sábado, 3 de julio de 2021

Descuartizó y cocinó a su marido: María Trinidad Ruiz Mares, "La Tamalera"



"Tomé un bate de béisbol que tenía cerca, le di el primer golpe por la espalda y comenzó a 'chillar'. Le pegué otra vez y oí como se ahogaba de dolor, así que continué golpeándolo", confesó a los policías.



La defensa propia es un tema de discusión hoy día, depende del país y de las leyes que los gobiernen, sin embargo, cuando una madre toma la decisión de apalear hasta el cansancio y desmembrar a una persona cuando aún respira, hace falta leer el contexto del brutal episodio.

 

Los hechos

La mañana del 19 de julio de 1971, Esperanza Hernández, una mujer vecina de la delegación de Iztapalapa, en el Estado de México, encontró un costal de ixtle (costal de fibra vegetal) en un lote baldío luego de que el intenso olor a putrefacción, la obligara a buscar su origen, ya que dicho lugar se encontraba contiguo a su vivienda y éste era envuelto por el dulce olor a la carne en descomposición.

Al mover el bulto, pudo notar como la sangre escurría por entre la fibra, por lo que con ayuda de un fragmento de madera que se encontraba cercano, pudo remover el costal, hasta notar que dentro habían restos humanos.

Al llamar a las autoridades, los oficiales de la Policía descocieron el costal y de inmediato un pie cayó del montón de sangre y vísceras que resguardaba, aún con el calcetín puesto totalmente ensangrentado.

Sin embargo, luego de las pesquisas de los médicos forenses se determinó que algo hacía falta del cuerpo... la cabeza. Sumado a que se notó que varios fragmentos de carne habían sido arrancados con lo que parecía un arma filosa.

El médico legista, Enrique Márquez Barajas, llegó a la conclusión de que el hombre fue desmembrado cuando todavía estaba vivo. Inconsciente pero vivo.

Las huellas dactilares de la víctima, pero sobre todo sus antecedentes criminales, fueron las que ayudaron a peritos e investigadores a descubrir su identidad. Se trataba de Pablo Díaz Ramírez.

 

La investigación

Al saberse la identidad de la víctima, las autoridades se trasladaron a la vivienda conocida del sujeto, a quien pudieron señalar con al menos seis nombres más y ser de oficio peluquero.

El domicilio se encontraba en la calle Pirineos número 15, en la colonia Portales, donde la esposa del occiso, María Trinidad Ruiz Mares, se encontraba en compañía de sus tres hijos pequeños mientras escuchaban por la radio el programa "Los Huérfanos".

Luego del interrogatorio sobre su esposo, las preguntas incómodas a sus hijos menores y la presión de los detectives, la mujer terminó por reconocer que ella misma había asesinado a su pareja... por defender a sus hijitos.


La en ese momento detenida, dijo dedicarse a la venta de tamales y atole, ya que su marido en lugar de trabajar, se embriagaba a diario y le quitaba el dinero que ella generaba, así que optó por vender y alimentar al mismo tiempo a sus hijos para sostener el hogar.

De acuerdo a medios de la época, la mujer dijo sentirse arrepentida, pero su motivación no fue otra más que defender a sus vástagos de las manos del finado, pues en una de sus cotidianas golpizas contra ella, también arremetió contra los pequeños.

 

"La Tamalera"

El cuerpo policial registró la vivienda de la mujer y los niños fueron trasladados con familiares ante los hallazgos que se hicieron en el hogar.

Los oficiales salieron asqueados del domicilio y de manera urgente solicitaron la presencia de los médicos forenses, ya que debajo de la cama de María habían encontrado la cabeza de su marido.

Cuando le preguntaron a la mujer el por qué conservaba la cabeza de su difunta pareja, la mujer confesó que había empleado esta y algunos fragmentos de músculo y carne "en la venta del día".

Ante la mirada pasmosa de los hombres de la ley, la mujer dijo haber recibido una brutal golpiza por parte de su marido, además de presentar los hematomas en el momento que corroboraban la historia.

"Tomé un bate de béisbol que tenía cerca, le di el primer golpe por la espalda y comenzó a 'chillar'. Le pegué otra vez y oí como se ahogaba de dolor, así que continué golpeándolo", confesó a los policías.

Las herramientas que utilizó

Señaló que una vez tuvo a su marido inconsciente, fue corriendo a casa de una vecina de nombre María Teresa Ruedo, a pedirle un hacha prestada, mientras sacó a sus hijos con unos amiguitos y les dijo que llevaría a su padrastro al médico.

Ya a solas tomó valor y comenzó la carnicería; primero cortó las dos piernas de Pablo e intentó meterlo a un costal que había preparado, pero se encontró con que no cabían los restos.

Una vez más cortó y comenzó a descuartizar con el hacha. Separó la cabeza del cuerpo y los pedazos los repartió uniformemente en el costal, mientras que la cabeza la colocó en un "bote alcoholero" que colocó en una pequeña bodega dentro de la casa y el costal lo dejó debajo de la cama para que los niños no lo vieran.

El reguero de sangre fue lavado a la prontitud por la angustiada madre de familia hasta poco antes de la llegada de sus hijos, a quienes dijo "una mentirita" sobre el paradero de su padre.

La cabeza del infortunado dentro de un balde

El tronco y las extremidades permanecieron debajo de la cama del matrimonio la noche del sábado y el día domingo, hasta la madrugada del 19 de julio, cuando lo llevó a un lote baldío.

De acuerdo con el libro "Nota Roja 70´s", la mujer reconoció haber salido a realizar sus ventas con normalidad el domingo sin inmutarse, sin embargo, medios sensacionalistas de la época señalan que ella utilizó algunos restos en la elaboración de tamales para recuperar el dinero que el occiso le quitó para embriagarse.

 

Mal esposo, cruel padrastro

Luego del escándalo se estableció que Pablo Díaz, era un sujeto abusador, pues golpeaba frecuentemente a su esposa y a sus hijos, hijastros de él, ya que con ella no procreó descendencia.

María Trinidad contó que a diario vendía 200 tamales y que de estos, solamente obtenía de ganancia 120 pesos, de los que solamente 15 pesos eran para la comida de los niños, pues lo demás era para comprarle alcohol a su marido, quien le quitaba a golpes el dinero de la venta.

Reveló que el día que decidió asesinar a Pablo, golpeó sin piedad a sus hijos Mario y Guillermo, por jugar sobre la ropa limpia en la cama, cosa que desató la ira del energúmeno.

Dijo a las autoridades que ella se encontraba en la panadería y cuando regresó encontró a sus hijos golpeados y aún le tocó a ella recibir el castigo "por malcriarlos".

"Si no quieres que les pegue a tus hijos, vete con ellos", le dijo a María.


No pudo negar los hechos

El occiso era un "pájaro de cuentas" ante la ley, pues  había sido detenido en 1937 por "sospechoso", también en 1936 por lesiones y estupro, además de 1938 por los mismos delitos. Sumado a que cambiaba de nombres y apellidos, pues también se hacía llamar Pablo Díaz Rincón, Pablo Díaz Gallegos o Rafael Díaz Ramírez.

El fiscal del caso pidió una condena de entre 20 y 40 años para la mujer por las agravantes de alevosía y ensañamiento. Los tres hijos pequeños de María Trinidad fueron enviados a una casa de protección social, en Azcapotzalco.

 La leyenda

El imaginario público que convirtió la historia de María Trinidad en leyenda urbana y la canción «La Tamalera» de Las Víctimas del Doctor Cerebro puede ser el origen de las versiones donde la mujer vende tamales con carne humana:

 

«Esa tarde Doña Macabra sin imaginar,

salió como siempre a vender el tamal.

Los de dulce, los de nata, los de rajas también,

pero nadie sabía que no estaban tan bien.

Pero nadie sabía que no estaban tan bien:

eran de carne humana.

Ella vendía a su marido hecho pedazos

por portarse mal y no darle para el gasto.

Yo comía los de dulce sin preocupación

cuando pasó algo que me causó horror:

me comía yo la mano de un pobre señor…

¡Y nos fuimos asustados a la Delegación!»

