"Tomé un bate de béisbol que tenía cerca, le di el primer golpe por la espalda y comenzó a 'chillar'. Le pegué otra vez y oí como se ahogaba de dolor, así que continué golpeándolo", confesó a los policías.
La defensa propia es un tema de discusión hoy día, depende del país y de las leyes que los gobiernen, sin embargo, cuando una madre toma la decisión de apalear hasta el cansancio y desmembrar a una persona cuando aún respira, hace falta leer el contexto del brutal episodio.
Los hechos
La mañana del 19 de julio de 1971, Esperanza Hernández, una
mujer vecina de la delegación de Iztapalapa, en el Estado de México, encontró
un costal de ixtle (costal de fibra vegetal) en un lote baldío luego de que el
intenso olor a putrefacción, la obligara a buscar su origen, ya que dicho lugar
se encontraba contiguo a su vivienda y éste era envuelto por el dulce olor a la
carne en descomposición.
Al mover el bulto, pudo notar como la sangre escurría por
entre la fibra, por lo que con ayuda de un fragmento de madera que se
encontraba cercano, pudo remover el costal, hasta notar que dentro habían
restos humanos.
Al llamar a las autoridades, los oficiales de la Policía
descocieron el costal y de inmediato un pie cayó del montón de sangre y vísceras
que resguardaba, aún con el calcetín puesto totalmente ensangrentado.
Sin embargo, luego de las pesquisas de los médicos forenses se determinó que algo hacía falta del cuerpo... la cabeza. Sumado a que se notó que varios fragmentos de carne habían sido arrancados con lo que parecía un arma filosa.
El médico legista, Enrique Márquez Barajas, llegó a la
conclusión de que el hombre fue desmembrado cuando todavía estaba vivo.
Inconsciente pero vivo.
Las huellas dactilares de la víctima, pero sobre todo sus
antecedentes criminales, fueron las que ayudaron a peritos e investigadores a
descubrir su identidad. Se trataba de Pablo Díaz Ramírez.
La investigación
Al saberse la identidad de la víctima, las autoridades se
trasladaron a la vivienda conocida del sujeto, a quien pudieron señalar con al
menos seis nombres más y ser de oficio peluquero.
El domicilio se encontraba en la calle Pirineos número 15,
en la colonia Portales, donde la esposa del occiso, María Trinidad Ruiz Mares,
se encontraba en compañía de sus tres hijos pequeños mientras escuchaban por la
radio el programa "Los Huérfanos".
Luego del interrogatorio sobre su esposo, las preguntas
incómodas a sus hijos menores y la presión de los detectives, la mujer terminó
por reconocer que ella misma había asesinado a su pareja... por defender a sus
hijitos.
La en ese momento detenida, dijo dedicarse a la venta de
tamales y atole, ya que su marido en lugar de trabajar, se embriagaba a diario
y le quitaba el dinero que ella generaba, así que optó por vender y alimentar
al mismo tiempo a sus hijos para sostener el hogar.
De acuerdo a medios de la época, la mujer dijo sentirse arrepentida, pero su motivación no fue otra más que defender a sus vástagos de las manos del finado, pues en una de sus cotidianas golpizas contra ella, también arremetió contra los pequeños.
"La Tamalera"
El cuerpo policial registró la vivienda de la mujer y los
niños fueron trasladados con familiares ante los hallazgos que se hicieron en
el hogar.
Los oficiales salieron asqueados del domicilio y de manera
urgente solicitaron la presencia de los médicos forenses, ya que debajo de la
cama de María habían encontrado la cabeza de su marido.
Cuando le preguntaron a la mujer el por qué conservaba la
cabeza de su difunta pareja, la mujer confesó que había empleado esta y algunos
fragmentos de músculo y carne "en la venta del día".
Ante la mirada pasmosa de los hombres de la ley, la mujer
dijo haber recibido una brutal golpiza por parte de su marido, además de
presentar los hematomas en el momento que corroboraban la historia.
"Tomé un bate de béisbol que tenía cerca, le di el
primer golpe por la espalda y comenzó a 'chillar'. Le pegué otra vez y oí como
se ahogaba de dolor, así que continué golpeándolo", confesó a los
policías.
Las herramientas que utilizó |
Señaló que una vez tuvo a su marido inconsciente, fue
corriendo a casa de una vecina de nombre María Teresa Ruedo, a pedirle un hacha
prestada, mientras sacó a sus hijos con unos amiguitos y les dijo que llevaría
a su padrastro al médico.
Ya a solas tomó valor y comenzó la carnicería; primero cortó
las dos piernas de Pablo e intentó meterlo a un costal que había preparado,
pero se encontró con que no cabían los restos.
Una vez más cortó y comenzó a descuartizar con el hacha.
Separó la cabeza del cuerpo y los pedazos los repartió uniformemente en el
costal, mientras que la cabeza la colocó en un "bote alcoholero" que
colocó en una pequeña bodega dentro de la casa y el costal lo dejó debajo de la
cama para que los niños no lo vieran.
El reguero de sangre fue lavado a la prontitud por la angustiada madre de familia hasta poco antes de la llegada de sus hijos, a quienes dijo "una mentirita" sobre el paradero de su padre.
