*Nadie sospechaba que un culto de ‘depredadores’, ‘vampiros’ y ‘monstruos’ (como lo dio a conocer la prensa de la época), comenzó a anidar en un poblado al norte de la entidad, liderada por una verdadera sacerdotisa con sed de sangre y muerte que jamás se había visto hasta ese entonces.*
“Cuando la ignorancia, la maldad y la ambición se reúnen en
una persona, los resultados se tornan en abominaciones dignas de la ciencia
ficción”.
Corría la década de los 60´s en México, concretamente en los
años 1962 y principios del 63, cuando en el estado de Tamaulipas se comenzó ‘a
cocinar’ una de las atrocidades que dejó boquiabierto a más de uno en el país y
fuera de él.
Magdalena Solís, foto real. |
Nadie sospechaba que un culto de ‘depredadores’, ‘vampiros’
y ‘monstruos’ (como lo dio a conocer la prensa de la época), comenzó a anidar
en un poblado al norte de la entidad, liderada por una verdadera sacerdotisa
con sed de sangre y muerte que jamás se había visto hasta ese entonces.
Cuatro monstruos que nacieron separados, pero el destino los
reuniría y juntos, habrían de orquestar la estafa y la masacre más brutal de la
década en Tamaulipas, comparable solamente con la miseria que se vive hoy día
en aquella ciudad fronteriza, donde el crimen reina impunemente.
Uno de los cerebros y el principal, por el que el culto se
sostenía llevaba por nombre Magdalena Solís, quien siguió la misma línea que
las mentes criminales dedicadas al homicidio desde su tierna infancia. Uno de
los pocos casos documentados de asesinas seriales femeninas sin otra motivación
más que el depravado placer sexual de ver, sentir, oler y saborear a la muerte
misma.
Criada en el seno de una familia disfuncional y como la gran
mayoría de los mexicanos de la época en la zona rural, pobre, sin aspiraciones
más que la de apegarse al ejemplo de los abuelos en formar una familia y morir
en ella.
Sin embargo, Magdalena, a pesar de las dificultades, nació
con una mente privilegiada, pues se sabe que era una criminal organizada,
visionaria, sedentaria pero calculadora y sobre todo, líder, lo que la llevó a
la cabeza de una de las sectas más vomitivas de la historia de México.
A falta de oportunidades y mejores propuestas de trabajo,
aprovechó su cuerpo y tan solo al alcanzar la mayoría de edad se dedicó a
vender su cuerpo en las calles (tal vez antes, dado que la prostitución para
los años 60 y principios de los 2 mil, era y aún es ejercida por menores de
edad en el país).
De acuerdo con crónicas de la época, su hermano Eleazar
Solís, era quien la ‘padroteaba’ al mejor postor, ya que al ser ambos
campesinos, las oportunidades que les brindaba la sociedad eran mínimas por no
decir casi nulas.
Fue entre los años 1962 y principios de 1963, cuando los
hermanos Solís fueron encontrados por otras dos mentes criminales quienes ya
tejían un fraude contra campesinos de una comunidad bastante marginada llamada
“La Yerbabuena” en el norte de Tamaulipas.
Vista de la zona serrana de Yerbabuena desde Villagrán. |
Los hermanos Santos y Cayetano Hernández, ya tenían varios
meses intentando engañar a los campesinos de aquella comunidad rural (unas 50
familias sumidas en la pobreza extrema), a quienes dijeron que llegaron para
solucionar sus problemas monetarios. La realidad era otra.
Lo que no especificaron era que se trataba de “su” propia
necesidad económica, pues ambos idearon ‘la estafa’ perfecta, al decirle a los
campesinos que su llegada no era por casualidad, pues se trataba de ‘profetas’
de los exiliados dioses incas.
Les aseguraron que las viejas profecías apuntaban a que el
retorno de estas entidades ancestrales estaba por ocurrir para tomar potestad
de todo lo que les correspondía, pero estaban dispuestos a perdonar a quienes
se sometieran de buena voluntad a sus designios y a cambio, prometieron oro y
joyas escondidos en las entrañas de la tierra, como alguna vez se las otorgaron
a las antiguas civilizaciones.