 

 


Tres años duró la vida de infierno que soportó María Trinidad, originaria de Tequisquiac, Estado de México. Tres años en que esperó un milagro que nunca llegó: que Pablo cambiara de carácter y les diera la protección hogareña que había prometido cuando conquistó a la señora.

Cabe apuntar que cuando María Trinidad fue detenida por los agentes del octavo grupo del Servicio Secreto, dijo a los agentes: «Nunca pensé escapar».

Los tres pequeños hijos que vivían con ella fueron enviados a una casa de protección social en Azcapotzalco.

Y el 29 de julio de 1971 llegó María Trinidad a la cárcel de mujeres, consignada ante el juez penal Eduardo Neri, quien pronto le dictó auto de formal prisión por homicidio, violación a la Ley General sobre Inhumaciones y Profanación de Cadáver.

Luego de estudiar el expediente, la sentenció a 40 años de prisión, de los cuales pagó 20 en el Centro de Reclusión Femenil de Tepexpan, Xochimilco y luego en Santa Martha Acatitla.

Se ignora mucho de su vida en los penales, pero se dice que fue dramática; sus hijos la visitaban con frecuencia y ella derramaba lágrimas de alegría al verlos.

En su trabajo, dentro del penal, destacó por la seriedad con que emprendía sus tareas y era de las primeras en llegar, cuando los sacerdotes daban misa en prisión.

María Trinidad nunca distorsionó su versión de los hechos y al cumplir el tiempo legal para pedir su libertad, abandonó el cautiverio para ir directamente a la Basílica de Guadalupe y luego a Tequisquiac, Estado de México, donde sus parientes la apoyaron para pasar allí el resto de su existencia.

El cineasta Juan López Moctezuma filmó la cinta El alimento del miedo en 1994, un año antes de su muerte; esta película es muy difícil de conseguir y fue protagonizada por Isaura Espinoza, el mismo Juan López Moctezuma, Jorge Russek, Andaluz Russell, Salvador Sánchez, Sergio Sánchez y Jorge Victoria.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

La Dama del Silencio, de luchadora a asesina serial en México






* En sólo tres años se convirtió en el homicida serial más buscado en México.


Por Álex Cazarín

Nacida el 27 de diciembre de 1958, en el municipio de Epazoyucan, en el estado de Hidalgo en México, Juana Barraza Samperio fue hija de la pareja conformada por Trinidad Barraza Ávila y Justa Samperio, mujer con alto coeficiente intelectual, enfermera de profesión, dedicó parte de su tiempo libre a la lucha libre bajo el pseudónimo de "La Dama del Silencio", cuyo alter ego sería la perfecta descripción de su vida criminal.

Juana Barraza es uno de los casos más interesantes de la historia criminal de México, ya que durante sus años en el mundo del homicidio por placer, mantuvo sus crímenes bajo una estela de apariencia que la protegió de las autoridades hasta el día de su captura, tras una larga carrera de muerte. 

Su modus operandi era básico pero con mucha crueldad, pues gustaba de golpear a sus víctimas a puño limpio o bien, provocarles heridas punzocortantes e incluso procedía a estrangularlas hasta la muerte, para luego robarles sus pertenencias y salir de la escena del crimen sin el más mínimo remordimiento.



Escenario del crimen: Alicia González Castillo.

Escenario del crimen: Alicia González Castillo.


En el argot policial se le conoció como "La Mataviejitas", pues las autoridades lograron identificar un patrón entre los recientes asesinatos a finales del 2005, donde ya corría la versión de una asesina serial en la capital del país; incluso se señalaba al gremio de prostitutas y travestis de la Ciudad de México.

En ese tiempo, el entonces Procurador de Justicia, Bernardo Batiz, indicó que "el asesino era bastante listo", pues se creía de un hombre por la saña con la que asfixiaba a las mujeres de la tercera edad, a quienes destrozaba la garganta con su fuerza. La policía no sabía que "La Mataviejitaas" se presentaba ante sus víctimas como una trabajadora social y ofrecía programas de beneficencia, con lo que 'enganchaba' a las damas, en su necesidad por obtener un apoyo monetario por parte del Gobierno.

Las versiones eran muchas y los indicios tan diversos que en un momento se llegó a pensar que se trataba de dos sujetos que actuaban en complicidad, hasta se pensó que los homicidios guardaban especial relación al tener cinco de las féminas asesinadas una copia de la pintura del siglo XVIII, "El Niño del Chaleco Rojo", del artista francés Paul Cézanne.

Mujeres indefensas y con mucha necesidad, sus víctimas

Todas sus víctimas fueron mujeres de entre 64 y 79 años edad, en todos los casos la víctima vivía sola, en casa particular o departamento, todas fueron estranguladas. La homicida serial utilizó piolas, cordones de cortina, mascadas, e incluso la propia ropa interior de la víctima.

La mayoría de las víctimas vivían en las delegaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez, Iztapalapa, Venustiano Carranza y Gustavo A. Madero. Su primer contacto con el homicida se registró en parques públicos o en la periferia de unidades habitacionales.




Ficha dactiloscópica de Barraza. Las huellas digitales recogidas por los investigadores en los distintos escenarios permitieron vincular a Barraza con los asesinatos de «La Mataviejitas».


En uno de los casos, uno de los testigos logró observar a una persona "bastante alta de blusa roja", quien salía a toda prisa de una de las casas donde cometió su fechoría, lo que representó un avance importante para la policía, quienes comenzaron a atar cabos. Sin embargo, no fue sino hasta el 25 de enero del 2006 que se logró el arresto de una persona sospechosa que corría cerca de una de las casas recientemente visitadas por el asesino serial.

Éste caso se trató del asesinato de Ana María de los Reyes Alfaro, de 82 años de edad, vecina de la colonia Moctezuma 1ra seccion, en el número 21 de la calle José J. Jasso, en la Delegación Venustiano Carranza de la Ciudad de México, quien fue brutalmente estrangulada con un estetoscopio además de presentar varias puñaladas hechas con un cuchillo tipo "Ranger" como el usado por los militares.

La sorpresa fue mayúscula en las oficinas de la policía, cuando se presentó a una mujer de 48 años de edad, ya que se creía que el asesino sería un hombre robusto, sin embargo, el modelo descrito por testigos e indicios señalaban a una persona de cabello tupido, color rubio, rostro de facciones toscas, además de que se le encontró formas de solicitud de pensión para adultos mayores y una tarjeta que la identificaba como "trabajadora social"... todo comenzó a cuadrar.

Alejandro Encinas, jefe de Gobierno del Distrito Federal, informó en su conferencia de prensa matutina que una denuncia oportuna de un vecino de la colonia Moctezuma fue la clave para poder capturar a la también conocida como "La Mataviejitas".





"Se empiezan a acreditar todos lo datos que se habían venido integrando en un esfuerzo conjunto muy importante del Gobierno de la ciudad, está acreditado ya por lo menos la responsabilidad sobre 10 de los homicidios, habrá que continuar con las líneas de investigación que tenemos para esclarecer todos", explicó Encinas Rodríguez.

El titular del Gobierno capitalino dijo que luego de la captura de Barraza Samperio, la prueba más contundente de su participación en al menos 10 homicidios, es la identidad entre las huellas dactilares.

El momento crucial fue cuando las autoridades lograron obtener la declaración y confesión de la mujer, quien admitió que asesinó a la ancianita Ana María y a otras mujeres más, pero negó algunos asesinatos que "no llevaban su firma". Dijo a la prensa (cuando se podía entrevistar a los detenidos) que visitó a la occisa en busca de trabajo: "Ustedes sabrán por qué lo hice, cuando lo lean en mi declaración con la ministerial", dijo quitada de la pena ante las cámaras.

Hay que mencionar que, la doctora Feggy Ostrosky Solís, directora del Laboratorio de neuropsicología y psicofisiología de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la visitó en varias ocasiones y le practicó algunos estudios en los que conoció a profundidad la conducta criminal de Barraza Samperio, así como aspectos de su vida que la orillaron a tomar malas decisiones.

Indicó que la hoy detenida sufrió una violación durante su infancia, su madre fue alcohólica crónica y en una reunión con sus amigos, accedió a que tres hombres abusara de ella a cambio de algunas cervezas.