La cabeza del infortunado dentro de un balde |
El tronco y las extremidades permanecieron debajo de la cama
del matrimonio la noche del sábado y el día domingo, hasta la madrugada del 19
de julio, cuando lo llevó a un lote baldío.
De acuerdo con el libro "Nota Roja 70´s", la mujer
reconoció haber salido a realizar sus ventas con normalidad el domingo sin
inmutarse, sin embargo, medios sensacionalistas de la época señalan que ella
utilizó algunos restos en la elaboración de tamales para recuperar el dinero
que el occiso le quitó para embriagarse.
Mal esposo, cruel padrastro
Luego del escándalo se estableció que Pablo Díaz, era un
sujeto abusador, pues golpeaba frecuentemente a su esposa y a sus hijos,
hijastros de él, ya que con ella no procreó descendencia.
María Trinidad contó que a diario vendía 200 tamales y que
de estos, solamente obtenía de ganancia 120 pesos, de los que solamente 15
pesos eran para la comida de los niños, pues lo demás era para comprarle
alcohol a su marido, quien le quitaba a golpes el dinero de la venta.
Reveló que el día que decidió asesinar a Pablo, golpeó sin
piedad a sus hijos Mario y Guillermo, por jugar sobre la ropa limpia en la
cama, cosa que desató la ira del energúmeno.
Dijo a las autoridades que ella se encontraba en la
panadería y cuando regresó encontró a sus hijos golpeados y aún le tocó a ella recibir
el castigo "por malcriarlos".
"Si no quieres que les pegue a tus hijos, vete con
ellos", le dijo a María.
No pudo negar los hechos |
El occiso era un "pájaro de cuentas" ante la ley,
pues había sido detenido en 1937 por
"sospechoso", también en 1936 por lesiones y estupro, además de 1938
por los mismos delitos. Sumado a que cambiaba de nombres y apellidos, pues
también se hacía llamar Pablo Díaz Rincón, Pablo Díaz Gallegos o Rafael Díaz
Ramírez.
El fiscal del caso pidió una condena de entre 20 y 40 años
para la mujer por las agravantes de alevosía y ensañamiento. Los tres hijos
pequeños de María Trinidad fueron enviados a una casa de protección social, en
Azcapotzalco.
El imaginario público que convirtió la historia de María
Trinidad en leyenda urbana y la canción «La Tamalera» de Las Víctimas del
Doctor Cerebro puede ser el origen de las versiones donde la mujer vende
tamales con carne humana:
«Esa tarde Doña Macabra sin imaginar,
salió como siempre a vender el tamal.
Los de dulce, los de nata, los de rajas también,
pero nadie sabía que no estaban tan bien.
Pero nadie sabía que no estaban tan bien:
eran de carne humana.
Ella vendía a su marido hecho pedazos
por portarse mal y no darle para el gasto.
Yo comía los de dulce sin preocupación
cuando pasó algo que me causó horror:
me comía yo la mano de un pobre señor…
¡Y nos fuimos asustados a la Delegación!»
Tres años duró la vida de infierno que soportó María
Trinidad, originaria de Tequisquiac, Estado de México. Tres años en que esperó
un milagro que nunca llegó: que Pablo cambiara de carácter y les diera la
protección hogareña que había prometido cuando conquistó a la señora.
Cabe apuntar que cuando María Trinidad fue detenida por los
agentes del octavo grupo del Servicio Secreto, dijo a los agentes: «Nunca pensé
escapar».
Los tres pequeños hijos que vivían con ella fueron enviados
a una casa de protección social en Azcapotzalco.
Y el 29 de julio de 1971 llegó María Trinidad a la cárcel de
mujeres, consignada ante el juez penal Eduardo Neri, quien pronto le dictó auto
de formal prisión por homicidio, violación a la Ley General sobre Inhumaciones
y Profanación de Cadáver.
Luego de estudiar el expediente, la sentenció a 40 años de
prisión, de los cuales pagó 20 en el Centro de Reclusión Femenil de Tepexpan,
Xochimilco y luego en Santa Martha Acatitla.
Se ignora mucho de su vida en los penales, pero se dice que
fue dramática; sus hijos la visitaban con frecuencia y ella derramaba lágrimas
de alegría al verlos.
En su trabajo, dentro del penal, destacó por la seriedad con
que emprendía sus tareas y era de las primeras en llegar, cuando los sacerdotes
daban misa en prisión.
María Trinidad nunca distorsionó su versión de los hechos y
al cumplir el tiempo legal para pedir su libertad, abandonó el cautiverio para
ir directamente a la Basílica de Guadalupe y luego a Tequisquiac, Estado de
México, donde sus parientes la apoyaron para pasar allí el resto de su
existencia.
El cineasta Juan López Moctezuma filmó la cinta El alimento
del miedo en 1994, un año antes de su muerte; esta película es muy difícil de
conseguir y fue protagonizada por Isaura Espinoza, el mismo Juan López
Moctezuma, Jorge Russek, Andaluz Russell, Salvador Sánchez, Sergio Sánchez y
Jorge Victoria.
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