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lunes, 10 de septiembre de 2018

El “Jack el Destripador” mexicano

*Superó en asesinatos violentos al célebre asesino en serie británico. *Operaba del mismo modo que Jack en la Ciudad de México. *Jamás fue castigado y nunca mostró signos de arrepentimiento.



Por: Álex Cazarín


Francisco Guerrero Pérez..
Francisco Guerrero Pérez, alias “Antonio Prida”, “El Jack el Destripador mexicano”, “El Destripador del Río Consulado”, “Barba Azul”, “El Degollador”, “El Estrangulador” o “El Chalequero”, nacido en alguna parte del Bajío en el año de 1840, decimoprimer hijo de una familia de clase humilde, autoproclamado devoto de la Santísima Virgen de Guadalupe, fue el primero de los asesinos seriales reconocidos en México a la fecha.
El término “Asesinos Seriales” se le atribuye a Robert Ressler, un agente de la Oficina de Investigación Federal (FBI, por sus siglas en inglés) que usó dicha frase en su libro del mismo nombre, “Asesinos Seriales” en 1998, quien afirmó que el término lo asoció a un recuerdo de en su niñez, cuando solía ver una serie de aventuras por televisión que dejaba al espectador en vilo cada semana a la espera de un capítulo más espectacular; sensación puede encajar a la perfección con este tipo de criminales, quienes luego de algún hecho sanguinario quedan a la espera de noticias de sus “obras maestras” en los medios y siempre les queda el sabor en boca de que sus “acciones” no fueron tan perfectas como en sus más feroces fantasías, por lo que en la próxima esperan batir su propio record en busca de el crimen perfecto.
“Tras cada crimen, el asesino serial piensa en cosas que podría haber hecho para que el asesinato hubiera sido más satisfactorio”, publicó Ressler.
                  Sus brutales crímenes coincidieron con los del célebre asesino serial británico, Jack “El Destripador”, ambos llamaron la atención de los medios de comunicación de la época debido a su modus operandi, pulcritud a la hora de asesinar e incluso por la manera en la que ambos se desenvolvían con sus principales víctimas. Incluso, cuando los asesinatos de Jack, “El Destripador”, llegaron a oídos de los periodistas mexicanos en 1888, aparecieron titulares por todo el país como: “Hay un ‘Chalequero’ inglés”.