Además, su hijo José Enrique Lugo Barraza, murió asesinado por una pandilla a los 24 años de edad, por lo que todo esto se acumuló en la psique de la "Mataviejitas" y la llevó a descargar su ira de manera destructiva. Incluso en 2006 el escritor Víctor Ronquillo, publicó el libro "Ruda de Corazón: El Blues de la Mataviejitas", donde narra los asesinatos de esta mujer mediante una biografía a detalle de la mujer.






En 1996 se pudo haber acabado los ríos de sangre

En 1996 el entonces policía judicial del Estado de México, Moisés Flores Domínguez, detuvo a la presunta asesina de adultos mayores, pero la dejó escapar, luego de extorsionarla.

"Por la cantidad de 12 mil pesos a la señora Juana Barraza, en 1996, cuando ésta se dedicaba al robo a casa habitación", señaló Alfonso Navarrete Prida, procurador del Estado de México.

En ese año, 1996, el policía judicial Flores Domínguez mantenía una relación sentimental con Araceli Tapia Martínez, quien le propuso extorsionar a su amiga y comadre.

"Yo de lo único que supe es que había cometido un robo en el Distrito Federal, nunca se me precisó en qué lugar ni bajo qué circunstancias, solamente que había cometido un robo", apuntó Moisés Flores, comandante de aprehensiones de la PGJEM.

Un año después, en 1997, Juana Barraza Samperio fue nuevamente detenida, pero ahora por agentes judiciales de la Ciudad de México.

"Yo conocía a un policía judicial del Distrito Federal, le comenté de la señora que había robado, que la investigara. Ellos la interceptaron y mientras la llevaban al Distrito Federal la señora los acusó de que la estaban tratando de extorsionar y fueron puestos a disposición de un Ministerio Público y consignados ante un juez penal", señaló el comandante.

Otra vez libre, Juana Barraza Samperio siguió delinquiendo. 

El procurador capitalino, Bernardo Bátiz, por su parte, descartó que policías del Distrito federal hayan detenido y extorsionado hace seis años a la homicida serial de personas de la tercera edad, Juana Barraza Samperio.

El procurador capitalino, Bernardo Bátiz, descartó que policías del Distrito federal hayan detenido y extorsionado hace seis años a la homicida serial de personas de la tercera edad, Juana Barraza Samperio.

Desacreditó el testimonio de un agente ministerial del Estado de México, quien confesó que también extorsionó a la llamada "Mataviejitas".

"Él señala, sin dar mayores datos, sin precisar nada, que también fue Juana Barraza extorsionada por policías del Distrito Federal, sin embargo, sobre eso no hay ninguna evidencia, ni ningún dato más que el dicho de ese policía, no hay ninguna constancia de que haya sido detenida", aseguró el titular de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF).





Las víctimas de Juana Barraza Samperio:

Última actualización: 11 de agosto de 2015


1. María de la Luz González Anaya, de 64 años. Fue asesinada el 25 de noviembre de 2002.

2. Guillermina León Oropeza, de 84 años. 2 de marzo de 2003.

3. María Guadalupe Aguilar Cortina, de 86 años. 25 de julio de 2003.

4. María Guadalupe de la Vega Morales, de 87 años. 9 de octubre de 2003.

5. María del Carmen Muñoz Cote de Galván, de 78 años. 24 de octubre de 2003.

6. Gloria Enedina Rizo Ramírez, de 81 años. 28 de octubre de 2003.

7. Lucrecia Elsa Calvo Marroquín, de 85 años. 4 de noviembre de 2003.

8. Natalia Torres Castro, de 85 años. 19 de noviembre de 2003.

9. Alicia Cota Ducoin, de 76 años. 28 de noviembre de 2003.

10. Alicia González Castillo, de 75 años. 20 de febrero de 2004.

11. Ana María Tecante Carreto, de 74 años. 25 de febrero de 2004.

12. Carmen Cardona Rodea, de 76 años. 20 de marzo de 2004.

13. Socorro Enedina Martínez Pajares, de 82 años. 26 de marzo de 2004.

14. Guadalupe González Sánchez, de 74 años. 24 de mayo de 2004.

15. Esthela Cantoral Trejo, de 85 años. 25 de junio de 2004.

16. Delfina González Castillo, de 92 años. 1 de julio de 2004.

17. María Virginia Xelhuatzi Tizapán, de 84 años. 3 de julio de 2004.

18. María de los Ángeles Cortés Reynoso, de 84 años. 19 de julio de 2004.

19. Margarita Martell Vázquez, de 72 años. 31 de agosto de 2004.

20. Simona Bedolla Ayala, de 79 años. 29 de septiembre de 2004.

21. María Dolores Martínez Benavides, de 70 años. 24 de octubre de 2004.

22. Margarita Arredondo Rodríguez, de 83 años. 9 de noviembre de 2004.

23. María Imelda Estrada Pérez, de 76 años. 17 de noviembre de 2004.

24. Julia Vera Duplán, de 60 años. 11 de enero de 2005.

25. María Elisa Pérez Moreno, de 76 años. 13 de abril de 2005.

26. Ana María Velázquez Díaz, de 62 años. 20 de abril de 2005.

27. Celia Villaliz Morales, de 78 años. 17 de junio de 2005.

28. María Guadalupe Núñez Almanza, de 78 años. 29 de junio de 2005.

29. Emma Armenta Aguayo, de 80 años. 20 de julio de 2005.

30. Emma Reyes Peña, de 72 años. 9 de agosto de 2005.

31. Dolores Concepción Silva Calva, de 91 años. 15 de agosto de 2005.

32. María del Carmen Camila González Miguel, de 82 años. 28 de septiembre de 2005.

33. Guadalupe Oliver Contreras, de 85 años. 28 de septiembre de 2005.

34. María de los Ángeles Repper Hernández, de 92 años. 18 de octubre de 2005.

35. Ana María de los Reyes Alfaro, de 84 años. 25 de enero de 2006.


Juana Barraza Samperio fue condenada a 759 años de prisión el 31 de marzo de 2008. Actualmente se encuentra cumpliendo condena en el Centro Femenil de Reinserción de Santa Martha Acatitla, en México.

Juana Barraza Samperio fue condenada a 759 años de prisión el 31 de marzo de 2008. Actualmente se encuentra cumpliendo condena en el Centro Femenil de Reinserción de Santa Martha Acatitla, en México.


sábado, 25 de enero de 2020

“La Secta Yerbabuena” de Tamaulipas





*Nadie sospechaba que un culto de ‘depredadores’, ‘vampiros’ y ‘monstruos’ (como lo dio a conocer la prensa de la época), comenzó a anidar en un poblado al norte de la entidad, liderada por una verdadera sacerdotisa con sed de sangre y muerte que jamás se había visto hasta ese entonces.*




“Cuando la ignorancia, la maldad y la ambición se reúnen en una persona, los resultados se tornan en abominaciones dignas de la ciencia ficción”.
Corría la década de los 60´s en México, concretamente en los años 1962 y principios del 63, cuando en el estado de Tamaulipas se comenzó ‘a cocinar’ una de las atrocidades que dejó boquiabierto a más de uno en el país y fuera de él.
Magdalena Solís, foto real.
Nadie sospechaba que un culto de ‘depredadores’, ‘vampiros’ y ‘monstruos’ (como lo dio a conocer la prensa de la época), comenzó a anidar en un poblado al norte de la entidad, liderada por una verdadera sacerdotisa con sed de sangre y muerte que jamás se había visto hasta ese entonces.
Cuatro monstruos que nacieron separados, pero el destino los reuniría y juntos, habrían de orquestar la estafa y la masacre más brutal de la década en Tamaulipas, comparable solamente con la miseria que se vive hoy día en aquella ciudad fronteriza, donde el crimen reina impunemente. 
Uno de los cerebros y el principal, por el que el culto se sostenía llevaba por nombre Magdalena Solís, quien siguió la misma línea que las mentes criminales dedicadas al homicidio desde su tierna infancia. Uno de los pocos casos documentados de asesinas seriales femeninas sin otra motivación más que el depravado placer sexual de ver, sentir, oler y saborear a la muerte misma. 