Por supuesto que se trataba de una muy elaborada estafa,
puesto que los incas jamás habitaron territorio mexicano; pero esto no fue
impedimento para que los pobres jornaleros creyeran en las patrañas que salían
de la boca de los hermanos Hernández, quienes vieron en ellos la oportunidad
perfecta de resolver sus problemas de dinero.
Por algunos meses la farsa rindió sus frutos, pues los
campesinos, embelesados, entregaron lo poco que tenían para mantener a estos
sujetos, quienes vivieron a expensas del miedo y la ignorancia de la gente,
quienes les vieron con temor hasta que las promesas de oro y riquezas no se
vieron cumplidas.
Fue ahí cuando comenzaron a notarse que ni castigo ni
abundancia llegaba para ellos, por lo que las murmuraciones no se hicieron esperar.
Más temprano que tarde, los estafadores se vieron en la necesidad de idear una
especie de ‘extensión’ a su plan, por lo que acordaron buscar a más personas
que quisieran ser sus cómplices en esta cruel jugada de abuso a la ignorancia
de la gente.
Tuvieron que ausentarse por algunas semanas en busca de
‘mercenarios’ que quisieran seguirles la corriente en esta treta, vagabundos,
ebrios… prostitutas, hasta que encontraron a Magdalena y a su hermano, quienes
vieron en este ‘negocio’ la oportunidad que tanto habían esperado para dejar de
trabajar en las calles.
Luego de explicar a detalle y coordinarse para evitar quedar
al descubierto, los cuatro acordaron que Magdalena sería presentada como la
reencarnación de Coatlicue6, diosa madre del Partenón Azteca, por lo que
tendría que representar su papel fielmente para que todo saliera a la
perfección.
Se realizaron sacrificios humanos. |
La presentación de la adolescente ante los adeptos fue
adornada por trucos baratos y parafernalia rebuscada que aun así, logró su
objetivo, pues al verter una cortina de humo ante la multitud, quienes
esperaban impacientes las pruebas de que los hermanos Hernández eran quienes
decían ser, emergió una bella jovencita, quien se presentó como la milenaria
deidad y pidió de inmediato adoración y por supuesto, tributo, a cambio de
bendiciones y favores sexuales.
Magdalena encontró en esa representación lo que necesitaba
para sentirse plena, encontró inspiración y sumado a su marcada tendencia
psicópata, llegó a creer que en verdad ese era su propósito en la vida, ser adorada.
Los que llegaron a verla en uno de tantos rituales,
aseguraron que la mujer en verdad creía ver apariciones y milagros durante
aquellas sesiones, donde además, se abusaba del consumo de mariguana y peyote.
Dichos rituales contenían grotescos actos de abuso, sadismo,
pedofilia y actos de fetichismo que los empujaron aún más allá de la frontera
de la locura, llevándolos a cometer crímenes a sangre fría, en presencia de
otras personas, quienes veían aterrorizados los actos de los “emisarios y la
diosa”.
No pasó mucho tiempo para que alguno de los adeptos se
hartara de aquellos actos aberrantes donde la “diosa” y sus súbditos se
sometían a intensas orgías donde además, obligaban a los niños a participar
mientras el humo de la “hierba sagrada” inundaba la cueva enclavada en la
sierra donde cometían actos degradantes para la dignidad humana.
Cuando uno de los campesinos decidió levantar la voz y otro
más le siguió en murmuraciones por la comunidad. Pero la sentencia estaba dada,
no hubo juicio más que el de la “dadora de la vida”, quien ordenó a sus
seguidores apresar a quien estaba dando quejas y representaba un ‘peligro’ para
el culto.
Para ese entonces, Magdalena Solís ya tenía fuertes delirios
religiosos, en realidad creía ser la encarnación de la diosa azteca, por lo que
ordenó a sus seguidores que castigaran al quejoso, quienes fueron linchados por
la multitud.