Por su parte, Jack, apodado “El Destripador”, fue un asesino al que se atribuyen cinco asesinatos confirmados en el barrio londinense de Whitechappel en 1888, cuyo modus operndi se caracterizaba por cortar la garganta a sus víctimas, cortes en el área genital y abdominal, extirpación de órganos y desfiguración de rostro de mujeres exclusivamente dedicadas a la prostitución.
                  La infancia de Guerrero Pérez, como la de todos los asesinos seriales, estuvo marcada por golpes y maltratos por parte de su madre, a quien le debía los principales traumas de su niñez; se sabe que no tuvo una figura paterna, por lo que tuvo que ingresar precozmente a la vida adulta al trabajar desde muy pequeño para ayudar en su hogar. De este modo, migró a la Ciudad de México a la edad de 22 años, en 1862, donde realizó diversos trabajos para poder subsistir, sin embargo, el más conocido de sus oficios y al que se dedicó hasta el fin de sus días, fue el de zapatero.
De acuerdo a crónicas de la época, como las de “El Libro Rojo”, una colección de cuatro libros que ofrece una compilación de crímenes y criminales famosos mexicanos editado por el Fondo de Cultura Económica, “El Chalequero” tuvo en su haber al menos 20 asesinatos de mujeres en la capital, pero se especula que podría haber más en su tierra natal debido a que se desconoce la fecha exacta en la que el hombre inició con su cadena de delitos, aunque la fecha oficial (no confirmada) es que empezó desde el año 1880 hasta su captura final en 1888.
Sin embargo, cabe mencionar que los peritos de la época en México, afirmaban que los asesinos psicópatas tendían a ser una mera involución de la raza humana, es decir, gente que provenía de familias en una especie de “retroceso” generacional donde cada camada de hijos nacía con características propias de los animales con todo e instintos, en cuya cima se encontraban estas personas que arrebatan la vida de manera sanguinaria sin remordimientos.
A Guerrero Pérez lo describían como un hombre sucio e indígena de aspecto casi simiesco, con características animales y una vida desorganizada a la que atribuían su deseo de sangre y viseras, nada más alejado de la realidad. Lo único acertado era en la descendencia indígena de Guerrero, sin embargo, su aspecto era un abismo de diferencia.
De acuerdo a reportajes de la época luego de su captura, el estrangulador de México era una persona distinta a la que los investigadores  buscaban, se trataba de un hombre que acostumbraba vestir de manera elegante, cuyo porte carismático lo hacía agradable ante la sociedad, en especial con las mujeres, quienes afirmaban que se trataba de todo un caballero pese a su condición social y grado académico, ya que Guerrero era un hombre bien educado e inteligente al que jamás le faltaba la compañía femenina.
Su manera de asesinar incluso da a entender que su coeficiente intelectual se encontraba por encima de la media ya que, contrario a lo que se decía de él (que tenía retraso mental), “El Chalequero” operaba de una manera organizada y siempre con astucia. No fue sino hasta el año de 1908, cuando reporteros influenciados por la imagen de Jack “El Destripador”, publicaron la verdadera imagen del asesino de la capital, un hombre delgado, de tez morena, estatura media, escrupulosamente arreglado a la manera occidental, con educación y porte refinado así como galante, al igual que aquellos ojos penetrantes que tantas veces aterraron a sus víctimas, solía vestir de manera estrafalaria aunque siempre conservaba la elegancia, usaba pantalones entallados de cahemira, fajas multicolores y en algunas ocasiones chalecos tipo charro.
Grabado de la época, de José Guadalupe Posada, que ilustra uno de los asesinatos cometidos por Guerrero.