Criada en el seno de una familia disfuncional y como la gran mayoría de los mexicanos de la época en la zona rural, pobre, sin aspiraciones más que la de apegarse al ejemplo de los abuelos en formar una familia y morir en ella.
Sin embargo, Magdalena, a pesar de las dificultades, nació con una mente privilegiada, pues se sabe que era una criminal organizada, visionaria, sedentaria pero calculadora y sobre todo, líder, lo que la llevó a la cabeza de una de las sectas más vomitivas de la historia de México.
A falta de oportunidades y mejores propuestas de trabajo, aprovechó su cuerpo y tan solo al alcanzar la mayoría de edad se dedicó a vender su cuerpo en las calles (tal vez antes, dado que la prostitución para los años 60 y principios de los 2 mil, era y aún es ejercida por menores de edad en el país).
De acuerdo con crónicas de la época, su hermano Eleazar Solís, era quien la ‘padroteaba’ al mejor postor, ya que al ser ambos campesinos, las oportunidades que les brindaba la sociedad eran mínimas por no decir casi nulas.
Fue entre los años 1962 y principios de 1963, cuando los hermanos Solís fueron encontrados por otras dos mentes criminales quienes ya tejían un fraude contra campesinos de una comunidad bastante marginada llamada “La Yerbabuena” en el norte de Tamaulipas.


Vista de la zona serrana de Yerbabuena desde Villagrán.

Los hermanos Santos y Cayetano Hernández, ya tenían varios meses intentando engañar a los campesinos de aquella comunidad rural (unas 50 familias sumidas en la pobreza extrema), a quienes dijeron que llegaron para solucionar sus problemas monetarios. La realidad era otra.
Lo que no especificaron era que se trataba de “su” propia necesidad económica, pues ambos idearon ‘la estafa’ perfecta, al decirle a los campesinos que su llegada no era por casualidad, pues se trataba de ‘profetas’ de los exiliados dioses incas.

Les aseguraron que las viejas profecías apuntaban a que el retorno de estas entidades ancestrales estaba por ocurrir para tomar potestad de todo lo que les correspondía, pero estaban dispuestos a perdonar a quienes se sometieran de buena voluntad a sus designios y a cambio, prometieron oro y joyas escondidos en las entrañas de la tierra, como alguna vez se las otorgaron a las antiguas civilizaciones. 
Por supuesto que se trataba de una muy elaborada estafa, puesto que los incas jamás habitaron territorio mexicano; pero esto no fue impedimento para que los pobres jornaleros creyeran en las patrañas que salían de la boca de los hermanos Hernández, quienes vieron en ellos la oportunidad perfecta de resolver sus problemas de dinero.
Por algunos meses la farsa rindió sus frutos, pues los campesinos, embelesados, entregaron lo poco que tenían para mantener a estos sujetos, quienes vivieron a expensas del miedo y la ignorancia de la gente, quienes les vieron con temor hasta que las promesas de oro y riquezas no se vieron cumplidas.
Fue ahí cuando comenzaron a notarse que ni castigo ni abundancia llegaba para ellos, por lo que las murmuraciones no se hicieron esperar. Más temprano que tarde, los estafadores se vieron en la necesidad de idear una especie de ‘extensión’ a su plan, por lo que acordaron buscar a más personas que quisieran ser sus cómplices en esta cruel jugada de abuso a la ignorancia de la gente.
Tuvieron que ausentarse por algunas semanas en busca de ‘mercenarios’ que quisieran seguirles la corriente en esta treta, vagabundos, ebrios… prostitutas, hasta que encontraron a Magdalena y a su hermano, quienes vieron en este ‘negocio’ la oportunidad que tanto habían esperado para dejar de trabajar en las calles.





Luego de explicar a detalle y coordinarse para evitar quedar al descubierto, los cuatro acordaron que Magdalena sería presentada como la reencarnación de Coatlicue6, diosa madre del Partenón Azteca, por lo que tendría que representar su papel fielmente para que todo saliera a la perfección.
Se realizaron sacrificios humanos.
La presentación de la adolescente ante los adeptos fue adornada por trucos baratos y parafernalia rebuscada que aun así, logró su objetivo, pues al verter una cortina de humo ante la multitud, quienes esperaban impacientes las pruebas de que los hermanos Hernández eran quienes decían ser, emergió una bella jovencita, quien se presentó como la milenaria deidad y pidió de inmediato adoración y por supuesto, tributo, a cambio de bendiciones y favores sexuales.

Magdalena encontró en esa representación lo que necesitaba para sentirse plena, encontró inspiración y sumado a su marcada tendencia psicópata, llegó a creer que en verdad ese era su propósito en la vida, ser adorada.
Los que llegaron a verla en uno de tantos rituales, aseguraron que la mujer en verdad creía ver apariciones y milagros durante aquellas sesiones, donde además, se abusaba del consumo de mariguana y peyote.




Dichos rituales contenían grotescos actos de abuso, sadismo, pedofilia y actos de fetichismo que los empujaron aún más allá de la frontera de la locura, llevándolos a cometer crímenes a sangre fría, en presencia de otras personas, quienes veían aterrorizados los actos de los “emisarios y la diosa”.
No pasó mucho tiempo para que alguno de los adeptos se hartara de aquellos actos aberrantes donde la “diosa” y sus súbditos se sometían a intensas orgías donde además, obligaban a los niños a participar mientras el humo de la “hierba sagrada” inundaba la cueva enclavada en la sierra donde cometían actos degradantes para la dignidad humana.
Cuando uno de los campesinos decidió levantar la voz y otro más le siguió en murmuraciones por la comunidad. Pero la sentencia estaba dada, no hubo juicio más que el de la “dadora de la vida”, quien ordenó a sus seguidores apresar a quien estaba dando quejas y representaba un ‘peligro’ para el culto.
Para ese entonces, Magdalena Solís ya tenía fuertes delirios religiosos, en realidad creía ser la encarnación de la diosa azteca, por lo que ordenó a sus seguidores que castigaran al quejoso, quienes fueron linchados por la multitud.
 A partir de ahí no había vuelta de hoja, sus crímenes escalaron en cuanto a la violencia, pues de un momento a otro, la supuesta Coatlicue, comenzó a exigir sacrificios humanos y trascendió que incluso el consumo de carne humana, es decir, canibalismo.
Lo llamaron “El Ritual de Sangre”, pero se trataba del castigo corporal más brutal para esos momentos dentro de la secta, pues consistía en golpear multitudinariamente a la víctima, quemarle los pies y otras parte del cuerpo, para luego desangrarlo mediante una sangría que tarde o temprano acabaría por matarlos.
Pero esto no quedaba así, pues los sacerdotes de la mujer sostenían el maltrecho cuerpo del infortunado y captaban la sangre del blanco, la cual era mezclada con sangre de aves, la cual era bebida por la mujer y sus adeptos, para luego de algunos minutos extraerle el corazón.

Era una noche del mes de mayo de 1963, cuando un joven de 14 años de edad, vecino de la localidad, Sebastián Guerrero, deambulaba por las cercanías de las cuevas en donde la secta de Solís realizaba sus ritos. Atraído por las luces y los ruidos que salían de una de las cuevas, entró a husmear; se encontró con un terrible espectáculo, en silencio observó la atroz masacre que sufrió una pobre y desconocida víctima.

Aterrado, corrió más de 25 Km., desde Yerba Buena hasta la localidad de Villa Gran, lugar donde se encontraba la estación de policía más cercana. Exhausto y todavía en estado de shock, no acertó en dar ninguna otra descripción del "grupo de asesinos, que presas del éxtasis, se aglutinaban para beber sangre humana", como vampiros.
Los oficiales se rieron de las declaraciones balbuceantes de Guerrero, las tomaron como los delirios de un muchacho perturbado o drogado. A la mañana siguiente, un oficial, (el investigador Luis Martínez) lo escoltó a su casa y de paso podría mostrarle "donde había visto a los vampiros". Ese fue el último día que Sebastián Guerrero y Luis Martínez fueron vistos con vida.