A partir de ahí no
había vuelta de hoja, sus crímenes escalaron en cuanto a la violencia, pues de
un momento a otro, la supuesta Coatlicue, comenzó a exigir sacrificios humanos
y trascendió que incluso el consumo de carne humana, es decir, canibalismo.
Lo llamaron “El Ritual de Sangre”, pero se trataba del
castigo corporal más brutal para esos momentos dentro de la secta, pues
consistía en golpear multitudinariamente a la víctima, quemarle los pies y
otras parte del cuerpo, para luego desangrarlo mediante una sangría que tarde o
temprano acabaría por matarlos.
Pero esto no quedaba así, pues los sacerdotes de la mujer
sostenían el maltrecho cuerpo del infortunado y captaban la sangre del blanco,
la cual era mezclada con sangre de aves, la cual era bebida por la mujer y sus
adeptos, para luego de algunos minutos extraerle el corazón.
Era una noche del mes de mayo de 1963, cuando un joven de 14 años de edad, vecino de la localidad, Sebastián Guerrero, deambulaba por las cercanías de las cuevas en donde la secta de Solís realizaba sus ritos. Atraído por las luces y los ruidos que salían de una de las cuevas, entró a husmear; se encontró con un terrible espectáculo, en silencio observó la atroz masacre que sufrió una pobre y desconocida víctima.
Aterrado, corrió más de 25 Km., desde Yerba Buena hasta la localidad de Villa Gran, lugar donde se encontraba la estación de policía más cercana. Exhausto y todavía en estado de shock, no acertó en dar ninguna otra descripción del "grupo de asesinos, que presas del éxtasis, se aglutinaban para beber sangre humana", como vampiros.
Los oficiales se rieron de las declaraciones balbuceantes de Guerrero, las tomaron como los delirios de un muchacho perturbado o drogado. A la mañana siguiente, un oficial, (el investigador Luis Martínez) lo escoltó a su casa y de paso podría mostrarle "donde había visto a los vampiros". Ese fue el último día que Sebastián Guerrero y Luis Martínez fueron vistos con vida.
Aprehensión y condena
La policía consternada por las desapariciones de Guerrero y Martínez, tomaron el caso en serio, se comenzó a hablar de una secta satánica. El 31 de mayo de 1963, la policía en conjunto con el ejército desplegaron un operativo en Yerba Buena. Detuvieron a Magdalena y Eleazar Solís en una finca de la localidad, tenían en su poder una considerable cantidad de marihuana. Santos Hernández murió abatido por las balas de la policía al resistirse al arresto. Cayetano Hernández fue víctima de sus propias mentiras: fue asesinado por uno de los miembros locos de la secta, llamado Jesús Rubio, que ante la crisis quiso poseer una parte del cuerpo de un sumo sacerdote para protegerse.
En pesquisas posteriores se encontraron, primeramente, los cadáveres descuartizados de Sebastián Guerrero y Luis Martínez, cerca de la finca donde fueron detenidos los hermanos Solís, (a este último se le había extirpado el corazón, al estilo de los sacrificios aztecas), después fueron hallados los cuerpos, también descuartizados, de las otras 6 personas, en las inmediaciones de las cuevas.
Magdalena y Eleazar Solís fueron condenados a 50 años de prisión, por tan solo 2 homicidios, (los de Guerrero y Martínez), no se les pudo comprobar su participación en los otros 6 asesinatos porque todos los miembros del culto detenidos se negaron a declarar.
Muchos de los miembros de la secta murieron abatidos en el tiroteo con la policía ya que, armados, se atrincheraron en las cuevas. Los que fueron detenidos, fueron condenados a 30 años de prisión por 6 cargos de asesinato en la modalidad de "homicidio en grupo o pandilla, o linchamiento", su condición de analfabetismo y pauperismo sirvieron de atenuantes. No fue hasta años después que algunos ex-miembros de la secta hablaron de los horrores del culto.