Francisco Guerrero Pérez, tenía éxito a la hora de conquistar mujeres que, fuentes fiables así como testimonios de quienes lo conocieron afirman que contaba con su propio harem de mujeres a las que no se descarta, usó para ejercer la prostitución. Incluso hay quienes refieren que en la colonia Peralvillo, donde vivía, todos conocían los crímenes de Guerrero, quien en alguna ocasión alardeó de sus “logros” enfrente de sus mujeres a quienes veía como una mera herramienta para su propia satisfacción, sin embargo, se le llegó a escuchar alardear que era un fiel devoto de la Santísima Virgen de Guadalupe e incluso que en su niñez fue sacristán. “Era guapo, elegante, galán y pendenciero”, afirma un testimonio anónimo en 1888.
Cabe mencionar que el rasgo misógino altamente marcado en Guerrero Pérez no era un secreto ya que, quienes tuvieron contacto con él lo describieron como un hombre al que gustaba de someter a las mujeres a sus deseos sin importar de quién se tratase, lo que quedó demostrado al poner atención en cada uno de sus asesinatos reconocidos, donde el 99% de sus crímenes fue en contra de prostitutas a las que deshumanizó luego de abusar de ellas.
Psicólogos en la actualidad concuerdan que el asesino de Peralvillo poseía una personalidad psicopática, carecía de empatía, era bastante egocéntrico, sufría de ataques repentinos de ira, era manipulador y promiscuo, además de que vivía un estilo de vida “parasitario” pues se sabe que algunas de sus mujeres lo mantenían, además de que se cree era proxeneta, sin embargo esto último entra en conflicto ya que se sabe ejerció el oficio de zapatero hasta sus últimos días, aunque se notaba que su trastorno de personalidad y misoginia fue producto del rechazo materno que se inició en la infancia y degeneró en un complejo de Edipo no superado. Sin embargo, se sabe que sus características son propias de los asesinos seriales, sea cual sea la época y condición social de la que provengan.
Pese a que se sabe tuvo muchas amantes y mujeres a su servicio, “El Chalequero” vivió una vida marital ordenada con una mujer identificada como “María”, con la que procreó cuatro hijos reconocidos, sin embargo, se sabe que tuvo otros hijos fuera del matrimonio de los que poco o nada se sabe.
De los asesinatos vinculados a Guerrero se sabe que intentaba despojar a las mujeres de su feminidad y las deshumanizaba, puesto que cada uno de sus crímenes estuvo marcado con tintes sexuales degenerados que superaban el odio al sexo opuesto. Violaba a sus víctimas para demostrar su superioridad y ponía a las occisas bajo su pie hasta que el último aliento escapara de ellas. Se cree que todas sus víctimas fueron prostitutas, excepto la última de ellas de quien no se comprobó que ejerciera dicho oficio; sin embargo, las autoridades establecieron que no las mató por el hecho de ejercer la prostitución, sino porque representaban un sector más vulnerable de la población de las que podía disponer sin mucha dificultad.
“El Degollador del Río Consulado es un criminal nato… No hay datos suficientes que autoricen suponer que (…) El Chalequero haya cometido sus crímenes bajo la influencia irresistible de la perversión sexual (…) no los ha cometido bajo la influencia de una obsesión morbosa (…) los ha consumado por impulsos violentos conscientes (…) es, por lo tanto, un degenerado inmoral y violento…” escribió Carlos Roumagnac, uno de los primeros criminólogos mexicanos para la prensa.
Guerrero, al igual que el tristemente célebre asesino británico Jack, “El Destripador”, con quien compartió la misma época y años de su carrera delictiva, abordaba a sus víctimas bajo el pretexto de hacer uso de sus servicios, sin embargo, luego de hacer uso de las mujeres las amagaba y, como ya se encontraban en un lugar solitario, las asesinaba estrangulándolas o simplemente las degollaba para finalmente desaparecer los cuerpos.