Aprehensión y condena
La policía consternada por las desapariciones de Guerrero y Martínez, tomaron el caso en serio, se comenzó a hablar de una secta satánica. El 31 de mayo de 1963, la policía en conjunto con el ejército desplegaron un operativo en Yerba Buena. Detuvieron a Magdalena y Eleazar Solís en una finca de la localidad, tenían en su poder una considerable cantidad de marihuana. Santos Hernández murió abatido por las balas de la policía al resistirse al arresto. Cayetano Hernández fue víctima de sus propias mentiras: fue asesinado por uno de los miembros locos de la secta, llamado Jesús Rubio, que ante la crisis quiso poseer una parte del cuerpo de un sumo sacerdote para protegerse.
En pesquisas posteriores se encontraron, primeramente, los cadáveres descuartizados de Sebastián Guerrero y Luis Martínez, cerca de la finca donde fueron detenidos los hermanos Solís, (a este último se le había extirpado el corazón, al estilo de los sacrificios aztecas), después fueron hallados los cuerpos, también descuartizados, de las otras 6 personas, en las inmediaciones de las cuevas.
Magdalena y Eleazar Solís fueron condenados a 50 años de prisión, por tan solo 2 homicidios, (los de Guerrero y Martínez), no se les pudo comprobar su participación en los otros 6 asesinatos porque todos los miembros del culto detenidos se negaron a declarar.
Muchos de los miembros de la secta murieron abatidos en el tiroteo con la policía ya que, armados, se atrincheraron en las cuevas. Los que fueron detenidos, fueron condenados a 30 años de prisión por 6 cargos de asesinato en la modalidad de "homicidio en grupo o pandilla, o linchamiento", su condición de analfabetismo y pauperismo sirvieron de atenuantes. No fue hasta años después que algunos ex-miembros de la secta hablaron de los horrores del culto.







sábado, 11 de enero de 2020

Asesinos Seriales Mexicanos: "La Mata-Taxistas"

Foto.-Redes.




***El nueve de junio, Soledad Sánchez confesó el modus operandi con el que masacraba a los taxistas, pues solamente fue contra trabajadores del volante, aunque sospechan que detrás, también había civiles sin conexión a estos.**




Por.- Álex Cazarín

La violencia no tiene nada que ver con el género o la condición social, pues está claro que cuando una persona decide que tiene que defenderse lo hace, ya sea por instinto o por necesidad, pero siempre actuará siempre y cuando sus fuerzas no le fallen.
Pero hay personas a las que la ciencia médica aún no alcanza a entender, aquellos que no dudan en utilizar sus capacidades para poner fin a la vida de alguien más, no por necesidad, no por instinto sino por simple gusto y perversa diversión.
¿Qué lleva a una persona a poner las manos sobre otra y arrebatarle la existencia con cruel saña? ¿Qué es lo que impulsa a quien, en teoría, debería ser una madre de familia a liderar un grupo criminal y asesinar por llenar su sed de sangre? ¿Hay razón para dejar a tu familia a la deriva con tal de llenar el vacío del ego a niveles extremos?
Mujer, madre de familia, trabajadora y los que la conocieron, afirman que se trató de una dama apegada a sus hijos, amorosa y fiel para con ellos. Nacida en el año de 1970, en Nuevo León, en México, Cristina Soledad Sánchez Esquivel, fue responsable de la muerte (confirmada) de al menos cinco taxistas aunque podrían ser más.
Sus primeros años en este mundo fue la misma suerte que comparten 52.4 millones de mexicanos en situación de pobreza, equivalente al 41.9% de la población total del país, de acuerdo a cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) hasta finales del año 2019.
Durante su niñez, fue víctima de abuso sexual en múltiples ocasiones, lo que provocó que quedara embarazada a temprana edad, pues dio a luz a su primera hija a los 16 años, a quien nombró María Guadalupe, además de que procreó otros cinco hijos más (tres mujeres y dos varones), los cuales apenas y rebasaban los 15 años cuando vieron a su madre ser llevada ante la justicia.
Sin embargo, hay que puntualizar, que Sánchez Esquivel, fue señalada como una madre amorosa y muy atenta para con sus hijos, una mujer que siempre velaba por estar presente para ellos y darles lo que nunca le dieron a ella en su niñez, cuentan las crónicas luego de su detención allá por 2010.
Sin lugar a dudas, la detención de esta “madre amorosa” conmocionó a propios y a extraños, pues nadie creía que una mujer de su complexión (morena, de estatura baja y algo regordeta) fuese señalada de apuñalar y desaparecer los cuerpos de hombres que le doblaban en condiciones de fuerza.
Como si se tratara de una novela de misterio, al ser cuestionada por los oficiales, la asesina confesó haber asesinado y tirado los cuerpos de sus víctimas en un pozo escondido en un lugar llamado “Cerro del Fraile”, en el municipio de García, en Monterrey.


Cristina Soledad Sánchez Esquivel, "La Mata-Taxistas"
El nombre de Cristina Soledad Sánchez comenzó a salir en los titulares de la prensa norteña luego del día cinco de junio del 2010, cuando la policía del municipio de García la detuvo cuando huía en un taxi robado al haber una denuncia de por medio.
La mujer fue sometida a un interrogatorio donde confiesa haber cometido por lo menos dos crímenes (por el momento) contra taxistas de la zona, sin embargo, también se reveló que la mujer de 31 años de edad, era líder de una banda que se dedicaba a la compra – venta de autos en el mercado negro, entre otros delitos.
Señaló a las autoridades que sus cómplices también cometieron asesinatos contra trabajadores del volante a quienes apuñalaron y cuyos cuerpos eran arrojados en un pozo ubicado en las faldas del “Cerro del Fraile”, pues no querían verse investigados, por lo que procedían a “silenciar” para siempre a sus víctimas.
Mediante un intenso interrogatorio, “La Matataxistas”, como fue apodada por las autoridades al ver los indicios, confesó la ubicación del pozo así como las identidades de algunos de sus cómplices, entre los que había menores de edad, por lo que elementos de Protección Civil de García se movilizaron para inspeccionar el sitio señalado por la asesina y verificar si lo que dijo en la “charla” con los detectives era cierto.
Para llegar al pozo donde “La Matataxistas” señaló haber arrojado los cuerpos de los infortunados ruleteros, PC del estado tuvo que seguir un camino desde García hasta el entronque con la avenida Lincoln hasta Icamole, a unos cinco o seis kilómetros de terracería hasta un lugar conocido como “La Venadita”, una ferretería, donde se encuentra una brecha en las faldas del “Cerro del Fraile”.
Se trata de un camino de terracería y piedras sueltas que hace casi imposible el libre tránsito de vehículos, pero que no impidieron el acceso a los homicidas para desaparecer a quienes estorbaban su depravado “trabajo” de compra-venta de vehículos robados.
A un par de kilómetros se encuentra el punto, que en cuestión de horas se llena de policías, peritos de la Procuraduría de Nuevo León y agentes que de inmediato acordonan los alrededores de la serranía, de lo que acordaron por unanimidad llamar “El Pozo de la Muerte”.
El día siete de junio, PC del estado introdujo una cámara al pozo, la cual fue atada por una cuerda y bajaron hasta el fondo de la oscuridad, donde de inmediato registraron restos de cuero cabelludo y grasa corporal. Luego de los trabajos correspondientes, los peritos informaron del hallazgo de una fotografía, una niña que resultó ser nieta de un taxista que hasta ese momento se encontraba como desaparecido desde hacía ya dos meses, identificado como Abdiel Mendoza Hernández.
Ese mismo día, dos menores de edad fueron presentados ante las autoridades de Justicia para Adolescentes como presuntos cómplices de la mujer, quien para ese momento solo “cantaba” delante de la ley; los jovencitos eran señalados de participar en el asesinato de los ruleteros, sin embargo, ambos hasta esta fecha andan libres.

