían a su propósito eran objeto de experimentos y la nigromancia que practicaba Ripollés para luego ser vendidos en frascos que contenían sus restos en forma de pomadas y pociones para quienes pudieran darse el lujo de tan exóticos productos.
La policía siguió la pista de los lugares donde la Vampira del Rabal alquiló antes de ser atrapada, un piso en la calle Talleres, uno en la calle Palqués y una casa en la calle Juegos Florales en Sants. En todos ellos se hallaron pequeños restos humanos, como los de la casa en Sants, donde desenterraron del jardín los restos de un niño de tres años de edad así como una serie de huesos pertenecientes a menores de tres, seis y ocho años de edad, algunos todavía con prendas de ropa puestas como un calcetín que había sido zurcido, lo que llevó a pensar que la mayoría de los raptos los hacía a niños pobres o en estado de mendicidad cuyas familias no tuvieran los recursos para realizar una búsqueda o siquiera emprender una denuncia ante las autoridades.
Otra casa también fue cateada por las autoridades en su natal San Feliú, donde se hallaron libros de remedios, jarrones con extrañas criaturas en conserva así como tratados de hechicería pertenecientes a la familia Martí, el cual permanecía cerrado debido a la mala administración del padre de Enriqueta, de acuerdo al testimonio del ex esposo, Juan Pujaló.
En un piso de Poniente se hallaron curiosos libros elegantes, cartas y notas escritos en lenguaje cifrado así como un libro de registro con nombres de personalidades muy importantes de Barcelona, ésta última resultó tema de controversia pues se creía que eran los nombres de los clientes de La Vampira del Rabal a quienes proveía de menores tanto para prostitución como en forma de ungüentos, sin embargo, las autoridades evitaron que dicha lista viera la luz aunque trascendió que en ella había nombre de banqueros, políticos y comerciantes bastante conocidos, por lo que la policía presuntamente utilizó al medio ABC para que publicara un artículo donde se daba a conocer que esos nombres no eran más que las personas a las que Martí Ripollés mendigaba a menudo.
Sin embargo, las pruebas contra la sanguinaria mujer no tardaron en acumularse ya que una mujer aragonesa de Alcañiz la reconoció como quien se llevó a su hijo de seis meses seis años antes, cuando se encontró con Enriqueta cuando se encontraba exhausta del viaje que emprendió desde su tierra, por lo que la mujer la convenció con una excusa bastante ingeniosa para que la dejara sola con el bebé a quien jamás volvió a ver.

Enriqueta fue encarcelada en la prisión de la Reina Amalia, demolida en 1936, donde esperaba un juicio por sus crímenes, sin embargo se sabe que intentó suicidarse cuando cortó sus venas con un cuchillo de madera, cosa que encendió los ánimos de la gente que quería que la “Bruja del Rabal” pagara por todo lo que hizo así como que revelara los nombres de las personas que fueron cómplices de los sanguinarios crímenes contra los niños que robó.
De esta manera, las autoridades la dejaron en cuidado de tres reclusas quienes eran encargadas de velar porque Martí Ripollés jamás se tapara con las sábanas y se cortara las venas a mordidas, sin embargo, oficialmente falleció al año y tres meses de su detención, cuando el 12 de mayo de 1913 contrajo una enfermedad que acabó con su vida, presuntamente cáncer de útero, aunque se especula que fue víctima de la justicia carcelera a manos de las mismas reclusas que decidieron darle un juicio adelantado.
 

(Nota.-El presente texto es obra y propiedad de su autor, se prohíbe la reproducción de dicho texto para fines no establecidos con el portal sin previa autorización.)