Se sabe que para rebanarle el cuello a las infortunadas utilizaba un cuchillo de curtidor, también usado en el oficio de los zapateros, el cual consta de una punta curva bastante resistente con la que se puede cortar cuero con facilidad.
No fue sino hasta la penúltima víctima, que se supo de la identidad del violento asesino luego de que ésta fuera dada por muerta y más tarde hallada para contarles los hechos a las autoridades. Fue una prostituta llamada Lorenza Urrutia quien estuvo grave durante varias semanas pero logró reponerse para luego testificar en contra de Guerrero luego de que afirmó que tuvo dos encuentros con él, el primero cuando la abordó en las vías del tren y ella lo rechazó bajo el pretexto de que “tenía que ir a cobrar un dinero”, sin embargo, dos meses después ya no se lo pidió por las buenas y la condujo a un área despoblada donde la metió en una cueva y por dos días abuso brutalmente de ella y pudo escapar luego de que su captor se ausentó, presuntamente a comprar alcohol a una pulquería cercana.
El 13 de febrero de 1888 fue detenido por el detective Francisco Chávez, quien luego de la denuncia de varios vecinos entre los que se encontraban José Montoya, Eulalia González y una de sus víctimas, Lorenza Urrutia. Cabe mencionar que las denuncias fueron “tapadas” por el régimen del porfiriato, aunque Guerrero sí fue condenado, primero a la pena de muerte, luego por alguna razón el presidente Porfirio Díaz revocó la sentencia y le dieron 20 años de prisión en San Juan de Ulúa en Veracruz, aunque en 1904 recibió una carta de indulto por error y fue liberado para continuar sus fechorías.
Durante los años de 1904 a 1908 hubo un espacio oscuro del que se cree hubieron más víctimas de “El Chalequero”, sin embargo, fue hasta el 13 de junio de 1908 cuando Guerrero fue detenido por segunda ocasión por el asesinato de una mujer de la tercera edad, a la que no pudieron identificar plenamente, solo se sabe que su nombre era “Antonia”, a quien ejecutó a orillas del río Consulado, cuyo cuerpo fue hallado poco después del crimen.
Sin embargo, Guerrero cometió muchos errores que llevaron a su captura, alardeó de sus asesinatos en presencia de varios vecinos y en su última fechoría un niño presenció todo el crimen, se trataba de un pequeño pastor que llevaba al ganado para abrevar en el río, cuando notó los gritos de la mujer y corrió para ver qué sucedía, ahí lo presenció todo, desde la violación hasta el artero asesinato. De igual manera, dos hermanas lo vieron cuando se lavaba los brazos y la cara de la sangre de su última víctima, por lo que ellos tres fueron piezas claves para que las autoridades le pusieran tras las rejas sin mayor dilación.
Vista aérea de Lecumberri.
El “Estrangulador del Río” fue llevado a la conocida prisión de Lecumberri, donde se sentenció a la pena de muerte a sus ya 70 años de edad en el año de 1910, justo cuando inició la Revolución Mexicana, sin embargo, se sabe que Guerrero jamás admitió pena o culpa por los múltiples asesinatos a los que se le vincula.
Viejo, enfermo y sin culpa, el “Jack El Destripador Mexicano” comenzó a enfermar, algunas crónicas de la época afirman que se trató de tuberculosis, otros que su salud decayó a causa de una contusión craneoencefálica y algunos que simplemente  a causa de la edad, un día no pudo ponerse de pie y fue llevado moribundo al Hospital Juárez donde murió en santa paz.
Las víctimas de Guerrero se especulan en decenas, tal vez cientos si su mente atroz logró llevar a cabo otros asesinatos más, sin embargo, se conocen solo los nombres de nueve de ellas:
*Candelaria Mendoza.
*Francisca Rivero, alias “La Chichara”.
*María de Jesús González.
*Margarita, alias “La Burra Panda”.
*María Guadalupe Villagrán.
*Josefina Rodríguez.
*María Muñóz.
*Murcia Gallardo.
*Antonia, la última de sus víctimas.