Sánchez Esquivel, al ser presentada a las autoridades.
Para ese momento, la multi asesina reconoció mediante una fotografía a otra de sus víctimas, un trabajador del volante desaparecido que junto a otro más, afirmó a sangre fría, haberlos asesinado a ambos. Fue entonces que la Policía Ministerial hizo “desfilar” ante ella más fotografías de desaparecidos, pero solo a los ‘ruleteros’ reconocía como “clientes suyos”.
En este desfile del horror, la mujer también confesó la muerte de un ex novio a quien identificó plenamente a uno como Martín Tovar Zavala, de 39 años, quien era su amante y a otra víctima, de nombre Abel Mendoza Hernández, de 68 años.
El nueve de junio, Soledad Sánchez confesó el modus operandi con el que masacraba a los taxistas, pues solamente fue contra trabajadores del volante, aunque sospechan que detrás, también había civiles sin conexión a estos.
Dijo ante la Policía Ministerial de García haber arrojado vivo a uno de ellos a la fosa, aunque para esto, lo había tasajeado en repetidas ocasiones y al caer, la altura, el agua y las heridas habían terminado el trabajo. De igual manera dijo que uno de los taxistas “se quedó atorado y comenzó a gritar por auxilio”, pero sus compinches comenzaron a arrojar piedras hasta que el silencio reinó en el lugar.
La detención de esta mujer se dio luego de intentó asaltar a Manuel Neri Balderas, un ‘ruletero’ sexagenario de Saltillo, a quien pretendía asesinar cortándole el cuello, tal como a los demás en su lista negra. Sin embargo, el hombre logró escapar cuando forcejeaba con la mujer y sus cómplices.
Para fortuna de él, un conductor que pasaba por el lugar logró ver la escena y de inmediato llamó  a la policía; relató a las autoridades que la tarde del 4 de junio, observó que la asesina estaba en la acera del Periférico “Luis Echeverría Álvarez”, frente a la central de autobuses de Saltillo, poco antes de las 16:00 horas.



La mujer traía en la mano un boleto de autobús, pero su cara era de enojo; dijo haber visto cómo varios taxistas le pitaron pero no cedió hasta que él hizo lo suyo, como si lo esperara.
— ¿Cuánto cobra a García, Nuevo León? Es que se fue mi camión–, dijo enseñando un boleto.
—Quinientos pesos, si lleva equipaje cobro más-, respondió el taxista.
Cristina Soledad abordó el auto, un Nissan Tsuru, con colores oficiales, se sentó en la parte trasera y se distrajo por unos momentos. El taxista indicó que esa tarde era particularmente calurosa, sofocaba aún más cuando corría por la autopista a 130 kilómetros por hora, donde solamente había silencio.
“Ella habló hasta entrar a García. Comentó que posiblemente la esperarían unos familiares; después que si la llevaba a un lugar conocido como Los Arcos de Icamole, ubicado en el kilómetro 12, cerca del poblado Cerritos y del rancho El Lagartijo”, contó a las autoridades y luego a los medios de comunicación locales.
—“Hasta aquí no entro, no meto el carro a terracería”—, dijo Héctor Manuel al ver un camino de tierra del “Cerro del Fraile”, donde sólo escuchaba el rugir de los transformadores de energía.
—“Nada más hasta la lomita, me están esperando. Ya para que no se queje voy por el dinero, por ahí vivo”-, indicó la mujer.
Héctor Manuel no cedió y le respondió casi de inmediato: “Aquí la espero”.
"Cerro del Fraile" en Nuevo León; foto, redes.
Fue en ese momento que la mujer cambió su actitud, como si una entidad extraña la poseyera, pues brincó hacia el lado izquierdo del auto, con la mano derecha lanzó un navajazo y con la izquierda sujetó al taxista por el cuello girando su rostro, su fuerza, a decir del agraviado, era descomunal. Intentó reaccionar pero el cinturón de seguridad le impidió moverse. Ella gritó: “Hasta aquí llegaste, hijo de tu chingada madre, tanto viniste chingando que te va a cargar”.
 “¿Ha escuchado usted la puerta de una bisagra cuando rechina? Así se oyó mi cuello cuando me jaló”, recordó el taxista al contarle a las autoridades, porque a causa del jalón el lado izquierdo del cuerpo se le durmió.
La mujer bufaba del odio, rugía como una bestia y le dijo al taxista: “Ahí viene mi comando ¿No viste que agarré el celular?”. De inmediato ella le pidió que bajara despacio del autoo para no mancharlo de sangre. Héctor Manuel apagó la marcha, dejó de sentir la opresión. Con sus manos tomó la pierna dormida; bajó del carro. Ella estaba detrás, aleccionó: “¿Ves la lomita? Vas a caminar derecho por el camino, papacito. Nada que agarras piedras o corres”.

"Cerro del Fraile", en Nuevo León. Foto, redes.

Sin embargo, en una oportunidad tomó todas las fuerzas que le quedaban y corrió como si no hubiera un mañana, sin importar que la mujer o sus cómplices abrieran fuego contra él. En su carrera tomó un leño picudo dispuesto a herir a quien se cruzara en la carrera.
Finalmente, llegó al rancho “El Lagartijo”. No sabía si lo que dijo la mujer era cierto, que su familia vivía en aquél sitio, así que pensó que posiblemente se tratase de cómplices de Cristina, pero el alma le volvió al cuerpo al observar a dos pequeños que salían de aquella casa.
Rolando Castañeda, encargado del lugar, salió en compañía de su amigo Felipe Solís para ver de qué se trataba. Rolando, de 30 años de edad, llevó al hombre que sangraba y pedía ayuda al Depósito, atendido por Heliodoro Aguiñaga Lara, quien vende refrescos, cervezas y frituras.
Heliodoro ofreció un trapo porque la hemorragia de Héctor Manuel había manchado el piso; él se negó pidiendo pronta ayuda telefónica a la Policía Municipal de García, quienes tardaron aproximadamente 10 minutos en llegar.
En su desesperación sangrante, Héctor Manuel dijo que escuchó cuando su atacante encendió el motor del auto. Y que posiblemente podía encontrar alguna identificación en el lugar de los hechos, a pocos metros de ahí.
Rolando, Felipe, Heliodoro y Manuel fueron a buscar, mientras Héctor Manuel interceptó a los oficiales de la Policía Municipal para explicarles, en pocas palabras, que no necesitaba atención médica, sino capturar a quien minutos antes lo había atacado.
“¿Crees en Dios? La libraste de milagro. Se está lamentando de no haberte matado”, habría de confiar un policía investigador a Héctor Manuel Nerio Balderas, mientras rendía su declaración en la Procuraduría General de Justicia del estado de Nuevo León la madrugada del 5 de junio, cansado y hambriento tras la batalla.
A esa hora los rotativos estaban cocinando la historia de esa mujer robusta, morena y de 31 años que abordaba taxistas: apuñalaba o disparaba en parajes de la carretera a Icamole para vender sus autos en 20 mil pesos.
Héctor Manuel, de 60 años, originario de Charcas, San Luis Potosí, dijo sentir que se le iba el aire cuando escuchó: “Usted acaba de nacer. Ya confesó que mató a cuatro”. La mano y el cuello sangraban moderadamente a causa de un navajazo.
 “Tengo un mes y siete días de nacido”, respiró hondo al momento de subir el primer pasaje desde aquel ataque. El destino sería precisamente el lugar donde iba a ser su tumba.