(Nota.-El presente texto es obra y propiedad de su autor, se prohibe la reproducción total o parcial para fines no establecidos por el portal sin previa autorización).

domingo, 9 de septiembre de 2018

La Cabaña (Parte II)


*“Clic, clic, clic”, golpecitos en la oscuridad, una ramita golpeaba sutilmente la parte trasera de la cabaña. Un escalofrío subió desde mi estómago a mis hombros y la luz del cirio comenzó a parpadear, como si de un ojo de fuego se tratase. -“Cálmate” –Dije para mis adentros-. *En el silencio pude oír risillas a lo lejos, una carcajada esporádica y el sonido de pasos en la hierba, como si alguien bailase desordenadamente. “Clac, clac, clac”, pequeños pasos alrededor de la cabaña

Por: Álex Cazarín

Levantó su mano y pude notar que en aquella hoja de papel se hallaba escrito el número 13 en crayón rojo sobre una pequeña tarjeta negra. Yo era uno de los últimos cinco a los que se les designaría un lugar para trasladarse  el domingo, dos días después del curso al que nos habían llamado donde nos entregarían material extra y nos dedicaríamos a llenar papeles de registros así como otros datos necesarios sobre el año escolar anterior, conocida como la "Reunión de Tutores" o simplemente (RT).
Era mi primera reunión desde que me uní al Consejo Nacional de Fomento Educativo, yo era joven e inexperto, pero contaba con mi ayuda para enseñar a los niños en las zonas rurales más alejadas donde la Secretaría de Educación Pública se niega a enviar profesores con plaza fija. ¿La razón? Simple política, pues es más fácil y barato enviar jóvenes en busca de un salario con beca incluida como era mi caso, a quienes pagaban el mínimo con algunas prestaciones que era mejor que nada a pagar el exorbitante salario de un maestro que es, sin lugar a dudas, diez veces más grande que los 800 pesos semanales que a nosotros nos daban.
En aquella ocasión tocó dirigirme a una comunidad al sureste del estado de Veracruz, concretamente dentro de la zona del Uxpanapa, conocida como “Palancares”. Por mi parte me encontraba satisfecho pues era un lugar dentro de la media de distancia en cuanto a las comunidades ya que algunas incluso, estaban dentro de la zona serrana de Chiapas a las que difícilmente se podía acceder.
Al llegar el domingo ya tenía todo preparado para partir y tomé un vetusto autobús rural que me dejaría cerca de mi destino conocido como el paraje de Tenochititlán, un pequeño poblado a orillas del camino donde tendría que esperar una camioneta que pasaba justo en mi destino, sin embargo, todavía tenía que cruzar el río Uxpanapa para llegar, por lo que mi arribo se tornó en horas de espera y aburrimiento que se alargaron hasta cerca de las 16:00 horas, cuando por fin llegó la camioneta.
 Tras ir hacinado con al menos una docena de campesinos por al menos una hora y media, por lo accidentado del camino, llegamos a la cima de una colina que serpenteaba hasta donde se podía ver un camino largo que se perdía en la arboleda hasta por al menos un kilómetro, justo en medio se encontraba la escuela en la que impartiría clases.
Poblado 11, en el Uxpanapa. (Foto.-Redes)
Recuerdo que a simple vista se hallaban unas cuantas casas de madera escondidas entre los árboles y algunas columnas de humo a lo lejos que delataban la posición de otras casas alrededor, ninguna cerca de mi ubicación.
Justo al lado se encontraba mi alijamiento, en un desnivel a unos cuantos metros de la escuela que no era más que una cabaña vieja y larga de madera a la que poco o nada se le había dado mantenimiento, se hallaba el cuarto que compartiría con otros dos maestros más que llegarían al día siguiente.
El lugar se encontraba cerrado pero un hombre llegó a pie a mi encuentro a los pocos minutos luego de que el chofer del transporte en el que llegué, avisara a uno de los pobladores de mi arribo. Solo se presentó como el coordinador de padres de familia y a nombre de la comunidad me dio la bienvenida y entregó un juego de llaves entre las que se encontraba las de mi habitación, los baños, el salón de primaria y el kínder que se encontraba atrás, a unos veinte metros de distancia.
El coordinador no era un hombre de palabras pues luego de darme la bienvenida aseguró que “alguien” traería la cena más tarde y se retiró, no imaginaba que la experiencia con aquellos niños  extraños marcaría mi llegada a esa comunidad.
Como mencioné anteriormente, se trataba de una chiquilla morenita de cabello negro en trenzas quien portaba un vestido color rosa pastel, de entre seis y ocho años de edad, un poco pálida para su edad, así como dos niños de al menos 11 años, ambos con la ropa que suelen usar los niños que imitan a sus padres en el campo, botas de hule, pantalones de mezclilla desgastados y camisa marcada por el uso rudo así como sombreros de paja. No dijeron una sola palabra, pero en aquella ocasión les dije que podían pasar para que me dijeran en qué podía ayudarlos.
Más tarde, mientras me encontraba solo, recordé que en una ocasión escuché a mis padres decir que un “mal espíritu” no puede entrar en una casa si no es invitado primero o entra contigo de alguna manera así que consideré que si, “esas cosas” eran lo que creía, hice mal con dejarlos entrar a mi puerta.
Cuando pasaron, uno de ellos se sentó en mi catre y se acomodó para ver en silencio cada uno de mis movimientos con curiosidad; el otro niño caminó a mi derecha hasta la mesa donde me encontraba de pie y se sentó en una silla cómodamente, donde llevó su mentón a las manos para observar a detalle mi expresión.  La niña, como dije, luego de mirar por dentro el lugar, parece que no encontró algo de interés pues salió de la cabaña en silencio y comenzó a correr alegremente mientras en tono juguetón golpeaba las paredes de madera con una rama de árbol que se encontraba por ahí en el suelo mientras cantaba algo con esa vocecita chillona mientras al compás de su alegre danza.
Mi nerviosismo aumentaba conforme pasaban los minutos pues los niños no se movían de sus lugares, intenté no prestarles mucha atención pero aquellos ojos pesaban en mis hombros, incluso pude sentir cómo se me erizaba la piel todavía más con el canto de la niña que no paraba de correr alrededor de la cabaña mientras cantaba y agitaba esa rama a la vez que le pegaba a los muros.
-¿Y bien? ¿En qué puedo ayudarlos? –Dije nervioso sin dejar de acomodar mis cosas-.
                  Por un momento pude escuchar un murmullo de los niños, quienes se miraron el uno al otro, sin embargo, sus voces eran agudas, incluso chillonas, como si imitaran la voz de algún personaje de caricatura. La niña seguía bailando alrededor.
                  Volteé y me dirigí al que estaba a mi derecha sentado a la mesa: “Mi nombre es Álex, ¿cómo te llamas?
                  -“Álex… Álex…” –Dijo con aquella vocecilla.
                  Justo en ese momento pude escuchar a lo lejos el chiflido de un hombre y claramente pude notar los cascos del caballo que se aproximaban, mientras que el hombre dijo: “Maistro, ¿ya está usted aquí?”.
                  Miré a los niños y les dije, “no toquen nada”, mientras salía de la cabaña, a unos cien metros se acercaba un hombre de al menos 60 años de edad, quien chiflaba una alegre canción y me recibió con un alegre saludo desde su caballo.
                  -¿Cómo está usted, maistro? –Dijo alegre el hombre.
                  -Aquí nomas… -Respondí- Con los niños…
-¿Cuáles niños? –Dijo al bajar de su montura y notar que dentro, no había nadie. Silencio, oscuridad y un viento helado que emanaba desde el interior. 
 ¿Qué sucedió? ¿Fueron reales esos chiquillos de ojos vivaces que estaban conmigo en la cabaña? ¿Cómo era posible que el hombre a caballo no pudiese notarlos? ¿Existía la posibilidad de que hubiesen escapado por alguna rendija oculta en las paredes? Había tantas interrogantes y cada una de ellas me llevaba al mismo sitio, la incertidumbre.
La noche inevitablemente llegó y mi puerta se encontraba cerrada con dos candados, cabe mencionar que no había luz eléctrica así que encendí un cirio rojo que encontré entre las cosas olvidadas del lugar, afuera todo se tornó oscuro y lúgubre, era una noche sin luna y a apenas se podía ver más allá de unos cuantos metros a la distancia, todo lo demás eran sombras que bailaban al compás de los graznidos de sabrá Dios qué animal sobre las copas, aullidos y chillidos guturales helaban mi sangre en medio de la nada, sin nadie que infundiera siquiera una palabra de aliento a mi espíritu que por más que se erguía valiente en la soledad, se estremecía ante la sola idea de que aquellos visitantes fuesen demonios interesados en mi alma y aquellos gritos, el reclamo de su derecho al yo dejarlos entrar a mi morada.
Intenté calamar mis turbios pensamientos, ya hacía una hora que una joven mujer llegó con un morral de alimentos que ahora se encontraban en mi mesa, un plato de frijoles y un cuenco con arroz sería mi cena esa noche además de un termo con atole delicioso que me recordó al que hace mi madre.
La noche transcurrió entre mi nerviosismo y la cena, que amenicé con un música de mi discman del que nunca me separaba, coloqué un CD y conecté una pequeña bocina azul portátil para distraer un poco mi ansiedad, me dispuse a comer mientras leía un poco del programa que iba a utilizar esa semana con los niños hasta que un ruido me sacó de mi concentración.
“Clic, clic, clic”, golpecitos en la oscuridad, una ramita golpeaba sutilmente la parte trasera de la cabaña. Un escalofrío subió desde mi estómago a mis hombros y la luz del cirio comenzó a parpadear, como si de un ojo de fuego se tratase. -“Cálmate” –Dije para mis adentros-.
En el silencio pude oír risillas a lo lejos, una carcajada esporádica y el sonido de pasos en la hierba, como si alguien bailase desordenadamente. “Clac, clac, clac”, pequeños pasos alrededor de la cabaña que sonaban al chocar con las rocas en la tierra y manitas que aplaudían al compás de la silente música de los infiernos. El día se asoma y no he podido pegar un ojo en toda la madrugada. Alguien toca a mi puerta.
(Nota.-El presente texto es obra y propiedad de su autor, se prohíbe la reproducción de dicho texto para fines no establecidos con el portal sin previa autorización.)