"La Mata-Taxistas" y su cómplice.
El 11 de junio, al ser capturado en Saltillo, un cómplice de “La Matataxistas”, detalló la forma como mataban a sus víctimas, narró la extrema violencia de la mujer, y aseguró que recibía 300 pesos por participar en los asesinatos. Aarón Herrera Pérez, “El Azteca”, fue capturado cuando se encontraba trabajando en una maderería en la capital del estado de Coahuila.
Tras realizar los trabajos de búsqueda en la fosa ubicada en las faldas del Cerro del Fraile, en la comunidad conocida como La Venadita, los elementos lograron extraer uno de los cuerpos que se encontraba a casi 272 metros de profundidad.
Cerca de las 18:00 horas del 14 de junio y después de remover estas piedras que fue liberado el cuerpo de una persona masculina, la cual vestía un pantalón de mezclilla y una camisa, sin que las autoridades pudieran identificarla en ese momento, ya que se encontraba en estado de descomposición con al menos tres semanas de haber fallecido.
Cristina Soledad Sánchez Esquivel, conocida como “La Matataxistas”, fue condenada a 195 años y 11 meses de cárcel por un juez del municipio de San Pedro Garza García, tras dos años de diligencias.
En 2010, Sánchez Esquivel, de 35 años, fue señalada como la autora intelectual y material de cinco crímenes contra taxistas, a quienes privaba de la vida para robarlos junto a varios de sus cómplices. Como Aarón Herrera Pérez, «El Azteca», de 27 años, a quien se le impuso una pena de 152 años y 4 meses de cárcel.
Pero aun con la pena establecida, los dos delincuentes pasarán sólo 60 años de cárcel porque es la pena máxima que la ley establece en el Estado. Tras las investigaciones, se descubrió que cinco ecotaxistas fueron tirados en un pozo de Agua y Drenaje en la zona de Icamole, a donde la mujer guiaba a sus víctimas.
La jefa de la banda, es responsable de la muerte de cinco taxistas, del robo con violencia, de violación a las leyes de inhumación y exhumación, y agrupación delictuosa.




martes, 12 de noviembre de 2019

"Mi suegra"




(Relato, post.-Lili Miranda)


*Hoy en día soy muy creyente y trato de mantenerme fuerte y de proteger a mi familia. *"El mal, existe" .






“Tenía 19 años cuando quedé embarazada y mis padres me echaron de mi hogar, sin otro lugar a dónde ir, me me mude a casa de mi novio. Le pertenecía a su madre, quien nos dejó vivir ahí sin problema".

Pensé que era bienvenida, pues la primera tarde de mudanza llevamos muchas cajas, bolsos y muebles, incluso nos ayudó.
Un día, buscando una prenda de ropa me doy cuenta que me faltaban algunas cosas: una foto, unos documentos y ropa interior. Lo dejé pasar, ya que mi mente andaba en otro lado, el tema del bebé, la pelea de mis padres.

Una noche estaba en mi cama la cual es ámplia pues es matrimonial, el bebé en medio de mi pareja y yo. Siempre duermo boca arriba, pero una noche de pronto sentí que el cuerpo se me hundía en la cama y caía en un abismo profundo... negro, fue una experiencia horrible! Vi unos brazos escamosos agarrarme y que me arrastraban hacia el fondo.

Pegué un grito que se escuchó en toda la cuadra. De ahí hasta la fecha, mi vida cambió para mal;muerte de mascotas, hormigas en la cama, cosas que se rompían y feos olores en la casa. La gente que antes me quería, poco a poco comenzaron a alejarse de mí.

"Mi hijo mayor veía unos seres extraños".
Por otro lado, mi hijo mayor veía unos seres extraños, como duendes con orejas largas. Decía que se sentaban en la cama, sufría pánico y no quería dormir por las noches, incluso tenía que mandarlo con su abuela.
Lo más feo y asqueroso que me paso ahí en la casa; estaba sola una mañana cuando mi pareja se iba al trabajo, me daba vueltas en la cama e "imaginaba" al dormitar muertos con la cara pútrida que hablaban y decían: -perdón, me mandaron a molestarte-.

A todo el mundo que le contaba lo que estábamos viviendo y me decían lo mismo: "Tu suegra es la culpable.
Tengo una compañera que tiene un sexto sentido, percibe energías y puede ver las almas, o al menos eso dice. Así que, al no haber más ayuda,comenzó a ayudarme en este tema. 
El primer día que entró a mi casa le dieron ganas de vomitar, me decía que hasta los muebles estaban "infestados por algo malo". 
Mientras recorría la casa se dirigió al patio; después de unos minutos me dijo: -Hay bebés acá... han enterrado... cosas-. Cuando entró al comedor otra vez, se paró enfrente de la estufa de leña, y le clavó la mirada a un sólo objeto. Un robot de juguete de mi hijo, se lo habíamos regalado para el Día del Niño. 
El juguete media más o menos tenía un metro de largo, caminaba y encendía luces. No se que hizo ella, pero lo miraba fijamente, cuando de pronto se encendió solo y la miró. EL JUGUETE EMITIÓ UNA RISA BURLESCA CON SONIDO COMO DE NIÑOS! 



Yo me quedé estupefacta. 

Ella solo atinó a decir: -Tu hijo ha llevado este juguete a otra casa... En esa casa le han metido un ser maligno... lo tengo que mandar al otro plano-. Era tal cual, el niño había llevado el juguete a la casa de su abuela, o sea, de la madre de mi novio.


Mi suegra era una bruja, varios me lo venían diciendo pero no quería escucharlos; de acuerdo a mi amiga, me había hecho un trabajo negro muy malo.
Pasó el tiempo y mi suegra se dio cuenta que yo había descubierto su secreto, entonces empezó a tenerme miedo. A todo esto yo había empezado a estudiar sobre el tema, fenómenos paranormales, ángeles, demonios, entidades, símbolos, ¡vaya! De brujería. Aprendí todo sobre oraciones en latín, símbolos de protección. 

Desde ese momento me dedique a rezar, rezar sin parar, aprendí a combatir fuego con fuego. Entonces fue cuando vi que a mi suegra se le devolvía todo.
Al poco tiempo cayó en la ruina, vivía enferma, pues le pasaban cosas malas. Finalmente un día tuvo un accidente con un auto que la atropelló. Estuvo unos días en terapia intensiva hasta que se finalmente murió.
No volvió a pasar nada extraño en mi hogar. 
No puedo decir que me alegra, pero ella estaba decidida, quería hacernos algo, tenía que detenerla a como diera lugar.

Hoy en día soy muy creyente y trato de mantenerme fuerte y de proteger a mi familia. "El mal, existe" .

martes, 9 de julio de 2019

La Cabaña (Parte III)



***De alguna manera mi corazón latía a mil por hora, mis manos frías solo atinaron a esconderse en mis bolsillos y la mirada, que no podía despegar aquellos cuadros, la desvié al camino por donde vi a aquella aparición.


Por: Álex Cazarín


-¿Es usted el nuevo maestro? –Preguntó una jovencita de no más de 17 años de edad, quien trajo un morral con un termo y un par de recipientes dentro de una bolsa color azul. El día era nublado y con ventarrones que dejaban aún más abajo mis ganas de iniciar el día, lunes por cierto- Dice me madre que si puede usted ir a comer más tarde o que igual, si gusta se le puede traer hasta acá, nosotros vivimos más arriba de la montaña.
La niña señaló más allá del camino que serpenteaba como a un kilómetro de distancia en línea recta por el enmontado camino.
-¡Claro, no se preocupen, yo mismo iré a hacerles escándalo cuando tenga hambre! –Dije intentando disimular mi cansancio por la noche en vela que tuve- De hecho sería como a las dos de la tarde en lo que termino unos pendientes.
La jovencita de vestido verde floreado se retiró en silencio luego de regalarme una sonrisa. Miré alrededor, el panorama parecía haber cambiado a como lo recordaba la tarde anterior a mi llegada.  Frente a mí, una extensión de al menos 600 metros de maleza de al menos medio metro de altura que se perdía hasta la arboleda de distintos tonos de verde, que era el paisaje común a mi izquierda o derecha; zona rural después de todo.
El día se me fue como agua entre los dedos pese a que durante las clases cabecee un par de veces, sin embargo, decidí sacar a mis 23 alumnos al patio de la escuela donde les hice practicar un par de rondas de calentamiento para disimular mi cansancio. Ya para las 13:00 horas los niños se retiraron a sus hogares, he de decir que me resultó curioso que la gran mayoría se internaba entre la maleza como si de un claro del camino se tratase.