viernes, 7 de septiembre de 2018

La Cabaña (Parte I)

* En los rincones oscuros donde la presencia humana es casi nula, las leyendas ancestrales cobran vida en el silencio ininterrumpido que descansa al acecho de quienes se aventuran en pro de la civilización. *Los instintos básicos sucumben cada vez que se enfrenta a lo desconocido y todavía más, cuando se topa de frente con aquello que mora en las más horridas pesadillas. 



 Por: Álex Cazarín

En los rincones oscuros donde la presencia humana es casi nula, las leyendas ancestrales cobran vida en el silencio ininterrumpido que descansa al acecho de quienes se aventuran en pro de la civilización. En los resquicios de la quietud moran seres que la cultura del nuevo milenio cataloga como “ciencia ficción” e incluso colocan en un nuevo orden de la zoología no reconocida por la ciencia conocida como la “criptozoología”, que en la gran mayoría de las veces es tomada como “una ciencia de mentira”.
Con la llegada del nuevo siglo la mentalidad de las nuevas generaciones “despierta” y trae consigo multitud de conocimiento sobre hechos cotidianos, que para muchos resulta en lo que se conoce como “cultura popular”, datos y cifras que enriquecen la confianza en cada remesa de nuevas generaciones que han llegado a acrecentar su incredulidad cada vez más cerca a las peligrosas fronteras del límite permitido por la ciencia y la religión misma.
Sin embargo, se nos olvida que la “conciencia despierta” de las generaciones del nuevo milenio sucumbe ante los instintos más básicos cada vez que se enfrenta a lo desconocido y todavía más, cuando se topa de frente con aquello que mora en sus más horridas pesadillas a las que no puede negar a menos que desconfíe de sus propios ojos, encuentros que rompen con el dicho del santo: “Hasta no ver, no creer”.
Una de estas experiencias sucedió allá por el año 2005, cuando un servidor se encontraba de viaje por la zona sur de Veracruz, conocida como el Uxpanapa, lugar que colinda con la sierra chiapaneca y Oaxaca, parajes poco explorados por el hombre, donde las comunidades abundan cerca de la mancha urbana y otras que permanecen alejadas en busca de nuevas tierras de cultivo donde incluso vestigios de la antigua cultura Olmeca dejó sus huellas en cuevas, monolitos y figuras enterradas en el barro.
Me encontraba en aquél lugar en una misión de enseñanza para el Consejo Nacional de Fomento Educativo, joven, incrédulo y con las manos puestas en los libros que poseían el conocimiento dedicado a las mentes frescas de aquellos a los que urge una educación de calidad en los rincones más alejados del estado.