Después de dejar el material de clases en la habitación y de cambiar mis ropas por algo más holgado, unas chanclas, bermudas y una simple sport, me encaminé a la casa de los García, quienes me recibieron con alegría. Una cabaña bastante humilde por fuera, de madera y láminas con algo de herrumbre por las inclemencias del tiempo. Sin embargo, por dentro, el hogar parecía otro, muebles hechos a manos bien barnizados, forrados con almohadas caseras y un toque bastante hogareño, una cocina bastante organizada y limpia que me sorprendió y enseñó que no todo en esta vida es apariencias.
-¿Qué tal maestro, como le fue en su primer día? –Preguntó el señor de la casa, un joven de al menos 35 a 40 años, quien regresaba bastante acalorado de las labores propias del campo, pues aún llevaba puestas sus botas de hule para el trabajo, un pantalón remendado color negro y su camisa aún empapada de sudor, por lo que esperaba en una silla de madera a un lado de la puerta-.
-Bien, la verdad es que son niños bastante obedientes, cooperan en lo que se les pide y no dan mucho problema a la hora de enseñarles. –Dije mientras tomaba asiento en la mesa, pues me esperaba un plato de barro con frijoles humeantes (la dieta por excelencia en ese lugar) el cual era acompañado de una rebanada de queso blanco y tortillas hechas a mano que desprendían un olor totalmente agradable al paladar.
-Cómo le fue en su llegada… ¿Todo bien? –Inquirió-.
-¿Por qué? –Cuestioné cauto-.
-Bueno, es que aquí siempre que llegan jovencitos como usted de la ciudad les cuesta estar en el campo sin las cosas a las que están acostumbrados. –Su expresión era serena, pero no dejaba de frotar sus manos una y otra vez-.
-No, la verdad es que sí me la pasé bastante nervioso, pero supongo que se trató del ajetreo del camino… Igual escuché ruidos extraños… -Dije para calar su respuesta-.
-Bueno maestro, quizás le sirva rezar un padre nuestro de vez en cuando, aunque por estos lares diosito no se aparece muy seguido que digamos. –Dijo con una divertida seriedad que dejó entrever en sus gestos-.
No hablamos más ya que la esposa del señor García llamó a los hijos, tres niñas de 4 a 13 años de edad a la mesa, mientras el padre se encontraba observando desde la puerta como si esperara a alguien. No transcurrió más plática que un paso por el clima y los anteriores docentes en el lugar, por lo que a no más de media hora partí de nuevo, solo que ahora en dirección contraria a la cabaña, pues quería llegar al siguiente pueblo que se encontraba a 40 minutos a pie, siguiendo por el único sendero visible. Sin embargo, antes de poner un pie fuera de casa, el señor García, quien aún miraba a un lado de la puerta, advirtió: “No se distraiga, mucha gente se pierde por seguir falsas indicaciones, le recomiendo que vaya y venga antes del anochecer, por aquí es muy peligroso”.



Ahora con dudas, me encaminé sobre el sendero pedregoso, un estrecho camino de un metro de ancho con extensiones verdes de tierras a cada lado hasta donde alcanza la vista luego de pasar por una ‘rejolla’ como le llaman en el área a un barranco de más de 10 metros de profundidad, pero no por supuesto, ni siquiera importa ante el majestuoso paisaje que me dejaba perplejo a sabiendas de que se trataba de un lugar no tan lejano de mi hogar.
Caminé por más de veinte minutos hasta que llegué a encontrarme a una mujer de edad avanzada quien me sonrió y dio las buenas tardes sin detener su camino, junto a ella, un perro mestizo color gris con negro y collar color vino, quien pareció ignorarme por completo. Observé por unos segundos la espalda de aquella mujer de rostro arrugado y una bata a cuadros color blanco con negro, me pareció por unos instantes percibir un olor bastante familiar, conocido, diría yo pues, me parecía al olor de las flores cuando permanecen remojadas por espacio de varias horas y su agua no es cambiada a tiempo, “a putrefacción de las flores”, dije para mí.




La dama detuvo su marcha a unos 10 metros de distancia y volteó para decir: “Cuando guste puede usted pasar por su humilde casa maestro”. La verdad no me sorprendí que supiese quién era yo pues a esas alturas casi todo el pueblo sabía de mí y mis compañero, quienes aún no llegaban sino hasta el día siguiente.
-Gracias señora, un placer mí… -Intenté darle la mano y presentarme como es debido, sin embargo, ella enseguida me dio la espalda al igual que el perro que la acompañaba, quien por unos instantes permaneció estático observándome en silencio de pies a cabeza con una mirada bastante humana, su gesto duro dio paso a un movimiento lento para seguirle el paso a su ama, quien se alejó con calma de la apresurada conversación.
No pasaron ni 15 minutos cuando llegué a un pueblecillo modesto de no más de 100 habitantes, donde una escuela, una iglesia y una tienda eran la novedad por ese entonces, sin mencionar a la gente, quienes extrañados elevaban levemente el rostro a manera de saludo cada que me topaba con uno de ellos.


En la tienda solo compré algunas cosas básicas no perecederos para no regresar en al menos una semana o bien, hasta el sábado o domingo, pues mi salida de ese lugar no sería sino hasta poco más de un par de meses por cuestiones de economía y practicidad. Ahí, perdí más de dos horas curioseando el lugar y observando un partido de fútbol que se disputaba en el campo local.
Sin embargo, cuando noté, ya eran más de las 17:30 horas y el sol casi anunciaba el fin del día, por lo que tomé las tres bolsas de plástico que tenía a mi lado y me dispuse a apretar el paso rumbo a mi cabaña. Podría jurar que el camino se me hizo más largo, pues me tomó alrededor de una hora llegar al punto donde encontré a la anciana, quien por azares del destino volví a toparme junto a su mascota que no parecía despegarse de su lado.
-¿Ya de regreso, hijo? –Dijo esbozando una sonrisa sin levantar la mirada-.
-Ya señora, ¿quiere que le ayude con sus cosas? –Pregunté al señalar un ramo de crisantemos que cargaba en su brazo izquierdo y a su derecha un cuadro no más grande que su antebrazo, por lo que quise ayudarla con su carga-.
-No hijo, no voy tan lejos, aquí a la vuelta me quedo… -No se detuvo y no quise incordiarla así que la dejé ir junto a su mascota-.
La tarde pintaba con tintes de una gran tormenta en el horizonte, el azul celeste daba paso a un naranja que se perdía entre las nubes grises que eran arrastradas por el viento que para esas horas ya se podía oler húmedo y bastante agresivo, así que decidí apretar el paso y llegar antes de verme caminando a oscuras.
No caminé más de unos 10 o 15 minutos cuando noté una reunión al lado del sendero, una veintena de personas, entre niños, jóvenes y adultos, todos habitantes de aquél lugar, con la mirada fija en la cerca que separaba una parcela del camino, conversando entre sí con alegría pero sin dejar de observar el cerco.
Al acercarme pude notar cómo emergía una cruz blanca de mármol de al menos veinte centímetros de la tierra, crisantemos y veladoras a su alrededor, un pequeño cuadro color rojo y junto a estos, un collar color vino.





-¿Quién diría que Bruno moriría el día del aniversario de mamá Hortensia? –Dijo una mujer de unos 50 años, quien ladeaba su cabeza en busca de consuelo al recordar a su madre fallecida-.
-Ese animalito se quedó con ella cuando le ‘pegó’ el infarto… Hasta el día que la llevamos a enterrar se quedó dos días en la tumba; si no es porque lo tuvimos que llevar amarrado sino se queda ahí… -Mencionó un hombre quien al parecer es hijo de la difunta, quien pasó la mano derecha sobre la espalda de la doliente-.
-Ya un año de que se fue ‘Tenchita’… -Dijo un hombre de al menos 80 años, sombrero vaquero y guayabera color rojo-.
Me acerqué para corroborar lo que erizaba mi piel desde segundos atrás. Separé a algunos de los presentes para que me dejaran ver de quién se trataba. Un cuadro color lila y dos fotografías, la principal, de una mujer de edad avanzada en bata de cuadros color negro, mirada serena y sonrisa cálida al lado de al menos 10 niños, sus nietos, supuse. Encima de esa fotografía y un cuarto de su tamaño, un perro mestizo color negro con manchas grises, de mirada recia y porte digno de un animal noble de raza.
De alguna manera mi corazón latía a mil por hora, mis manos frías solo atinaron a esconderse en mis bolsillos y la mirada, que no podía despegar aquellos cuadros, la desvié al camino por donde vi a aquella abuelita que caminaba con rumbo al cementerio del pueblo, como me enteré días después.