Río Uxpanapa, a la altura de "La Concepción". (Foto.-Redes)
Poco antes del inicio del ciclo escolar me tocó ir a una comunidad conocida como “Palancares”, una comunidad a la que logré arribar luego de cinco horas de transbordar en una camioneta de transporte rural y cruzar el majestuoso río Uxpanapa, que por aquél entonces se encontraba bastante turbio debido a las recientes lluvias y “crecidas” en la zona.  El lugar estaba bastante alejado que incluso el servicio de energía eléctrica era un sueño lejano para quienes habitan tan hermoso paraje, casitas de madera distanciadas desde varios cientos de metros hasta kilómetros unas de otras. Todas acogidas por los brazos de la vegetación que ha hecho suyo cada rincón hasta donde alcanza la vista, cuevas y pequeñas cascadas que están veladas de los curiosos, incluso de los mismos pobladores.
Zona serrana del Uxpanapa. (Foto.-Redes)
Al llegar, un sábado por la tarde alrededor de las 18:00 horas, fui recibido por un hombre quien dijo ser el coordinador de padres de familia de la comunidad, que había llegado a enseñarme una cabaña de madera de poco más de tres por tres metros, de la que me entregó un juego de llaves y afirmó que más tarde alguien traería algo de cenar, entre algunas recomendaciones me dijo algo que me dejó un poco pensativo: “Le ruego que por favor no salga de noche porque se puede perder… o tenga cuidado cuando por alguna razón tenga que salir porque aquí es muy peligroso, por estos lugares ‘el tigre’ hace de las suyas y podría ser su presa”, luego de la advertencia salió del lugar con una sonrisa propia de los habitantes de aquella región veracruzana, cálido y risueño.
El sol daba de frente a la puerta y pude notar que ya era bastante tarde además de que el silencio era total en aquel paraje, en un principio dudé en sus palabras, -¿Un tigre? Que va…- Dije en tono sarcástico, pues para mí, el concepto de un felino cuyo origen y hábitat son las frías regiones de Asia, resultaba en una simple broma para asustar al forastero en turno e incluso barajee la posibilidad de que se tratara de un ejemplar que tal vez se escapó de algún circo o de alguna hacienda de gente adinerada, por lo que decidí hacer caso de la advertencia así fuese una broma.
En eso se entretenía mi mente mientras sacaba las cosas de la maleta y preparaba una vetusta mesa como escritorio, libros de texto que usaría en aquella semana con los niños de educación primaria de los que me haría cargo, lapiceros y libretas por igual; también esperaba la llegada de dos compañeros más, Carlos Mario y Manuel, un par de docentes más que trabajarían conmigo en esa pequeña escuela rural.
Recuerdo que de una pequeña maleta negra saqué varios tomos de lectura y redacción así como de matemáticas con los que prepararía un pequeño test para los niños a fin de probar sus capacidades antes de aventurarme en enseñarles algo, sin embargo, me encontraba tan ensimismado en mis pensamientos que no pude notar a un trio de niños que se encontraban de pie en la puerta y miraban fijamente lo que hacía.
-Hola… -Dije un poco nervioso pues me sorprendieron lo sigilosos que fueron para que no pudiese notarlos. No respondieron-.
Montes y arboledas en el Uxpanapa. (Foto.-Redes)
Se trataba de una niña morenita de cabello negro en trenzas en un vestido color rosa pastel, de entre seis y ocho años de edad, así como dos varoncitos de al menos 11 años, ambos con botas de trabajo para el campo, pantalones azules y camisa blanca percudida así como sombreros de paja. Los tres con ojos curiosos que llegué a pensar, eran más negros que los de costumbre. No dijeron una sola palabra, pero les dije que podían pasar para que me dijeran en qué podía ayudarlos.
Entraron a la habitación, uno de ellos se sentó en mi catre y se acomodó para ver lo que hacía; el otro niño caminó hasta la mesa donde me encontraba y se sentó en una silla que jaló y se sentó luego de llevar su mentón a sus palmas para observar cómo acomodaba mis libros.  La niña, por su parte, luego de mirar por dentro el lugar, salió en silencio y comenzó a correr mientras en tono juguetón golpeaba las paredes de madera con una rama de árbol que se encontraba por ahí en el suelo mientras cantaba algo con esa vocecita chillona mientras tarareaba una melodía.
Mi nerviosismo aumentaba conforme pasaban los minutos pues los niños no se movían de sus lugares, incluso pude sentir cómo se erizaba mi piel al notar las miradas de aquellos chicos sobre mí a la par del canto de aquella chiquilla que no paraba de correr alrededor de la cabaña mientras cantaba y agitaba esa rama a la vez que le pegaba a los muros.
-¿Y bien? ¿En qué puedo ayudarlos? –Dije nervioso sin dejar de acomodar mis cosas, pues traté de parecer lo más calmado posible ante mis pequeños invitados, no quería generar desconfianza ante quienes podrían ser mis alumnos-.
                Por un momento pude escuchar un murmullo de los niños, quienes se miraron el uno al otro, sin embargo, sus voces eran agudas, incluso chillonas, como si imitaran la voz de algún personaje de caricatura. La niña seguía bailando alrededor.
                Volteé y me dirigí al que estaba a mi derecha sentado a la mesa: “Mi nombre es Álex, ¿cómo te llamas?
                -“Álex… Álex…” –Dijo con aquella vocecilla.
                Justo en ese momento pude escuchar a lo lejos el chiflido de un hombre y claramente pude notar los cascos del caballo que se aproximaban, mientras que el hombre dijo: “’Maistro’, ¿ya está usted aquí?”.
                Miré a los niños y les dije, “no toquen nada, ya vuelvo”, mientras me asomaba por la puerta y noté que a unos cien metros se acercaba un hombre de al menos 60 años de edad, quien chiflaba una alegre canción y me recibió con un saludo desde su caballo.
                -¿Cómo está usted, ‘maistro’? –Dijo alegre el hombre de campo.
                -Aquí nomas… -Respondí- Con los niños…
                -¿Cuáles niños? –Dijo al bajar de su montura y notar que dentro no había nadie. Silencio, oscuridad y un viento helado que emanaba desde el interior, como si se burlara de mí con una risilla al aire. 
                (Esta es la primera parte del relato, en breve publicaré la segunda parte de aquella horrible primera noche en la serranía y de la vez en la que pude ver a un ser ancestral a la cara.)


(Nota.-El presente texto es obra y propiedad de su autor, se prohíbe la reproducción de dicho texto para fines no establecidos con el portal sin previa autorización.)